Vie 09.01.2004

SOCIEDAD  › ROBAN UN CADAVER PARA PEDIR RESCATE EN ENTRE RIOS

Secuestro sin prueba de vida

Una banda local violó un nicho en el cementerio de Gualeguay y se llevó los restos de un hombre con la intención de pedir rescate. Antes de la negociación, el cuerpo fue descubierto.

› Por Horacio Cecchi

Hasta la madrugada del miércoles, Gualeguay era una ciudad relativamente tranquila. Pero fue rozada por la industria del secuestro. Rozada de una forma particular y bizarra. Campostrini es un apellido tradicional de la zona y de buen pasar económico. El pater familiae, don Lorenzo Campostrini, fue el nombre marcado por una banda. El secuestro fue especial, porque hubo un error de cálculo y la banda se llevó a otro Lorenzo, don Pablo Lorenzo, su padre. Pero hubo algo más absurdo que el error, tan absurdo que el caso no hubiera constituido delito de no ser por la llamada del rescate: tanto don Pablo como su hijo fallecieron hace tiempo. El secuestro consistió en el robo de sus restos. La banda recién se enteró de su error al llamar a la familia. La policía logró recuperar los restos.
Por el momento, no hay pistas sobre la banda. Pero existen muchas pruebas que permiten reproducir fielmente el recorrido del caso. Campostrini es un apellido tradicional de Gualeguay, una ciudad de 40 mil habitantes ubicada a la vera del río del mismo nombre, al sur de Entre Ríos y próxima al Paraná. Allí, don Pablo Lorenzo Campostrini supo instalar su apellido y su status de la mano de un corralón de materiales que, con el tiempo, se transformó en el más grande de su rubro en la zona. Don Pablo tuvo un hijo, don Lorenzo, que lo acompañó y lo sucedió al frente del corralón familiar tras su fallecimiento en 1992. A su vez, don Lorenzo también murió y las riendas del negocio la tomaron sus hijos, Lorenzo y Pablo.
Que los Campostrini no son acaudalados millonarios lo saben todos en Gualeguay, pero también que tienen muy buen pasar económico. En algún momento, los dueños del corralón quedaron en la mira de una banda que buscó experimentar nuevas líneas de acción. El miércoles por la madrugada, equipados con barretas, linternas, escaleras y un estómago a toda prueba, un número indeterminado de hombres entró al Cementerio Municipal, al sudoeste de la ciudad, frente a la plaza Rocamora. Buscaron entre los nichos de la parte vieja del predio hasta descubrir, en la segunda hilera desde el suelo, un nicho con la plaqueta familiar de “Pablo Lorenzo Campostrini”.
“La hipótesis es que erraron el objetivo –confió en absoluto off a Página/12 un investigador–. Creemos que buscaban a Lorenzo, el hijo, también fallecido.” Rompieron el mármol, picaron ladrillos. Dentro se encontraron con dos féretros. Uno, de don Pablo; el otro de su esposa, Teresa Arias. Abrieron el primero y retiraron una caja de metal en la que reposaban los restos. Colocaron la caja en una bolsa y treparon las escaleras, dejando un reguero de huellas en su camino. A las 6.30, los cuidadores descubrieron la profanación e hicieron la denuncia a la policía.
En el ínterin, se produjo el primer contacto de los secuestradores con la familia. Un directo allegado a la familia reveló a este diario parte de ese contacto: “Atendió Pablo, el nieto de Pablo Lorenzo. Le dijeron que tenían los restos de su viejo y que le iban a pedir un dinero. El no lo podía creer. ‘Andá vos y velo con tus propios ojos’, le dijeron. Pablo fue al cementerio y se dio cuenta de que se habían llevado a su abuelo. Cuando dijo esto, le cortaron y no se volvieron a comunicar”.
No hubo tiempo para negociar números, ni para presionar a la familia con el silencio, ni para discutir pruebas de ningún tipo, porque el despliegue de los investigadores fue inmediato y efectivo. Mientras se producía la negociación, sin necesidad de intervenciones telefónicas, los investigadores siguieron la pista dejada por una banda de escasa profesionalidad hasta desembocar en el aguantadero donde mantenían al rehén: un baldío, a una cuadra y media del cementerio, en un sector donde se notaba la tierra removida. Los restos de don Pablo fueron liberados y enviados a Gualeguaychú para constatarlo mediante el ADN. El caso fue tomado por el juez Osvaldo Fioroto que se verá en figurillas para imponer condena: en el país, robar cadáveres no es delito, pero pedir rescate por ellos es extorsión y tiene penas de entre 2 y 6 años. En el caso Campostrini, hubo un intento de extorsión no formulado para cobrar rescate por algo que no se tenía.

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