SOCIEDAD
En Irán sólo queda el horror de buscar cadáveres
Ayer apareció con vida una beba protegida por su madre muerta. Ya se enterraron 25 mil cuerpos. Y no quedan sobrevivientes.
Por Georgina Higueras *
Desde Bam
“Dile a Dios que me mate. No quiero vivir.” Akbar Hasami, de 54 años, es uno de los miles de sobrevivientes del terremoto de Bam que pasado el primer impacto del horror comienza a sentir el insoportable dolor de la tragedia. Hasami, oficial retirado de la Armada, da vueltas alrededor del edificio donde un equipo de rescatadores austríacos trata de recuperar el cuerpo de su hijo Amin, de 21 años. “Es mi hijo, es mi hijo”, va diciendo a cada uno de los congregados, mientras se sube y se baja de forma mecánica el gorro de lana azul marino que lleva puesto. Hasami, su mujer y otro hijo lograron salvar la vida porque, cuando a última hora del jueves sintieron el primer movimiento sísmico, se fueron a dormir a la entrada de la casa. La precaución los libró de la muerte. Seis horas más tarde, la sacudida fue brutal. Apenas les dio tiempo a abrir la puerta y salir. Las paredes ya se estaban derrumbando y segundos después sólo quedaba un cerro de escombros. Desde el sábado sólo se lograron rescatar vivos dos niños. Uno de 18 meses, cuya madre lo protegió con su cuerpo, al colocarse sobre él como si fuera una tienda. El otro fue una niña de dos años a la cual salvó una heladera y el que la pared se desplomase entera dejando una cavidad entre ésta y la heladera que permitió a la niña respirar hasta que la encontraron.
Roto por el dolor, Hasami se pregunta por qué no fue a avisar a su hija, que vivía cerca, de que la tierra rugía. Cuando llegó a verla, ella, el marido y su única nieta, con tan sólo un año y medio, estaban sepultados bajo un amasijo de escombros. Después se enteró de que Amin, que dormía en la farmacia en la que trabajaba, había desaparecido. El lunes se recuperó su cadáver.
El desierto que rodea Bam, situada a 1000 kilómetros al sudeste de Teherán, se ha convertido en la tumba de los habitantes de este enclave situado a medio camino entre Europa y China. El cementerio de la ciudad no daba abasto con su recinto para recibir a tanto muerto y los soldados del ejército iraní que ayudan en la labor han optado por extender los límites del campo santo. Apenas hay distinción entre un enterramiento y otro. Parecen pequeñas dunas de arena. Sobre algunas han hincado una palma, en otras han dejado desde una silla a una lata, cualquier prenda del muerto para reconocer después dónde está. Esto sólo sucede si algún familiar asiste. La mayoría de los cadáveres llega en furgonetas que los van recogiendo por el camino. Están envueltos en mantas y el mulá se limita a extender un lienzo blanco sobre el suelo y envolver el bulto para que llegue limpio al paraíso. La tradición musulmana exige lavar a los muertos, pero en Bam no hay ni tiempo, ni agua, sólo el desierto con la inmensidad de su arena recibe a las víctimas de un terremoto ocurrido a las 5.30 de la mañana del viernes. Ya hay 25.000 bajo tierra.
A esa hora, los más creyentes se habían levantado para rezar mirando hacia La Meca sus oraciones diarias. Alí Dejkan fue uno de ellos. Se encontraba ya inclinado en el patio de su casa y, de pronto, la sacudida lo lanzó al otro lado del patio, pero al estar al aire libre salvó la vida. No así su mujer y los tres hijos que vivían en la misma casa, que perecieron instantáneamente bajo las paredes desplomadas. Envuelta en un chador negro junto con otras tres mujeres, todas ellas cargadas con su propia tragedia, la hija que le resta lloraba ayer sobre las ruinas.
“¿De dónde vienen los terremotos?”, preguntaba Pardis, de 21 años, estudiante de Imagen en Teherán, que vino a Bam para su primera filmación en directo de una tragedia, que ha reducido a escombros una ciudad de 80.000 habitantes y cuyas consecuencias se han dejado sentir en 17 kilómetros a la redonda y afectado a unas 200.000 personas. “En Irán se dice que los terremotos son obra de Dios. ¿Puede ser posible o hay otra explicación?”, insistía el joven, debatiéndose en la lucha entre ciencia y religión que soportan las nuevas generaciones de la República Islámica, en la que impera la sharia, la ley de Dios.
Mohamed Nanyú, que vive en la capital provincial, Kerman, a unos 200 kilómetros de Bam, arremete contra el gobierno islamista que “empeñado en ayudar a palestinos, afganos y otros mientras abandona a su pueblo. Si estas casas hubiesen estado bien construidas no habría muerto tanta gente. Es imperdonable que el gobierno, después del terremoto de 1990 que costó la vida a 37.000 personas en las provincias de Gilan y Zanyan siga sin imponer una construcción con unos mínimos de seguridad”. La mayoría de las casas de Bam eran de adobe al igual que su ciudadela, la mayor fortaleza de barro del planeta, un tesoro construido entre los siglos XVI y XVII que ha quedado reducido a polvo.
La Oficina de Coordinación de Ayuda Humanitaria (OCHA) considera que ya ha llegado el momento de pasar de las tareas de rescate a las propiamente humanitarias. “Ahora es la ayuda humanitaria lo que se necesita. La mayoría de la gente que está en tiendas corre por la noche peligro de congelación. Se necesitan hospitales móviles y cooperar con el gobierno iraní en las tareas de infraestructura”, afirma Ted Pearn, máximo representante de OCHA para esta catástrofe.
* De El País, de Madrid. Especial para Página/12.
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