SOCIEDAD › PINAMAR PLAZA, EL CORAZON DE LA MOVIDA EN ESA CIUDAD
Escenas de un centro comercial
Hacer compras, tomar café, planificar la noche o hacer citas. De día, noche o madrugada, la vida de Pinamar está allí.
Por Carlos Rodríguez
El Pinamar Plaza –un shopping a cielo abierto– es como el corazón de las playas de este lugar del mundo. Durante el día, gente de todas las edades pasea por sus calles internas en tren de hacer compras, de tomar un café o de comer algo rápido, mientras que en la tarde-noche, y sobre todo en la madrugada, es el sitio de referencia para las citas, para hacer reuniones multitudinarias donde se planifica y se decide la diversión nocturna o el lugar ideal para jugar al bowling, bailar con una murga o con el fantasma de Marley, escuchar la música de última generación o hundirse en las aguas del tiempo oyendo La Balsa en versiones que hacen comprensible, a la distancia, la trágica y premonitoria decisión de Tanguito. El Pinamar Plaza pretende ser un lugar fino, y lo es, pero cuando se mira en sus entretelas, no deja de sorprender el encontrar en una misma vidriera, calculadamente irrespetuosa, el toque distinguido de Giovanna Di Firenze, Fred Perry o Awada, salpicados por la mostaza de los miles de panchos que se consumen cada noche como si fuera la comida nacional. El comensal, nunca mayor de 20, se limpia los dedos en el buzo de Fila, mientras cuenta a sus amigos del verano lo buenas que están las potras en alguna playa lejana y carísima, a la que viajó con la plata que le regaló papá.
En medio del lujo y de cierto despilfarro que va decayendo cuando se acerca el fin de la quincena, hay lugar para los que vinieron a trabajar y en los ratos libres, divertirse. Brenda es moza en el restobar De La Plaza, donde cada café es acompañado por trocitos de cáscara de naranja en almíbar, bañados en azúcar, ideados por la mano maestra de Berna, la cocinera. “Yo vengo a trabajar todos los veranos y después me vuelvo a González Catán, en la provincia de Buenos Aires, que es donde vivo con mi familia”. Ella es una chica de clase media baja y Pinamar “es una fortuna en mi vida porque tengo un buen trabajo y hasta puedo ahorrar algo”. Gonzalo, que atiende en Panchos Gourmet, es de una familia acomodada, de San Isidro, pero la yuga igual: “Prefiero venir a trabajar, pagarme buena parte de las vacaciones (se toma los tres meses porque nunca deja ninguna materia pendiente) y en las noches salir de reviente”. Trabaja de 16 a 24, se baña y sale para la disco y duerme religiosamente de 9 a 14, cuando se levanta para volver a los panchos. “Lo bueno es que siempre me encuentro con amigos y amigas que vienen a veranear con los padres, de manera que nunca ando solo.”
El Pinamar Plaza, inaugurado en la Navidad de 2002, es definido como “una plaza de góndolas” por la empresa constructora, Bodas, Miani, Anger y asociados. El centro comercial queda en medio de las calles Simbad el Marino, Constitución, avenida Bunge y avenida Libertador. Tiene una calle central que está montada sobre lo que parece un muelle construido con listones de madera. Los negocios centrales están en locales donde predomina también la madera, mientras que a los dos costados están los demás negocios, levantados en cemento. En conjunto ocupan unos 1000 metros cuadrados, con comercios en distintos niveles. A los costados de la nave central, los locales se asoman como si estuvieran sobre balcones y a los otros hay que llegar bajando las escaleras, como si se tratara de un subsuelo. Después de las 19, todo el shopping y sus alrededores es copado por una multitud bulliciosas y menor de edad.
Sobre el muelle hay bares, negocios de venta de artesanías finas, El Cubanero, que hace deliciosos cubanitos rellenos, y los riquísimos chocolates Bombleit. Los más chicos –hay pequeños de 4 a 10 años hasta altas horas de la noche, acompañados por sus papás– se divierten con los juegos electrónicos en Pac-Man o en CenterRplay, donde están los últimos chiches de la técnica y los viejos metegoles con arqueros retacones, pintados con los colores tópicos de los taxis de la ciudad de Buenos Aires. Los bohemios, que generalmente se quedan a guitarrear o aimprovisar batucadas, eligen por lo general las terrazas, donde están las pancherías. Allí la música que suena es Marley, el rock en sus distintas variantes y hasta algún toque de Sabina. Por afuera, es decir sobre la vereda de los negocios ubicados sobre las cuatro avenidas que rodean al complejo, los lugares de encuentro son para los que van camino de las discos Ku y El Alma.
El frente de la heladería Munchi’s, en realidad aledaña al centro comercial, pero incorporada a él por cercanía, se llena cada noche con centenares de jóvenes que consumen algún helado y que reciben cientos de invitaciones para las discos de Pinamar y Gesell. Allí se citan las parejitas del verano, mientras escuchan y ven, sobre un cartel enorme de Ford, un grupo de jóvenes que dibujan sus coreografías “caminando” encima de una pizarra ubicada en posición vertical. Mientras los bailarines Leonardo Haedo, Juan Pablo Sierra, Paula Bandini y Cecilia Gómez hacen sus coreografías de pie sobre el plano vertical, los elastiquistas Leandro Aíta y Lucas Martelli se mueven en imaginarios trapecios que suben y bajan.
La producción del espectáculo, que seguirá hasta mediados de febrero, está a cargo de Pablo Robles, de Puerto K (¿kirchneristas?), y el desempeño recibe siempre el aplauso general, desde la misma vereda o desde las vecinas. La música que acompaña los movimientos en la altura choca con las trovas de un matrimonio que canta desde A mi manera, en inglés hasta Canción con todos, y mucho más con la guitarra de una rockera mayor de edad que confirma que La Balsa es casi tan vieja como el himno. Los que tienen pocos espacios, después de la 1 de la madrugada, son los mayores de 30. El único reducto que les queda es el Cool Bar, donde la luz es tenue y las butacas cómodas para sentarse a conversar con un buen café de por medio.
Sobre la avenida Libertador, la más transitada día y noche, puede verse la actuación a la gorra de Los Vencedores del Humo, una murga llegada de Gonnet, cerca de La Plata, que noche a noche junta para el morfi. Desde un departamento del primer piso, cuatro lindas chicas, enamoradas y solidarias, arrojaron besos y bananas, a falta de monedas, ante el agradecimiento infinito de los que cantan por unas chirolas. Por las señas que se hacen y los datos que se tiran, en un sube y baja que va desde la vereda al balcón, es muy posible que se hayan formado otras parejas. Cupido pasa todas las noches por el Pinamar Plaza.