Lun 07.06.2004

SOCIEDAD • SUBNOTA  › POR QUE ARUNDHATI ROY

De escritora a activista

Por G. H.

La cita para esta nota estaba marcada desde hacía tiempo, pero nadie respondía esa calurosa mañana de finales de abril en el apartamento que Arundhati Roy tiene en un barrio de clase media de la capital india y que utiliza como despacho. Dos niños sucios y con marañas por pelo se encaramaron curiosos a la barandilla que separaba los patios delanteros de las dos casas mientras yo hablaba por el móvil con la agente de la escritora, que no conseguía localizarla. Roy se había ido con un grupo de amigos a Jaipur, la imperial ciudad rosa, pero se había comprometido a volver a Nueva Delhi para la entrevista y no aparecía. Después de horas de confusión, se acordó una nueva cita al final de la tarde en la vivienda que la escritora tiene en el barrio más selecto de la capital, entre embajadas y residencias gubernamentales de la alta clase política.
El guarda que abre la verja me indica que suba por una escalera de caracol que conduce a una pequeña terraza. Gaudí se alegraría de verla, porque parece sacada del parque Güell de Barcelona. Llueve con furia de verano y, como la puerta está abierta, paso a un estudio que huele a aceites de maderas orientales y en el que se amontonan por el suelo libros y papeles. Pasados unos minutos, Arundhati aparece recién salida de la ducha. Lleva liada a la cintura una tela de algodón que hace de falda, debajo de la cual asoman sus pies descalzos y, por arriba, dos escotadas camisetas de tirantes sobrepuestas. Colores vivos que cobran fuerza sobre su piel oscura, que brilla con el agua que le chorrea de la cabeza.
Pide disculpas por no haber acudido a la primera cita y se sienta sobre un cojín en el suelo. Tiene 44 años, pero todo en ella aparenta pequeñez: la edad, el físico, la forma de actuar. Es como si se le hubiera congelado la infancia. Tal vez por ello insiste en que El dios de las pequeñas cosas, el libro por el que ganó el Premio Booker de 1997, es el fruto de la “imaginación febril” de dos niños y no tiene nada de realismo mágico. Arundhati Roy, que vivió en la calle, fue actriz ocasional y guionista, se confiesa “presionada” por un libro editado en 22 países, traducido a 18 idiomas, que la ha hecho inmensamente rica y le ha abierto multitud de puertas, pero que también ha desatado todo tipo de expectativas, y a ella no le gusta mirar al futuro, ni preguntarse qué le deparará. Hoy le bastan los artículos fuertemente comprometidos que escribe en la prensa india e internacional.

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