SOCIEDAD
› UN MAL QUE REAPARECE EN EL NOA DESPUES DE AÑOS
La rabia está de vuelta
Desde hace un año, en los barrios de Jujuy, la policía se dedica a capturar perros vagabundos, en auxilio de la temible “perrera”. Las autoridades decretaron el alerta sanitario.
› Por Alejandra Dandan
El destacamento languidece entre las calles polvorosas de Campo Verde, donde cada dos o tres días el oficial ayudante Arturo Calapeña recibe las quejas de los nuevos herederos de la rabia. Aquella peste vivida como un flagelo durante el siglo XVIII y XIX había sido barrida del norte argentino hacía por lo menos seis años. Poco más de un año atrás reapareció en el NOA y alcanzó estadísticas preocupantes en los barrios de los alrededores de la capital de la provincia de Jujuy, como Campo Verde y Chijra. Las autoridades sanitarias hablan de “brote de rabia canina”. Declararon el estado de alerta sanitaria. Crearon brigadas especiales de policías y reinstalaron la perrera municipal, aquella jaula ambulante que recorría las calles del país durante los años de plomo irradiando una sordidez cercana del infierno.
“Acá tomamos dos casos un día, después puede pasar un día sin novedades, pero al otro día entran dos o tres denuncias más por mordedura de can. Inmediatamente se procede a localizar al perro, se lo secuestra y se hace la denuncia a la autoridad competente”, dice el oficial ayudante Calapeña. Y agrega:
–No, si acá la gente anda asustada por las mordeduras. ¿Cómo cuántos perros hay en el barrio? Como mil, todo el mundo tiene un perro.
El destacamento de la seccional 50 es el único lugar con teléfono de Campo Verde, un barrio de calles de tierra que creció a las orillas del lecho del río Grande. En los alrededores no hay negocios ni servicios de cloacas o desagües pluviales. En sus calles andan las bicicletas camino a la ciudad; entran y vuelven a alejarse los remises boleteros de la capital y sólo los perros permanecen. Apiñados de a cuatro o cinco en una esquina, rascando bolsas de basura de los asentamientos o estancados al sol bajo el polvo caliente. Una variedad sin distinción de raza ni de clase deambula así sin rumbo durante las noches y vaga para refugiarse durante el día en las cercanías del lecho del río que separa el barrio de su vecino, el de Chijra: el otro barrio invadido por la polución de la rabia canina.
Hacia el mes de julio de 2003, el gobierno de Jujuy detectó la reaparición de esta antigua peste. El último caso en seres humanos se había detectado en Humahuaca durante 1984, cuando una niña fue mordida por un perro salvaje. Los últimos casos de rabia canina, en cambio, se contaron en 1997 en La Quiaca. Desde entonces, la provincia de Jujuy había entrado en lo que los agentes sanitarios llaman “zona libre de rabia”. Para mantener la zona despejada se hizo lo que se hace en todo el país: campañas de vacunación antirrábica y control sanitario de las fronteras. “Bolivia siempre tuvo casos de rabia, pero hasta ahora no habían entrado hasta acá”, explica Ariel Landa, jefe del departamento de zoonosis de la municipalidad de Jujuy. Durante 2000 y 2001, el gobierno provincial suspendió la campaña de vacunación. “Y aunque nosotros ya no teníamos casos, nos dejamos estar –sigue Landa– y un día entraron los perros.”
La invasión empezó de a poco. Primero uno, después otro y hacia diciembre del año pasado el gobierno separó 286 perros sospechosos, 131 de ellos terminaron con el diagnóstico confirmado: enfermos de rabia, determinaron con posterioridad los especialistas del Instituto Luis Pasteur de Buenos Aires. Durante este año, los números no cesaron. Hasta ahora se detectaron 40 casos, una cifra nada despreciable si se tienen en cuenta las proyecciones de los expertos: “Ellos aseguran –sigue Landa– que por cada perro detectado hay veinte infectados”. Campo Verde y Chijra, los dos barrios ubicados apenas a diez minutos de la capital de la provincia, hoy concentran el 60 por ciento de los casos.
Las brigadas de Calapeña
El oficial Calapeña llegó al destacamento de Campo Verde después de varios meses de entrenamiento en Cuyaya, donde se topó cara a cara con el problema de los perros. Cierta vez, un vecino entró a la comisaría dispuesto a denunciar a un perro mestizo, mezcla de ovejero alemán, porque lo ha había mordido. El oficial ayudante lo escuchó, luego asentó la denuncia y empezó con el trabajo:
–Se inició el operativo de búsqueda –explica– y se procedió oportunamente al secuestro del animal, que se había refugiado en el domicilio del dueño.
Como ocurre habitualmente, el mestizo fue sometido a los análisis en el departamento de zoonosis municipal y más tarde en el Instituto Pasteur de Buenos Aires. A vuelta de correo, el policía conoció los resultados del laborioso procedimiento:
–En esa ocasión –explica– el examen dio negativo, pero se procedió al sacrificio a pedido de sus dueños.
Esa fue solo una de las actividades de rutina. Por entonces, Calapeña formaba parte de la poderosa Brigada Antirrábica, una división especial de policías y de agentes sanitarios desarrollada por el gobierno de Jujuy cuando detectaron los primeros casos de rabia. “No teníamos idea de cómo se hacía el trabajo con los animales –se sincera el policía– pero íbamos como oficiales. Uno le ponía el bozal al perro, otro lo trataba de dominar, pero el asunto es que si algo salía mal, nosotros que estábamos ahí teníamos que ir al frente.” Así le sucedió alguna vez en un procedimiento. Uno de los agentes sanitarios adiestrados en el trabajo con los animales perdió el equilibrio cuando estaba justo frente a un feroz animal. Calapeña lo sacó elegantemente del entuerto, pero el éxito no alcanzó para mantener con vida a las brigadas mixtas. A poco de nacer, se extinguieron. Los agentes sanitarios volvieron a trabajar solos y los policías retornaron a sus puestos. Lo único que sobrevivió, en materia de tecnología canina, fue el servicio de perrera.
La perrera
Aunque hasta el año pasado Pepe era sólo un pacífico perro vagabundo, ahora está en peligro: es uno de los blancos móviles de las políticas de seguridad antirrábica de la provincia.
Pepe vive en Campo Verde. Es uno de los perros vagabundos más viejos del lugar. Tiene su refugio bajo el techo de un ranchito de barro, cerca del lecho del río Grande, frente a la casa de Gustavo, uno de los pobladores humanos del barrio. Pepe no tiene rabia, pero es uno de esos perros pobres y flacos que se pasan el día comiendo lo que pueden, dice Gustavo, su interlocutor humano más próximo. Son algunos de los perros como él los que después de andar y andar logran subir los cinco kilómetros de cuesta que separan el lecho del río de las tiendas de la capital de Jujuy. Los perros de la calle se juntan allí, en las esquinas de las calles, o revolotean con sus gruñidos cuando encuentran un atado fresco de basura. Ocupan la calle, algunos se quedan dando vueltas largo tiempo hasta que son corridos o barridos por la perrera.
“Tenemos una sobrepoblación canina y hacía más de veinte años que no había servicio de recolección de animales sueltos en la calle, volvimos a implementarlos el año pasado cuando se detectaron los casos de rabia”, explica en este caso el director provincial de Sanidad, Carlos Ripoll.
Nadie sabe cuántos perros hay en Jujuy, pero las estadísticas caseras del secretario de Salud Pública de la provincia, Carlos Alberto Cisneros, definen los rasgos de la expansión de la raza canina sobre una población humana de 611.000 habitantes. Sólo el año pasado, la provincia entregó 140.155 vacunas antirrábicas en perros y 17.272 a sus congéneres humanos. En lo que va del año 2004, las vacunas en humanos fueron 8050 y para perros fueron 40.500. El último fin de semana, Jujuy recibió una nueva partida del Ministerio de Salud de Nación con 100 mil dosis, sólo una parte de una nueva entrada calculada en 120 mil, que llegará más adelante. Con estos datos, la propagación de canes resulta más peligrosa que la expansión de la rabia canina.