SOCIEDAD
› DIALOGO CON LA ESCRITORA INDIA ARUNDHATI ROY
“Bush es peor que Bin Laden”
Su primer libro, El dios de las pequeñas cosas, le dio fama mundial. Pero, lejos de sucumbir al éxito, Roy ha usado su influencia para convertirse en activista contra la pobreza, por la paz y los derechos de las mujeres. En esta conversación describe el sistema de castas –que “son peor que el apartheid”, asegura– y considera que el mundo se ha vuelto mucho más inseguro por la reacción norteamericana al 11 de septiembre.
Por Georgina Higueras *
–¿Por qué ha pasado de escritora a activista?
–No me considero una activista. Sigo siendo escritora, aunque escriba no ficción. Es triste pensar que los escritores sólo tienen que hacer algo que no suponga compromisos sociales, como si fuesen unos simples animadores. Eso degrada la definición del escritor. Especialmente ahora, en estos tiempos tan complicados, es muy importante para nosotros utilizar el poder del arte, el cine o la música para hacer frente a lo que sucede.
–¿Los intelectuales deben seguir siendo los que alcen la voz para denunciar?
–No todos lo han hecho. Hay algunos intelectuales completamente cómplices del poder. Hay que dejar claro que no hay homogeneidad. Lo que me parece extraño es que ahora se piense en los escritores como en un tipo de producto que se vende en una librería y no tiene nada que ver con lo que sucede a su alrededor. De los que se habla por la cantidad de libros vendidos, los premios ganados o sus apariciones en este periódico o revista. Esto reduce completamente el significado de un escritor.
–¿Qué supone ser mujer en la India?
–La India es un país en el que se viven varios siglos al mismo tiempo: lo más medieval con lo más avanzado. Mujeres que viven más reprimidas que bajo el régimen talibán; sobre las que los hombres de las castas superiores tienen el derecho de pernada y se permiten elegir a la que van a violar cada día. Pero también las hay que no necesitan sentirse jóvenes y guapas para ponerse en marcha. He viajado por Europa y Estados Unidos y veo que allí también se ha reducido el espacio de las mujeres. Es casi cómico verlas, bien tras el velo, o tras el maquillaje y los pechos de silicona. No sé cuál de las dos situaciones es más violenta. Pienso, sin embargo, que en la India tienen un espacio mayor.
–¿Qué espacio?
–Hay una participación enorme de las mujeres en la sociedad. Tal vez se deba a que la lucha por la independencia fue predominantemente no violenta, lo que incrementó la presencia de la mujer. Si hubiese sido un movimiento violento, el espacio de la mujer se habría reducido porque, cuando la resistencia es violenta, las primeras en sufrir son las mujeres de los combatientes.
–¿Se siente orgullosa de ser una mujer de la India?
–Sí y no. Aquí se puede encontrar la mayor represión; familias que dan de comer a sus hijos y niegan el alimento a sus hijas. Hay de todo, pero no se puede ignorar el hecho de que hay grandes activistas y de que, por donde quiera que vayas, hay una importante presencia de mujeres de bandera.
–No en vano Indira Gandhi estuvo varios años al frente del gobierno indio...
–Tonterías... Eso tenía que ver con el patriarcado, con que era hija de Nehru. Eso es un feminismo falso, que aparece también en Sri Lanka, Pakistán y Bangladesh. No debemos olvidar que las mujeres también han sido cómplices de la violencia de los hombres. Ahora, sin embargo, hay algunas otras que no tienen nada que ver con ser viudas o hijas. Como Sheila Dixit, que es la jefa del gobierno de Nueva Delhi o Vijaya Raje Scindia, jefa del gobierno de Rajastán.
–Su madre, Mary Roy, se divorció cuando no lo hacía casi nadie y su impugnación ante los tribunales cambió la ley de herencia a favor de las mujeres. ¿Ella le enseñó a ser rebelde?
–No creo que ninguna madre enseñe a su hija a ser rebelde. Cuando eres joven te sientes bien siendo rebelde, pero yo ya no soy joven, aunque es bonito pensar en una misma como en un rebelde. Mi madre es una persona extraordinaria, pero tengo una relación complicada con ella; empezando porque a los 18 años me fui de casa porque no podía vivir allí. Mi infancia fue la de una niña que crece en un lugar tradicional en el que es totalmente inaceptada.
–¿Entonces lo que más le marcó fue la ausencia de su padre?
–No tener padre fue algo muy importante. Primero porque no tuve el modelo del hombre que hace lo que los demás hombres del lugar: pegar a su mujer. Mi madre también era rechazada por su comunidad por haberse divorciado, pero yo soy muy diferente de ella en muchas cosas, casi lo opuesto. No es que mi madre me enseñara a rebelarme, fueron las circunstancias del mundo que me rodeaba; cuando nadie pensaba que aquello pudiera ser posible, mi madre, divorciada; mi abuela, divorciada, y yo, divorciada. A la gente normal no le pasa nada parecido.
–Yo creía que usted no se había casado.
–Bueno, no está claro (¡ja, ja!). Era muy joven, debía de tener 18 o 19 años. Siempre me he aburrido de hacer cola en los registros. No nos casamos realmente, pero eso es una cuestión social, y nunca supe muy bien si estaba casada o no. Fuese lo que fuese, se acabó.
–¿Es cierto que su madre siempre le aconsejó que no se casara?
–Sí, eso decía. Matrimonio, divorcio... soy un poco anárquica, nunca he creído ni en lo uno ni en lo otro. No me lo tomo seriamente, creo que las relaciones son más importantes que todo eso.
–¿Tiene alguna relación con su padre?
–Sí. Mi hermano fue a buscarlo y lo encontró en alguna parte. No fue un reencuentro con música de fondo como en las películas. Yo tenía 28 años. Francamente, me encuentro incómoda hablando de esto. No es importante.
–Usted ha declarado que El dios de las pequeñas cosas es un libro sobre la libertad y sobre las castas. ¿Cómo se puede luchar contra esa terrible división de la sociedad?
–Creo que además de todo el fascismo contra los musulmanes, en la India existe el apartheid. Sin duda, las castas son peor que el apartheid. Se necesita un movimiento radical porque incluso entre los dalits (los intocables) hay más castas e intocables más bajos y, en medio de todo esto, está la discriminación contra las mujeres. No es que no haya habido cambios en estos años, hay intocables que ocupan altos puestos en los estados de Bihar y Uttar Pradesh, pero las castas son lo más indio de la sociedad india. Es increíble cómo están enraizadas y vivas. Hay elecciones, pero se vota en base a la casta. Para colmo, ahora los fundamentalistas hindúes tratan de movilizar a los dalits y otras clases bajas contra los musulmanes.
–Tendrá que haber una salida...
–Sudáfrica no ha acabado con el apartheid. De hecho, las familias negras viven incluso peor que antes. Vivimos tiempos espantosos. Los extremistas hindúes de las RSS van con su ejército de voluntarios por hospitales y escuelas difundiendo sus mensajes fascistas. Ellos comprenden el vacío de poder mucho mejor que la izquierda, que se limita a hablar con un lenguaje del siglo pasado y a celebrar grandes debates entre intelectuales. La gente se siente vulnerable y está asustada porque no es el Estado sino una horda apoyada por el Estado, como Europa sabe muy bien. Modi era jefe del gobierno de Gujarat y, después de la matanza de 3000 musulmanes en 2002, no sólo no dimitió, ni le han juzgado, sino que el año pasado volvió a ganar las elecciones en el mismo estado. Predicar hermandad y amor vende menos que predicar odio. Muchos de nosotros somos conscientes de que, si no se puede hacer nada es que la convulsión está por llegar.
–¿Qué significa para usted la libertad?
–Es una palabra muy profunda. Se podría decir que significa elección, pero no una elección consumista. El consumo es lo opuesto a la libertad. Libertad es la posibilidad de opciones radicales. Por eso pienso que, hoy en día, en países como la India existe más libertad que en Europa o Estados Unidos, donde las elecciones radicales han desaparecido prácticamente. Allí uno no puede imaginarse fuera del sistema; de una forma u otra lucha por preservarlo, mientras que aquí existe todavía la posibilidad de cierto salvajismo. Allí todo tiene su código de barras. A veces, lo que los occidentales dicen es verdaderamente chocante. Recuerdo a un historiador de Cambridge que me dijo que el hecho de que escribiera el libro en inglés era un tributo al imperio británico. Fue como decirle al hijo de una mujer violada que era el tributo a la brutalidad de su padre.
–¿Qué opina de la unión entre política y religión?
–Obviamente no es una buena combinación, aunque es inevitable. Están mezcladas desde el tiempo de las Cruzadas. No hay una forma artificial de separarlas. Lo que supuestamente debía de ser lo más humano y apacible es usado como el arma más brutal, más que las armas nucleares. Es lo que ha dado razones a los humanos para ir a la guerra y barrer pueblos, para cometer genocidios.
–¿Cree que existe alguna justificación para que la India tenga armas nucleares?
–No, no existe justificación alguna para que un país tenga armas nucleares. Tengo una posición moral al respecto, no una inteligente, práctica o de realpolitik.
–¿Qué la lleva a los foros antiglobalización?
–Hablamos de grupos antiglobalización cuando la mayoría de las personas que luchan contra la globalización corporativa está a favor de la globalización de los tratados internacionales, de la globalización de la justicia, de la globalización de la libertad de movimiento de las personas... Por lo tanto, si hemos de utilizar ese término, somos nosotros los que estamos a favor de la globalización; ellos sólo están a favor del libre movimiento del dinero.
–Según el Banco Mundial, en la India hay 350 millones de personas por debajo del umbral de la pobreza. ¿Cómo se puede luchar contra esta lacra?
–No se lucha contra la pobreza. Sólo se lucha por la justicia. Eso es lo que hacemos, pero ahora incluso la resistencia se ha convertido en un asunto especializado, y para moverte tienes que recurrir a los asesores financieros.
–¿Se puede proteger al medio ambiente sin una política seria de control de natalidad?
–Cuanto más pobre eres más numerosa pretendes que sea tu familia. Si hacemos un sistema más igualitario será más fácil sobrevivir y la natalidad se reducirá de forma natural.
–Su libro, al igual que su infancia, se desarrolla en el sureño Estado de Kerala. Cuénteme sus memorias de Kerala.
–¿Mis memorias? (Risas.) Mi libro es una extraña mezcla de memorias e imaginación. No es fácil hablar de memorias.
–¿Vuelve con frecuencia?
–Sí. Ha cambiado mucho. Es interesante ver el cambio de la élite, que antes era agrícola: caucho, café, té. Ahora, todas las viejas industrias cierran, y lo único que crece es el sector servicios, por el turismo. Es extraño ver cómo aumenta la pobreza al tiempo que se erradica el analfabetismo.
–Usted, que estudió arquitectura, ha dicho que escribir una novela es como construir una casa: todo se ensambla, ladrillo a ladrillo. Una vez construida su novela, ¿va a diseñar su casa?
–Me gusta el diseño, pero no sueño con hacer un proyecto. Lo único que ahora pretendo es no sentir la presión de tener que pronunciarme sobre lo que voy a hacer y dónde. Quiero viajar tranquilamente, volver a entender las cosas. No me gusta esta tremenda presión que se ejerce sobre mí ahora. No quiero convertirme en ese tipo de persona que acepta definirse según las expectativas de los demás. La novela está ahí. Ya no es mía. Está en el mundo. No importa si yo hago algo o dejo de hacerlo. Si desaparezco mañana a nadie le importa.
–No quiere estar atada a nada, ni a su novela. ¿Cómo se definiría?
–Creo que he sido premiada de una manera que no merezco. Esta novela me ha convertido en una persona muy rica, y siento una tremenda responsabilidad por ello. Es muy difícil ser rico en este país, y para mí no es natural. En cierta forma me ha introducido en el sistema. ¿Ingresas dinero en el banco? Pagas impuestos que ellos utilizan para construir embalses. No puedes ser pura. No es que yo quiera serlo, pero el resultado es una tortura, porque no sabes qué hacer. Cuando una sola persona es favorecida de esta manera, deja de darse cuenta de lo que sucede en el mundo y piensa que se lo merece, lo que es símbolo de que algo va mal en el mundo y en el sistema económico en el que se mueve. Creo realmente que es injusto, que es demasiado. Es una especie de obscenidad. Incluso en términos de reconocimiento es demasiado. Me gustaría pasar mi vida yendo a sitios y diciendo que escribí El dios de las pequeñas cosas y que me dieran de comer en lugar de derechos de autor.
–Cuando mira al futuro, ¿le gustaría volver a tener una inspiración?
–Nunca, desde que me enteré de que existía el futuro, fui capaz de mirarlo. Creo que uno de mis problemas es que no quiero saber. En la India todo el mundo va a que le lean las palmas de las manos y a preguntar por su futuro, pero yo no quiero saber nada, ni si es bueno ni si es malo. Quiero mantener las posibilidades abiertas a lo que pueda pasar.
–¿Ni futuro ni pasado?
–El pasado está siempre ahí. Nada se supera para siempre.
–Usted ha declarado que la cólera es el arma del siglo XXI...
–Era un artículo sobre el 11-S y sobre que Estados Unidos con todas sus armas nucleares, misiles y demás no podía detectar en sus controles de aduanas la rabia y la cólera. La cólera es la llave que abre las cerraduras del mundo que no puedes controlar, como estamos viendo. Ya sea en Cachemira, Irak o Palestina no pueden controlar con represión las emociones de la gente.
–Usted se pregunta en la serie de ensayos publicada bajo el título el Algebra de la justicia infinita cuántos iraquíes hace falta matar para tener un mundo mejor. ¿Sabe cuántos?
–Según los cálculos que realizan ahora, casi todos los palestinos, todos los iraquíes y todos los musulmanes de la India (160 millones). Mire el lenguaje que se usa para describir lo que pasa en Irak. Si Irak hubiese ocupado Nueva York y hubiera resistencia, ¿sería el mismo lenguaje aceptable?
–¿Estamos en un mundo más seguro?
–Por supuesto que no. Se pasan el día subiendo el nivel de alerta. Todos están preparados para un ataque, y la gente ha quedado reducida a una especie de gelatina paranoide, aunque en España actuó con una madurez tremenda frente a los atentados y a las elecciones.
–¿Existe alguna conexión entre el fundamentalismo judío, cristiano e hindú?
–Todos comparten el mismo lenguaje, de ahí que la India, por primera vez desde su independencia en 1947, esté tan interesada en alinearse con Israel y EE.UU.
–Usted ha comparado a George Bush con Osama bin Laden.
–Creo que Bush es peor. Bin Laden o cualquier otro terrorista hacen responsables a los pueblos de las acciones de sus gobiernos, y en una democracia tal vez podríamos decir que los pueblos son responsables en cierta medida. Pero ¿cómo vamos a hacer responsables a los afganos y a los iraquíes de lo que haga Bin Laden? ¿En base a qué? ¿Con qué mentiras? Bush, además de aterrorizar al mundo con sus armas y sus muertes, lo hace con su economía, con la que destruye la vida de la gente.
–¿Entonces no estará de acuerdo con que EE.UU. haya asignado a la India como a Pakistán un estatuto preferencial?
–La India y Pakistán son las esposas del jeque Bush.
–¿Cree que la India y Pakistán pueden convivir en paz?
–La asociación de padres de Cachemira ha denunciado que han sido asesinadas 3000 personas entre abril de 2003 y abril de 2004. Durante el régimen de Pinochet murieron 3500 personas en 17 años, y aquí 3000 en un año, y seguimos llamándonos la mayor democracia del mundo. Es ultrajante. Hasta que la gente no se entienda no podrá haber paz, y para ello se necesita la voluntad de los gobiernos.
–¿Cómo emplearía los 45.000 millones de dólares gastados por la desaparecida Unión Soviética y Estados Unidos para someter a Afganistán?
–El dinero es como una base nuclear. Hay que ser muy cuidadoso con él y con dónde lo pones. Es algo muy peligroso y puede resultar destructivo, porque comienzas a depender de él. Partes completas de Africa y de Bangladesh se han destruido por la ayuda recibida. Hay muchas cosas que se pueden resolver sin dinero, pero la idea occidental es que lo resuelve todo. Lo importante es ayudar a la gente a construir su propia vida. No es que sea ingenua y piense que no necesito el dinero, sólo digo que también he visto cómo destruye. Veo lo que hacen el Banco Mundial y el FMI: destrucción.
–Usted pertenece al grupo que se opone a la construcción de una presa hidroeléctrica en el valle del Narmada, donde ya se han construido varios pantanos. Sus críticas a la autoridad judicial le valieron un día de cárcel, en 2002.
–No soy un miembro del grupo, soy una escritora que se reserva el derecho a criticar.
–¿Cree que tiene más o menos amigos que antes de ser famosa?
–Muchos más. Me he integrado en Sweethearts International Network y he conocido a un montón de gente maravillosa. Muchos somos muy políticos. No es un grupo de dulce gente estúpida. Eliges a tus amigos, y yo he conocido a mucha gente desde que viví en la calle (cuando en su juventud abandonó Kerala y se fue a vivir a Nueva Delhi).
–El libro, por tanto, la ha ayudado mucho.
–Ha sido magnífico. Lo opuesto a una bomba nuclear. Salta sobre culturas y lugares. Voy a Estonia y la gente me pregunta por mi niñez.
–¿Por qué no quiere que se clasifique a El dios de las pequeñas cosas como realismo mágico?
–Porque no lo es. Es una especie de imaginación febril; es real, es la imaginación de los niños. García Márquez sí escribe realismo mágico. Yo no.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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