Mié 24.12.2003

SOCIEDAD  › OPINION

Lo ocioso es trabajar

› Por Julio Nudler

Hubo un tiempo en la Argentina en que se prohibió disputar partidos de primera división en horarios diurnos los días laborables para no fomentar el ausentismo. Ahora se juegan sin impedimento alguno, y a veces –como ocurrió hace poco, con un Boca-San Lorenzo un jueves por la tarde– a estadio lleno. Los que colmaban las tribunas, ¿eran todos desocupados? Lo que ahora no se puede es jugar de noche por los problemas de seguridad, lo cual muestra cómo han variado las prioridades y sensibilidades de esta sociedad. Este cambio ayuda a entender el generoso asueto dispuesto para la administración pública nacional, que le permite gozar desde hoy de dos minivacaciones de cinco días cada una.
Quienes crean que esta decisión puede perjudicar el crecimiento económico se equivocan. El crecimiento no existe en sí mismo sino a través de su indicador, que es la variación del Producto Interno Bruto. Pero el aporte del sector gobierno al PIB se mide por los sueldos que paga, y como con asueto o sin él no variará la nómina salarial del Estado, su Producto no se verá afectado. Esto lo sabía muy bien Domingo Cavallo, que una vez, siendo ministro, prometió a los empleados públicos subirles el sueldo cuando aumentase su productividad, aumento que dependía de que él les aumentara el sueldo. Había encontrado la excusa perfecta para mantener congeladas las remuneraciones.
Si algún acreedor defolteado del Estado argentino tomara a mal que su deudor cultive el ocio en lugar de redoblar su esfuerzo para poder pagar, debería recordar que este sector produce “no transables”, es decir, bienes (servicios, en su caso) que no pueden exportarse, y, por tanto, no están en condiciones de generar divisas. Sí es posible que se demoren trámites de exportadores, pero lo que no se hace un día puede hacerse otro. Pasa como con los famosos paros del agro: igual los cultivos siguen madurando y el ganado engordando.
Otros dirán que tanto asueto conspira contra la cultura del trabajo, pero ésta no siempre resulta deseable para los gobernantes. Cuando más gente ociosa desea trabajar, el probable resultado estadístico es que se eleve la tasa de desocupación porque la disponibilidad de empleos no tiene por qué ajustarse a su demanda. En cambio, los holgazanes nunca amenazan la imagen del gobierno: como se automarginan del mercado laboral, no le quitan el trabajo a ningún semejante, sin por eso engrosar las cifras de desocupación.

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