Dom 29.08.2004

SOCIEDAD  › TRAS LA FUGA DEL HOGAR, UNA PAREJA ES SUPERVISADA POR EL DEFENSOR DE MENORES

Amor rigurosamente vigilado

Sólo pueden encontrarse dos veces a la semana, en el living de la casa de ella. Al menos cada quince días deben ver al defensor de menores, que sigue su evolución, el tratamiento psicológico y la situación de los vínculos familiares. El ahora tratará de terminar la escuela primaria y trabajar.

› Por Andrea Ferrari

Julia y Alberto sólo se ven dos veces por semana. La cita es los miércoles y sábados, en la casa de ella del barrio de Palermo. Su espacio se restringe al living, ya que no pueden salir a la calle. Frecuentemente visitan, por separado, al defensor de menores Marcelo Jalil, quien ha quedado a cargo de supervisarlos. Sigue la evolución de la terapia que acaba de iniciar Julia, su reincorporación a la escuela y los avances en la relación con su papá. También lo ayudó a Alberto a buscar una escuela para terminar el primario e intentará conseguirle luego una beca de formación técnica y un lugar para vivir en forma transitoria. Este estrecho seguimiento de la pareja formada por Julia, de 15 años, y Alberto, de 20, es la consecuencia del compromiso que logró tejer el defensor de menores entre las partes para evitar judicializar a la adolescente, que se fugó con su novio durante cuatro días en los que su familia desesperó.
La historia de Julia y Alberto empezó cuando ella asistía con su padre, Francisco Maidana More, a las reuniones de una asociación vecinal que realiza tareas solidarias. Una de esas tareas era acercarles a los cartoneros del barrio “un termo caliente y algo más” hasta el camión cuando terminaban su recorrida nocturna. Entre ellos estaba Alberto. Allí se vieron por primera vez y se encendió el romance. Empezaron a salir dos meses atrás y Maidana More admite que hubo resistencias. “Yo supe que se habían puesto de novios, lo cual produjo un cierto rechazo familiar en un principio –contó a este diario–. Ellos dejaron de verse una semana, pero en realidad era una mentira que contaban a los familiares para que no los molestáramos más. Empezaron a vivir una historia secreta.” Sin embargo, Julia terminó por decirlo y su padre le respondió que se lo presentara. Puso, dice, algunas condiciones, “como que si se encontraban no estuvieran sentados en un umbral, que vinieran a casa o fueran a una confitería como cualquier persona”.
La presión acabó por desembocar en una fuga. Según Maidana, el elemento que la precipitó fue que Alberto no tenía dónde pasar la noche. “Había tenido un entredicho con la hermanastra con la que vivía y sus padres tampoco querían alojarlo.” Julia dejó una nota diciendo que volvía a la 1.30, pero no lo hizo. El padre presentó la denuncia e inició una búsqueda angustiosa. Dónde estuvieron exactamente esos cuatro días sigue siendo un misterio para Maidana. Sabe que caminaron mucho –de lo que dieron testimonio las ampollas en los pies de la adolescente–, que llegaron a la rotonda de Alpargatas y durmieron en la calle. Pero el padre desliza sus dudas: “La policía no descarta que hayan existido por lo menos dos albergues que no eran en la calle y que se encontrarían en camino hacia La Plata, es decir de personas que fueron cómplices de esta situación. No tenían dinero para comer, pero cuando llegaron a la comisaría les ofrecieron sandwiches y sin embargo no los quisieron. Después de cuatro días. Evidentemente alguien les dio de comer”.
Según Maidana, el objetivo último de la pareja era “instalar un domicilio romántico en Misiones, porque él es oriundo de allí”, pero sólo llegaron a La Plata. Allí, al parecer asustados ante las noticias que sobre su caso trasmitía la televisión, decidieron volver. A la comisaría se presentaron acompañados por los padres de Alberto. Allí fue convocado el defensor de menores Marcelo Jalil y el padre de Julia, además del comisario. Hasta las cinco de la mañana se discutieron las formas de resolver la situación. “Quise hacer un acta compromiso –explica Jalil–. Yo pretendía evitar en lo posible una institucionalización de la chica, porque ella no quería volver con el padre, ¿entonces a dónde podía ir? En esa acta se estableció que el papá se comprometía a no tomar represalias, que la chica volvía al hogar e iba a retomar sus estudios y que el padre iba a buscar un psicólogo para que ella iniciara una terapia. Quiero darles la oportunidad de que la misma familia lo resuelva antes de judicializarlo. También le pedí al padre que si ya había consentido antes esa relación, que no la rompiera de un día para el otro. Que ella tuviera la posibilidad de optar, por eso se puso que podrían verse dos veces por semana.”
El padre acordó porque, dice, “la relación se da en un marco referencial, vigilado personalmente por el doctor Jalil. Ellos lo van a ver en principio quincenalmente y va a evaluar si se está cumpliendo el acuerdo. El controla el avance escolar de mi hija, la terapia psicológica y su comportamiento en el ámbito de mi casa”.
Jalil lo matiza: “Mi función es hacer un seguimiento para ver que las cosas se encaucen dentro del ámbito familiar, que en lo posible se recompongan los vínculos y que acuerden entre sí –sostiene–. Dentro de los compromisos, Julia ya está yendo a una terapeuta, teniendo charlas muy buenas. Ella me puede ver cuantas veces quiera, como mínimo cada quince días. Y él también me viene a ver, avanzamos con la posibilidad de que termine el primario en forma acelerada y luego intentaré conseguirle una beca de capacitación para que se forme como electricista, que es lo que quiere. También quiero gestionar un hotel de la ciudad para que viva tres meses y a partir de ahí pueda conseguir trabajo”.
Los dos encuentros semanales de la pareja tienen ciertas restricciones. “El permiso para verse es solamente en el contexto de una visita en mi domicilio –aclara Maidana–. No pueden salir, dado el antecedente. El puede venir los días miércoles durante tres horas y los sábados hasta la 1.30 de la mañana.”
Dice que pese a las visitas no ha profundizado la relación con el muchacho. “Es una persona que habla muy poco –dice–. Y Julia me pidió que yo no esté con ellos. Están en la casa, en el living, pero mi mujer y yo nos vamos a otro lado, a mirar televisión. Los invitamos a comer, pero trato de no inmiscuirme. Además, es muy repentino para mí tener un diálogo normal con la persona que se llevó a mi hija a vivir una cosa así.”
El espera que más adelante su hija “pueda elegir con sabiduría y un poquito más de inteligencia la pareja y el estilo de vida que ella más quiera. Hoy estoy seguro de que no tiene la adultez suficiente para pasar de niña a esposa”.
No se sabe qué piensa Julia de eso: su familia ha decidido que por ahora no tenga contactos con la prensa. Tampoco Alberto quiere aparecer en los medios. Pero dos veces por semana toca puntualmente el timbre en el departamento de Palermo.

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