SOCIEDAD
› JOSE MARIA “PADRE PEPE” DI PAOLA, PARROCO DE LA VILLA 21
“Aquí la vida es más humana”
A los 41 años, es el continuador de De la Sierra y Mugica en la iglesia de Caacupé, en la villa de Barracas. Explica cómo es la vida entre la miseria, la marginación y la creciente violencia, y cómo, en aparente paradoja, hay más preocupación, solidaridad y recepción para el que no tiene nada y no es nada. Y cómo es eso de ser cura en un contexto donde se va de Dios a la sopa de los comedores y la organización social.
Por Andrew Graham-Yooll
–¿Qué es lo que más le impresiona de la vida en la Villa?
–Para mí es un ambiente totalmente diferente al que conocemos los que estamos acostumbrados a otra vida en la ciudad. Hay pobreza y hay marginalidad. Yo he ido a misionar a pueblos del interior donde hay pobreza grande, como ser en Santiago del Estero. Acá se mezcla la marginalidad de los barrios del centro de la ciudad, con las facilidades que ofrece la ciudad, es decir, hospitales y escuelas cercanos, mayor posibilidad de encontrar trabajo a distancia accesible... Y también está todo lo malo de la ciudad, la droga, la violencia, la mala vida. Aquí se vive diferente, porque esto no es un barrio común de Buenos Aires ni tampoco es el pueblo de donde viene la gente, del interior o de la campaña paraguaya o boliviana. Acá está todo eso mezclado con gran intensidad. Es un ambiente socialmente definido que escapa a una definición precisa para la vida urbana, esto es “la villa”, pero la palabra no explica, simplemente margina. Por eso exige que una mirada abarque de otra manera. No se puede aplicar lo que se presenta en un barrio de la ciudad, ni tampoco lo que hay en un pueblo de Santiago del Estero o del Paraguay. La realidad es otra.
–¿Cuáles son las proporciones relativas de origen entre los habitantes de la Villa 21? Hablando con un vecino me decía que había 80 por ciento paraguayo y un veinte argentino.
–La Villa 21 tiene distintos sectores. El de Tierra Amarilla está cruzando Iriarte, están el sector de Alegre, el Asentamiento... Yo diría que la mayoría de los habitantes son de origen guaraní: o son paraguayos o litoraleños. Es muy frecuente escuchar el habla guaraní, la música de la región. La Villa 24, que es la que está entre la 21 y el Riachuelo, es de mayoría argentina. Ahí predomina el inmigrante del norte argentino, santiagueño, tucumano. También hay una inmigración nueva que es la peruana. No sabría dar porcentajes. De hecho se llama la villa de los paraguayos. El nombre de la iglesia lo eligió la gente, no lo decidió el arzobispado. El fundador de la parroquia, el cura Daniel de la Sierra, preguntó a la gente qué nombre ponerle y aquí querían que fuera Nuestra Señora de Caacupé, que es la patrona de Paraguay (y ciudad capital del Departamento La Cordillera, en Paraguay). La parroquia se fundó en 1987, cuando pasamos a tener una organización independiente. Antes se conocía la zona como Villa del Sagrado Corazón, y era dependiente de la basílica del Sagrado Corazón (en Vélez Sarsfield e Iriarte).
–¿Cómo son las relaciones entre nacionalidades?
–Es positiva, en general. Salvo personajes que se meten en peleas. Casi todos tienen un familiar o amigos paraguayos, o los paraguayos tienen hijos que son argentinos. Se da una combinación casi natural, no hay grandes rivalidades, excepto cuando hay partidos de fútbol. No hay animosidad, en general. Siempre hay gente que puede expresar cierto racismo, pero no sale de la mayoría.
–¿Por qué a la gente afuera le da miedo la Villa? Es comprensible el temor a la violencia física, al robo... pero hay otro temor más marcado, el miedo a la pobreza.
–Creo que, primero, estamos hablando de culturas diferentes. Por lo tanto el miedo a la pobreza influye, muchísimo. Desde hace siete años que vivo aquí y aprecio muchos valores de la cultura de la villa. Siento que los vínculos que se generan entre la gente tienen otra fuerza. Acá se festeja en la calle, por ejemplo, la Nochebuena. Es muy común ver a los vecinos con una mesa para todos. Yo pongo una mesa y viene a comer toda la gente que está sola, comemos, y luego viene otra gente a saludar. No hay ningún hecho de violencia. Más bien hay un vínculo solidario que no se da en otros lados. Surgen lazos de amistad. Han habido gente sola o un inmigrante, o un migrante de otra provincia que están solos, que de pronto encontró que en la villa hay gente que llegaron como ellos, aquí los saludan, los llaman por su nombre. En otro barrio serían un anónimo total. Aquí esas personas son alguien. Cuando a veces tengo que hablar de la villa resalto que tiene aspectos positivos que no es lo que se percibe generalmente. Lo que se sabe de la villa es la cara negativa. Yo me habitué tanto que me gusta vivir aquí. Ojo, no estoy diciendo que quiero que siga la pobreza. Eso quiero que cambie, pero en cuanto a la vida de relación es mucho más humana que la que se da en otros barrios. Hay desconocimiento. Cuando decía al principio que esto es culturalmente diferente, hay que tener en cuenta que lo que es tan diferente, como lo es, produce miedo en la gente. Las familias que viven a dos o tres cuadras de los límites de la villa sabe que aquí hay sesenta hectáreas en las que la vida no es como la de ellos. Pero más allá, el desconocimiento y la separación producen prejuicios, que a su vez alientan la distancia. La desconfianza puede venir de afuera hacia adentro o de adentro hacia fuera. Por eso la integración es fundamental. Yo tengo un hogar de varones adolescentes que viven con una laica consagrada.. Por ahora son cinco jóvenes que no tenían hogar, ahora estamos construyendo más habitaciones. Me encanta que vengan a pedir permiso para ir a jugar al fútbol con chicos del colegio por Montes de Oca. Se van relacionando, algunas veces los invitan a comer a otras casas. Y hay chicos que vienen de visita, a jugar fútbol aquí. Tenemos mucho trato con los colegios del Estado y religiosos de la zona, por lo que permanentemente motivamos que salgan de acá y que vengan otros a visitarnos.
–¿Cómo le impresiona el sistema de patrullas de Gendarmería y de otras fuerzas de seguridad, como en Fuerte Apache, y en La Cava y otros? Ahora se extiende el patrullaje a la Villa 31 de Retiro y otras nueve más. En el único lugar que he visto opiniones expresadas, si bien no de gente de las villas, fue en Página/12 (8 de febrero).
–Creo que puede haber una equivocación de origen al pensar que esto evita la delincuencia en otros barrios. No es así. Delincuentes hay en todos los barrios. Vemos que hay raptados en un country, otro en una playa de estacionamiento. Son acciones más elaboradas, de una criminalidad más organizada, que no es de la villa porque aquí se sabe todo. Eso por un lado. Por otro, a la gente le alegraría tener seguridad, porque la primera víctima de la violencia es siempre la gente más pobre, en este caso de la villa. Cuando hay mucha arma, mucha violencia, se sufre acá. El albañil que vive en la villa quiere salir de su casa, ir a su trabajo, volver y estar tranquilo. No quiere estar pendiente de qué le puede pasar a él o a un hijo en la parada de colectivos. Los que más aprecian la seguridad son la gente de la villa. En la ciudad de Buenos Aires el caos está generalizado, se refleja en la villa desde hace muchos años. Pero refleja la violencia, no la origina. Es más compleja la situación exterior: la gente no quiere ver lo que sucede aquí dentro, lo prefiere escondido, pero a la vez sospecha que todo lo malo es lo que está escondido acá y no lo de afuera. Eso tiende a exagerar circunstancias y distorsiona la realidad. Lo que puede temerse de un patrullaje tan amplio es que sea discriminatorio. Por qué una atención especial, como si aquí estuviera concentrada la criminalidad. No me terminan de convencer estas medidas.
–La respuesta a lo que ha dicho es que hay armas y hay droga en la villa. Hay gente que viene acá a buscarlas para vender afuera.
–¿Por qué no hay control de armas, por qué cualquiera puede tener una? Si estamos viviendo en una sociedad de vaqueros donde los problemas los resuelve el que dispara primero o el que tiene mejor puntería, la pregunta es por qué el Estado no se pone duro y manda la Gendarmería no sólo a la villa, pero a todas partes y obliga a todos a entregar las armas. Hay que ir a la raíz del problema. ¿Por qué en los últimos veinte años hay tantas armas en la calle? Hay que ver la realidad... Por ejemplo, en la tele se ve un allanamiento en la villa y que sacan armas. El que mira televisión siente alivio porque secuestraron armas en una villa. Los vecinos dicen ¡Qué alivio! Pero uno sabe que ese tipo de secuestro de armas es un show, como recetar una aspirina para un tumor. Los grandes depósitos de armas clandestinas no están en las villas. Si la Argentina quiere tomar en serio estas cosas, la violencia extendida a todo el país se tiene que curar no con más violencia, ésa ya la tuvimos. Se necesita legislación bien aplicada. En un país lógico la gente no tiene por qué tener armas para defenderse de otros. Es un error pensar que aquí en la villa todos tienen armas. Pero lo mínimo que necesitamos para ser lógicos es una Justicia recta. Aquí en la pared tengo fotos del grupo juvenil con chicos que murieron por la violencia. Nunca me había pasado en una parroquia tener en el grupo juvenil a chicos que fueron muertos. Aquí he tenido que dar el responso a varios chicos que murieron por la violencia.
–¿Murieron dentro de la villa?
–Dentro. En Iriarte y Luna tenemos una gran cruz blanca, y ahí hemos anotado los nombres de muchos que han muerto por la violencia. El Día de los Difuntos se hace una misa ahí. La gente va agregando los nombres de los muertos en el barrio. No todos, porque hay gente que no murió violentamente, y hay nombres que faltan. Esas son cosas personales. Pusimos la cruz como un acto de esperanza. El cristiano sabe que pueden matar el cuerpo, pero no el espíritu de la persona. Pero también es el símbolo de un grito ante esta situación que se vive acá adentro.
–Hace un rato hablábamos de la cultura de la villa, pero dado que la villa no es un estado ideal, parecería una contradicción, ¿es la cultural de o la cultura en la villa? Por ejemplo, la solidaridad que describió, antes, digamos hace cuarenta años, existía en casi todos los barrios de laciudad. Había fiestas en la calle, y todo eso. Entonces, la marginación de la villa representa una discriminación, la gente se está encerrando aquí y tiene lo que antes había en otros barrios.
–Hay varios componentes. La primera es que mucha gente trae la idiosincrasia del interior, de la vida de pueblo. Una persona de pueblo, en Corrientes, por ejemplo, convive con los vecinos, se prestan cosas. La procedencia marca a la gente. No vienen de una cultura individualista, sino una más bien solidaria. Otra, es cierto que la villa mantiene algo de los barrios de antes que los barrios perdieron al construirse edificios de departamentos, o al cambiar la forma de vida de las familias porque la casa dejó de ser punto de reunión. Después, para alguien que viene de afuera, que no tiene nada, ni parientes, ni plata, la villa se convierte en un lugar que lo recibe sin prejuicios, porque muchos tienen muy poco más que nada. Si esa misma persona va a Caballito, o a Palermo, ¿dónde se mete? Acá un comedor lo va a recibir, a la parroquia va llegar, a lo mejor una persona le va a hacer un espacio en una pieza para que viva un tiempo... Hay un montón de resortes así que hacen que esa persona sola que llega perdida encuentra un lugar de contención. Eso marca una diferencia entre la cultura de la villa y la de los barrios. Ni siquiera los de muy lejos, digamos Parque Patricios o Barracas. Es mucho más solidaria la vida que se da acá que la que se encuentra cruzando Amancio Alcorta. Como cura se ve, por un lado, la dureza de tener que enterrar a uno de los chicos que aparece en una de estas fotos de campamentos. Por otro lado tengo la satisfacción de estar junto a la gente y aprender de ellos. Hoy, si me dijeran que tengo que cambiar a otra parroquia fuera de la villa, iría, pero me acostumbré tanto a esta vida aquí que le veo lo positivo. Obviamente no quiero que la gente viva siempre en esta precariedad. Quiero que tengan su lote, su casa y lo que buscan tener. Pero quisiera mantener las cosas buenas que se conservan dentro de su cultura. Además del progreso urbanístico quisiera que se conserve esta cultura. Y es una cultura social y solidaria.
–El problema es cómo lograr un equilibrio entre el progreso y la vida solidaria, porque aquí también se está hablando de una gran violencia interna, más allá de lo que es criminalidad.
–La violencia interna no se da como una pelea criminal entre dos entes rivales, se da como una expresión de vida. La misma realidad se encuentra en cualquier barrio pobre, basta ver esa película sobre la favela brasileña, Ciudad de Dios (Fernando Mirelles, 2002). Es la violencia del que busca robar para comprar una droga o para comprar zapatillas. Esto abunda en los barrios del Gran Buenos Aires. La criminalidad existe acá, pero también en cualquier otro barrio. Lo que se vive acá es visto en la ciudad como muy diferente porque las villas ocupan un pequeño espacio que se presenta diferente al resto. Por eso nosotros nos sentimos más identificados con el Gran Buenos Aires que con la ciudad a la que pertenecemos geográficamente. Si tengo que tomar el tren de acá de la estación Buenos Aires a Merlo Gómez a las seis de la tarde, aquí adentro me dicen, “Padre, vaya con alguien que conoce el lugar, no vaya solo.” Vivimos las mismas realidades sociales con muchas partes del conurbano, en una crisis propia. Es la realidad del interior que se mezcla o choca con la realidad de la ciudad, y lo que sale de la mezcla es otra cosa. Se arma una cultura especial, diferente, haciendo de todo una síntesis propia.
–El intendente de Buenos Aires recientemente trajo aquí a la 21 al intendente de París, y en la campaña por el Gobierno de la Ciudad el presidente Kirchner vino para respaldar al intendente Aníbal Ibarra. ¿Esas visitas sirvieron de algo?
–La villa está acostumbrada al paseo de los políticos y funcionarios. Pero está visto como paseo, no asombra. En cuanto a las figuras, se ven pasar a muchas. Cuando se firmó el Plan Arraigo, en 1992, Menem recibió agente de la 21 en la Casa Rosada que ejercieron el derecho de entrar a la Casa de Gobierno. Si le pregunta a la gente, le van a decir que “y sí, pasan...”. Hay un poco de esnobismo en las visitas, y de cansancio entre la gente. Eso se debe a que hay una desconexión, la misma dirigencia se da cuenta. Pero hay que reconocer que después del caos del 2001, hay una esperanza más marcada en la gente. Del Presidente se habla bien. El tiempo dirá.
–En la villa, ¿quiénes asumen la dirigencia?
–Hay muy poca gente que busca una posición política.
–Pero ¿no hay referentes?
–Los hay, por su trayectoria, o por ser fiel a algo durante un tiempo. Eso es lo que más confianza le da a la gente. La perseverancia es lo que atrae. Pero no hay organización de participación de la gente.
–La iglesia, ¿no la tiene?
–Nosotros tenemos la participación más alta como organización. Hay varios motivos, pero los curas en las villas siempre fueron referentes. La época del padre Carlos Mugica es la más recordada, por ejemplo, pero hasta hoy nunca se abandonó la villa, inclusive en la época de la dictadura. El cura que está enterrado en la iglesia, al lado del altar, el Padre Daniel de la Sierra, luchó contra las topadoras. Aun en tiempos extremadamente difíciles hubo perseverancia del cura villero. Por otra parte la gente viene de lugares del interior, o de Paraguay, donde está acostumbrada a participar en su capilla. Traen una buena disposición hacia los religiosos. Tratamos de organizarnos por sectores, por edades, tratamos de desarrollar un trabajo que apunte a la prevención, le damos mucha importancia al deporte, a los campamentos. Tenemos una escuela de oficios donde enseñamos panadería, herrería, electricidad, y tenemos computación. La instalamos a dos cuadras de la villa. Le pusimos el nombre del cura fundador de la parroquia, Daniel de la Sierra, y lo hicimos con Cáritas, de Como, Italia. Está en un antiguo galpón de una papelera. El proyecto se aprobó porque apuntaba a crear trabajo. Nos ayudó mucho Daniel Filmus, cuando era secretario de Educación de la Ciudad. El trabajo de la iglesia acá incluye de todo. Salgo de misa y voy a probar la comida al comedor, tengo cinco comedores, o hay que atender a la necesidad de un chico que pide llamar por teléfono a familiares en Corrientes, a uno que quiere bautizar al hijo, y tenemos un centro de adolescentes donde se da apoyo escolar, y la merienda, después hay que ir al centro de formación profesional, donde hubo más de cien chicos el año pasado. También tenemos un centro de adolescentes mujeres. Para nosotros es importante que los chicos terminen el primario y que hagan el secundario. Atendemos a la gente de la tercera edad, hay muchos que no tienen cobertura, ni siquiera el PAMI. En el comedor de los abuelos nos preocupamos porque tengan atención de salud. La salita aquí ha sido premiada bajo el Plan Remediar, que puso el ministro Ginés González García. El plan nos ha dado la posibilidad de acceder a medicamentos, y también hicimos dos casitas para atender la gente de la calle. No hay una separación entre explicitar la doctrina de fe y la acción social. Aquí todo se mezcla, incluso para el que no es católico porque no preguntamos. Las sectas sí, son grupos cerrados y se ayudan entre ellos...
–Hay muchas sectas en las villas...
–No, son pocas, pero las hay y sus miembros son muy activos para ayudarse entre ellos, como en cualquier grupo cerrado. Nosotros tenemos un comedor para los abuelos, tenemos un jardín para los más chicos, hay que organizar campamentos para los jóvenes...
–¿Se puede urbanizar la villa? Pregunto porque cada vez que hay elecciones, el mensaje político apunta a soluciones como entregar los terrenos en que vive la gente. En la 31, el año pasado, se habló de urbanizar y entregar títulos.
–Se puede, por lo menos en la 21. Tendría que haber reglas claras. El Gobierno tiene que hablar con la gente que estaría muy abierta a eso. La idea original, ese Plan Arraigo famoso era justamente eso. Pero también es muy difícil poner en práctica, por el gran número de gente que vive en la villa. Segundo, la relación más directa entre la gente y el Gobierno tiene que desarrollar una solución de comunidad. No es cuestión de que cada uno diga yo estoy en este lote y así lo quiero. Ahora dicen que van a empezar a hacer algo en Zavaleta, un núcleo habitacional transitorio en Amancio Alcorta, donde antes estaba la planta recicladora. Ya hay un obrador para empezar a construir las casas, y luego demoler lo precario. Parece un proyecto positivo del Gobierno de la Ciudad. Ojalá que se concrete. Zavaleta ha sido transitorio desde la época de Onganía, en 1968. La gente fue puesta ahí porque después le iban a dar una casa. Fue una torpeza. Hay que respetar pautas para no caer en los errores de siempre. Se hacían monobloques que como solución son peores que el problema. Tienen que respetarse los espacios libres, no pueden ser construcciones de más de un piso, hay que hablar con la gente por sectores, no se puede generalizar para todos en una villa de 60 hectáreas. Hay cosas comunes, pero también hay otras muy diferentes. Hay que hablar del trazado de calles, que aquí no había porque era un terreno ferroviario. No importa que sean calles donde sólo entra un coche, hay que respetar lo que instaló la comunidad (en ciudades de Europa esto sucedió). A alguna gente habrá que decirle que alguna casa no puede estar, pero en general se puede respetar el trazo hecho por la gente.Tiene que haber reglas claras que todos puedan respetar. La gente tiene buen concepto de espacios, plazas, lugares para deportes. Espero que no decidan que para tener eso tengan que hacer edificios de 20 pisos y después caemos en algo como un Fuerte Apache. Esos edificios terminan causando más problemas de lo que solucionan. Pero tenemos que reconocer que los curas de las villas estamos ajenos al tema porque no nos invitan a hablar de estas necesidades. En educación hay un muy buen trato, y también en los comedores, donde se ha hecho que todo el mundo participe. Pero el tema de la urbanización es de pocos.
Subnotas