SOCIEDAD
› MAS DE MIL PERSONAS EN UN AÑO INTENTARON INGRESAR A UNA ASOCIACION DE GENTE CON ALTO COEFICIENTE INTELECTUAL
Vamos a brillar, mi amor
Mensa, una asociación internacional, reúne a personas cuyo coeficiente intelectual está entre los más elevados. En un año en Argentina más de mil personas se presentaron a dar el examen, pero sólo unas doscientas obtuvieron el puntaje necesario. Aquí explican que no siempre es fácil la vida siendo muy inteligente.
› Por Andrea Ferrari
En el último año, más de mil argentinos quisieron convertirse en miembros de una asociación que reúne a personas cuyo coeficiente intelectual se ubica en el 2 por ciento más alto del mundo. Se presentaron a dar una evaluación que requiere resolver ejercicios a lo largo de 40 minutos y que se envía a Londres para su corrección. Aunque todos ya se habían fogueado con tests similares por Internet, apenas unos 200 lograron el puntaje necesario para ser aceptados. La organización se denomina Mensa, fue fundada en 1946 en Inglaterra y tiene sedes en más de cien países. Sus miembros argentinos cuentan que alguna gente los acusa de ser soberbios o sectarios, pero ellos sostienen que su único objetivo es generar un ámbito social intelectualmente estimulante.
La difusión que tuvo la agrupación el año pasado dio lugar a una avalancha de interesados en dar el examen y condujo a que el número de miembros trepara a los 303 actuales. Como la sede argentina es bastante “joven”, tiene un status provisional y recién en los próximos meses empezará a corregir aquí sus evaluaciones. Hasta ahora, cada aspirante pagaba treinta pesos para sentarse a dar la prueba que se envía al exterior. Aunque la respuesta sólo indica si son aceptados o no, se sabe que para lograrlo el coeficiente intelectual debe ser superior a 148, lo que lo incluye en el 2 por ciento más elevado. ¿Y por qué tanta gente se interesa en pertenecer a esta agrupación de inteligentes?
–Había que preguntárselo a cada uno –contesta Hernán Freedman, presidente de Mensa Argentina–, pero yo diría que la mayoría viene a dar el examen porque quiere medirse, quiere probarse. Tal vez no se plantean tanto qué les puede dar Mensa. En general es gente a la que le gusta plantearse desafíos, barreras cada vez más altas.
La agrupación, dicen sus miembros, es abierta a todo el mundo: no se requiere ningún grado de educación formal, ya que el examen es “totalmente acultural, no hay preguntas, sino que son una serie de ejercicios que hay que razonar”. “Incluso un analfabeto podría hacerlo –agregan–, porque no hay textos, sino símbolos.”
Para que los aspirantes sepan a qué se enfrentan, en Mensa los estimulan a probarse antes: “Los alentamos a que entren a nuestra página (www.mensa.com.ar), ahí hay tests para hacer y vínculos con los Mensa de otros países donde también tienen pruebas”, dice Freedman, que tiene 31 años y una empresa de consultoría y soporte informático. Sin embargo, sólo un 20 por ciento aproximadamente logra el objetivo.
De física y metegol
Antes de entrar, a todos les daba curiosidad saber qué tipo de gente encontrarían. “Yo conocía de nombre a Mensa y una vez, jugando por Internet, me puse a hacer tests de inteligencia y encontré que me daban valores muy altos. Uno de esos tests decía que yo podía entrar –cuenta Héctor Roldán, de 42 años, que se dedica a la codificación de productos–. Cómo, me dije, si Mensa es para gente muy inteligente. Ahí me agarró una curiosidad terrible. Pensé que yo iba a ser el bicho raro, que debían ser todos genios. Después me encontré gente común, como yo.” También Freedman cuenta que imaginaba “gente que se reunía a hablar de física, pero encontré un grupo muy interesante que habla de cosas variadas”. “En realidad –añade Hernán López–, hay gente que efectivamente habla de física, pero al mismo tiempo hay gente que juega al metegol.”
Las principales actividades de Mensa se realizan vía electrónica: juegos online, listas de correo, foros de debate. También pueden sumarse a los foros de las sedes en otros países. Este contacto con “las otras Mensas” –hay cien mil miembros en todo el mundo– se extiende a la posibilidad de viajar y utilizar la red que otorga algunos beneficios en el exterior. Las reuniones dan lugar al contacto personal. Allí se organizan torneos –desde truco hasta metegol– y juegos de mesa. También publican una revista electrónica –Mensapiens– y lanzan concursos: ahora están por editar un libro que incluye los cuentos ganadores de un evento reciente. Y fundaron Creaidea, una institución para trabajar con chicos dotados (ver aparte). “Todas las actividades son abiertas a familiares y amigos”, sostiene Freedman.
Este es uno de los argumentos que esgrimen cuando alguien los acusa de sectarios o elitistas. Lo que en la práctica sucede con cierta frecuencia. Por eso algunos prefieren no contar que son miembros de esta particular asociación. “Hay de todo –dice Verónica Rocchi, que tiene 27 años y es escribana–, está la gente a la que le gusta contarlo y hasta usar una remera que diga Mensa. Pero hay quienes prefieren no decirlo porque temen a la reacción de los otros. Es que, si vos decís, por ejemplo, ‘me gané una medalla de natación’, todos te van a decir ‘qué bueno’. Pero si decís ‘tengo un coeficiente más alto que la media’ parece que le estuvieras diciendo ‘soy más inteligente que vos’ y no es lo que uno quiere transmitir, entonces es más fácil no decir nada.”
“A mí alguna gente me ha planteado que somos una secta –agrega Freedman–. Desde la ignorancia te cuestionan y lo ven mal. Yo en esos casos los invito a las reuniones, a visitar la página web. Algunos, al ver lo que hacemos, cambian de actitud.”
“El principal cuestionamiento es que es un club elitista que necesita de una prueba para poder ingresar –sostiene Miguel Angel Crocci–, que no es abierto a cualquiera que quiera unirse. Es cierto que todos hemos rendido una prueba, pero no hace que seamos distintos a otros. Y nadie anda diciendo yo soy el más inteligente.”
Crocci, que trabaja en la Jefatura de Gabinete, tiene pegados en su oficina varios artículos periodísticos sobre la asociación. Y observa las reacciones: “Ves las respuestas más disímiles –cuenta–: los que te dicen que sos un soberbio. Y otras personas a quienes les interesa y te preguntan cómo se puede entrar”.
Unión de curiosos
Con edades, profesiones y orígenes disímiles, uno diría que este grupo de gente sólo tiene en común el deseo de unirse. ¿O acaso tener un alto coeficiente intelectual implica tener intereses coincidentes?
–Hay un interés por el conocimiento –sostiene Crocci–. Y una curiosidad nata. Es toda gente muy curiosa que cuando se enfrenta a un conocimiento que no es el propio siente gran interés y no le cuesta comprenderlo.
Tal vez, por eso, una característica frecuente en este grupo es empezar muchas carreras. “El que batió el record empezó doce”, dicen. Héctor Roldán adhiere a ese estilo: “Yo empecé cinco –cuenta–. y no terminé ninguna. Es que todas las carreras me parecen bárbaras, yo hacía un par de años de una y pensaba todo lo que me estaba perdiendo al no estudiar otras. Aquí encontré otra gente a la que todo le parece interesante, pero son más serios que yo y terminan”.
“Es cierto que hay mucha gente con dificultades para terminar sus carreras –coincide Carlos Allende, psicólogo y ex presidente de Mensa–. Es algo curioso, que posiblemente pase por el lado de la autoexigencia y de una cierta disconformidad intelectual. El perfil de la gente que entra es muy especial, hay muchos chicos jóvenes, que son voladores, muy creativos en lo que hacen, más bien tímidos, más bien individualistas. Hay gente que viene con la fantasía de que va a conectarse mejor, y tal vez efectivamente se conectan por primera vez con gente parecida, encuentran otros ‘loquitos’ como ellos.”
Muchos también tienen en común una infancia y adolescencia complicadas.
–Como uno está fuera del standard, a veces las cosas se ponen muy difíciles –sostiene Roldán–. A veces tus viejos no saben qué te pasa, te ven como un loquito. Y en la escuela sos un molesto, porque te aburrís, te ponés a charlar con el de al lado, no te bancás la injusticia.
–No le aceptás un error al maestro –acota Freedman–. Y no dejarle pasar una te convierte en un enemigo. Es involuntario, no es que seas un jodido que busques molestarlo al profesor, pero te resulta inaceptable que el que te tiene que enseñar te diga algo que está mal.
–Y si no, decís me quedo en el molde –sigue Roldán–, te contenés siempre, pero hasta cuándo podés seguir así. En algún momento tenés que ser vos, no podés ser siempre un personaje.
–Te convertís en una persona hipercrítica –agrega Crocci–. Y hay mucha gente que no está preparada para soportar a una persona que critique casi todo lo se dice o se hace.
–¿La inteligencia no está también en saber adecuar las respuestas a las circunstancias?
–Sí –dice Freedman–, pero es algo que se aprende. Después de ser tan crítico y querer que todo sea perfecto, te das cuenta de que sos un intolerante y que así no te bancan. Aprendés que, si un compañero que apreciás te dice algo que le podrías cuestionar, tal vez sea mejor no hacerlo para preservar la amistad. Eso lo aprendés a los golpes.
Verónica Rocchi cuenta que esa conducta suele verse cuando ingresa a la asociación un adolescente (son admitidos a partir de los 16). “Tal vez viene con esas características, está seguro de que tiene toda la razón del mundo, de que lo que dicen los demás son todas estupideces. Lo que le pasa cuando entra a Mensa es que lo bajan de un hondazo.”
–Vos tal vez te sentís que sos el que lo sabe todo –acota Crocci–. Y de pronto te encontrás con cien pares, que te pueden decir varias cosas sobre lo que vos creías cerrado.
–Es una cucharada de humildad –termina Rocchi–. Hay gente que piensa que nos reunimos para decirnos qué inteligentes que somos y es al revés. Es un grupo donde uno aprende que es uno más, que tiene mucho que aprender de los demás y no es tan piola como creía.
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