Dom 07.12.2003

SOCIEDAD  › LA CRUZADA CONTRA LA COMIDA-CHATARRA COMENZO EN EL PRIMER MUNDO Y SE EMPIEZA A ANALIZAR EN LA ARGENTINA

La guerra contra las grasas

Alarmados por la epidemia de obesidad, países como EE.UU., Irlanda y Gran Bretaña se han lanzado a combatir el consumo de alimentos con alta cantidad de grasas y azúcar. La prohibición de publicidad dirigida a niños y de máquinas expendedoras en escuelas, mayores impuestos y la inclusión de advertencias en los envases son algunas de las medidas en evaluación.

› Por Pedro Lipcovich

El dealer no tiene piedad: acecha junto a los colegios y aun en el interior de las escuelas; infiltra sus mensajes en los más inocentes programas de TV; recluta a famosos y convence a deportistas para difundir su mercadería mortal. Pero las sociedades han empezado a reaccionar. Lo que trafica el dealer es “comida-basura” y en países como Estados Unidos, Gran Bretaña e Irlanda la reacción contra las grandes compañías de alimentos y bebidas y las cadenas de fast-food crece entre los organismos gubernamentales y la sociedad civil. Las banderas son: prohibir la publicidad dirigida a los niños de alimentos con alta cantidad de grasas, sal o azúcar; desalentar la presencia de celebridades o deportistas en la promoción de estos consumos; prohibir su venta en las escuelas; impedir los concursos y promociones especiales que alientan el consumo; incluir en los envases advertencias similares a las obligatorias en los paquetes de cigarrillos. Lo que hizo saltar las alarmas en esos países fue la advertencia de que, por primera vez en cien años, la expectativa de vida va a disminuir por causa de la epidemia de obesidad. Y en esta guerra ya se definieron las primeras batallas: Kraft-Foods, la más importante fabricante de galletitas del mundo, acordó retirar toda publicidad de las Oreo en las escuelas y reducir el tamaño de las porciones. ¿Y en la Argentina? Grave error sería suponer que éste es tema sólo de los países ricos: el sujeto de nuestra epidemia es lo que un especialista llama el “obeso pobre”, para quien la desnutrición propia de la miseria se junta con la gordura proveniente de los malos hábitos nutricionales importados.
La legisladora Debra Shipley propuso en la Cámara de los Comunes británica la prohibición lisa y llana de las publicidades que promuevan alimentos y bebidas ricos en grasas, sal y azúcar en programas de televisión destinados a chicos. Al hacerlo, denunció “la irresponsabilidad despiadada de los fabricantes que toman a los chicos como objeto de hábiles estrategias de mercado, sin importarles que esos productos pueden causar obesidad y diabetes”. La presentación de Shipley cuenta con el apoyo de 90 organizaciones, entre ellas la Unión Nacional de Maestros y el Consejo Nacional de Consumidores.
La Agencia de Regulación de Alimentos (FSA) de Gran Bretaña lanzó una consulta sobre la perspectiva de incluir, en los alimentos con alto contenido de sal, azúcar y grasas, advertencias sanitarias similares a las ya obligatorias en los envases de tabaco; la consulta también propone la prohibición de publicidad televisiva dirigida a niños y la prohibición de máquinas expendedoras de bebidas azucaradas y golosinas en escuelas, todo con el propósito de “desmontar la bomba de tiempo de la obesidad”.
El reloj de esa bomba de tiempo funciona al compás de las cifras que detalla un reciente informe de la FSA: alrededor del 9 por ciento de los chicos de seis años ya son obesos, y esta tasa más que duplica la de diez años atrás; también son obesos el 15 por ciento de los jóvenes de 15 años, tres veces más que hace una década. Entre los adultos, “más de la mitad de la población tiene sobrepeso u obesidad”. La situación es tal que “si no hacemos nada por detener esto, por primera vez en cien años la expectativa de vida va a disminuir”, explicó John Krebs, titular de la FSA.
El funcionario pidió a las empresas de alimentos que pusieran fin al reclutamiento de celebridades para promocionar productos no saludables. Entre los principales cuestionados están los futbolistas David Beckham y Gary Lineker, ex capitán de la selección inglesa.
Otro frente se abrió en noviembre desde la prestigiosa revista científica The Lancet, que, en una nota editorial, sostuvo que “el aval publicitario de celebridades a la comida-basura está contribuyendo a las altas tasas de obesidad, particularmente entre los chicos”, y llamó a las autoridades a prohibir esta práctica. “Una de las más insidiosas técnicas de los propagandistas de comida-basura es pagar a celebridades del deporte y el pop para auspiciar esos alimentos: esas celebridades deberían sentirse avergonzadas”, afirmó la revista, y criticó especialmente a la empresa Cadbury por alentar a los chicos a cambiar envoltorios de chocolate por equipos de deportes.
The Lancet menciona razones de peso: en comparación con una comida tradicional, una hamburguesa “cuarto de libra” con queso es 53 por ciento más alta en contenidos energéticos y las “patitas de pollo”, un 30 por ciento más.
El hecho es que Coca-Cola incrementó sus ventas 7 por ciento en 2001, desde que estableció un convenio con la Warner para la promoción del film Harry Potter y la piedra filosofal. En una publicación interna de la industria de las bebidas cola, puede leerse que el consumidor ideal es un niño de ocho años, ya que tiene por delante 65 años de consumo; el problema es que los últimos 35 de esos años representarán un creciente costo para el sistema de salud por enfermedades como las cardiovasculares y la diabetes.
En Estados Unidos, la organización no gubernamental CSPI denunció que “el marketing de alimentos dirigido a los chicos socava la autoridad parental y alienta la epidemia de obesidad infantil, ‘puenteando’ a los padres para influenciar directamente las elecciones de los chicos en materia de alimentos, que terminan siendo altos en calorías y bajos en nutrición”. Para la CSPI, “los padres están peleando una batalla perdida contra los fabricantes de alimentos y los restaurantes de fast-food, que usan sofisticadas y agresivas técnicas para meterse en las cabezas de los chicos y predisponerlos a fastidiar a los padres hasta que compran los productos de las cosas”.
La CSPI señaló programas como el de la compañía Campbell, que ofrece equipamiento escolar a cambio de etiquetas de sus productos: “Hay que comprar sopa por valor de 2500 dólares para que una escuela obtenga 59 dólares en equipos”. Y criticó especialmente programas que ofrecen golosinas a chicos de escuelas primarias como premio por obtener buenas notas: “Por eso algunos estados (norteamericanos) sabiamente, prohíben utilizar alimento como recompensa por la buena conducta o el desempeño académico”, comentó.
La ONG norteamericana denunció también estrategias como los “publijuegos” de computación: en uno de ellos, “The Oreo Adventure”, difundido por la firma Kraft Foods, la “salud” del protagonista llega al ciento por ciento cuando adquiere una caja de las conocidas galletitas. La lista de la CSPI incluye también a la Pepsi, cuyo website incluye al astro del béisbol Jason Giambi. La entidad recuerda que “en los años 70 y 80, la Comisión Federal de Comercio consideró imponer restricciones a la publicidad de comida-basura dirigida a niños, pero esos esfuerzos fueron bloqueados por las empresas. Estimamos que, con las tasas de obesidad infantil más altas de todos los tiempos, ha llegado la hora de establecer normas para la promoción de alimentos en televisión y en escuelas”.
Por su parte, la legisladora norteamericana Rosa De Lauro propuso en la Cámara de Representantes que las cadenas de fast-food sean obligadas a hacer pública la información nutricional de lo que expenden: “Aun los dietistas profesionales se equivocan para estimar correctamente el contenido calórico de los alimentos más populares”, y cita como ejemplo que “en McDonald’s, un batido grande tiene 1010 calorías, lo cual supera más de tres veces las 330 que contiene una hamburguesa de queso”. Y, sorprendentemente, “una rebanada de pastel de zanahoria con queso de la cadena Cheesecake tiene 1560 calorías, y 23 gramos de grasa saturada”, según el informe de la CSPI que sustenta la presentación de la legisladora. El suministro de información por las grandes cadenas se facilitaría porque éstas tienen “menús largamente estandarizados: un Big Mac de McDonald’s tiene 590 calorías, no importa en qué local”.
En Irlanda, donde el diez por ciento de los chicos son obesos, el ministro de Salud, Michael Martin, estudia establecer un impuesto especial –popularmente llamado fat tax– a los alimentos que tiendan a incrementar los niveles de obesidad. El titular de la Fundación Cardiológica Irlandesa, Michael O’Shea, aprobó “toda iniciativa para enfrentar el problema” dado por el hecho de que el 60 por ciento de la población de ese país padece sobrepeso u obesidad.
A principios de este año, en California, un ciudadano había solicitado judicialmente la prohibición de las galletitas Oreo, por perjudiciales para la salud. La demanda no tenía chances de prosperar y fue retirada a las pocas semanas, una vez que el abogado que la había presentado estimó que se había cumplido su objetivo de llamar la atención de la opinión pública sobre los riesgos de una de las golosinas más populares en Estados Unidos. En julio, la ciudad de Nueva York decidió suprimir las bebidas dulces, galletitas y golosinas en las máquinas expendedoras de las escuelas, y la propia firma fabricante de las Oreo, Kraft Foods Inc. –la más importante compañía de alimentos de Estados Unidos– decidió limitar el tamaño de las porciones en sus paquetes individuales, eliminar toda promoción en escuelas e incluir información nutricional en los envases de sus productos en todo el mundo, incluso en los países (como la Argentina) donde esto no es obligatorio.
A fines de noviembre, la FSA dio una vuelta de tuerca cuando solicitó a los fabricantes de golosinas que incluyeran advertencias sobre dieta saludable en los envases de sus productos. La firma Cadbury ya anunció que estudia la posibilidad de hacerle caso, en el temor de recibir reclamos judiciales de consumidores que le atribuyan responsabilidad por efectos de sobrepeso. La situación, por supuesto, recuerda cuestiones similares que se plantearon respecto del tabaco y las compañías tabacaleras, con la salvedad de que las advertencias en el envase no advertirían sobre efectos nocivos del producto sino sobre la importancia de un consumo moderado y una dieta variada.

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