Mar 28.12.2004

SOCIEDAD  › EL MERCADO FARMACEUTICO LOCAL EN
MEDIO DE LA BATALLA DE DOS HERMANOS MEXICANOS

Una guerra que no encuentra remedio

Son dos hermanos que arrastraron su guerra personal a la Argentina: Víctor González Torres, dueño de la cadena de farmacias Dr. Simi, acaba de ganar un round legal a su hermano Javier, dueño de Dr. Ahorro. En el medio, el mercado farmacéutico local teme ser devorado y reclama nuevas leyes. Cómo son las farmacias que venden a precios bajísimos.

› Por Andrea Ferrari

Vaya a saber qué oscuros motivos anidan en el origen de la guerra entre los hermanos González Torres, pero lo cierto es que su última batalla, librada en Argentina, ha venido a mover el piso del mercado farmacéutico local. Víctor González Torres, dueño de las farmacias Dr. Simi, llegó ayer a Buenos Aires para saborear su reciente triunfo en la Justicia contra su hermano Javier, dueño de la cadena Dr. Ahorro, quien lo había demandado por usar un nombre similar. De paso, anunció una contrademanda por daños y perjuicios y se quejó de la demora de las autoridades sanitarias para habilitarle nuevos locales, que adjudicó a la acción de “la mano negra del Dr. Ahorro”. Pero mientras los hermanos mexicanos se sacan los ojos, los farmacéuticos tradicionales argentinos están que trinan: no sólo por las insólitas formas de publicitarse de estas cadenas, formas que consideran “una falta de respeto a la profesión”, sino porque quieren una regulación que impida que los peces gordos se coman a las farmacias chicas.
Es una torta interesante la que está en juego: según información oficial, el año 2003 se vendieron unos 1800 millones de dólares en las farmacias. Para el año 2004, aun sin datos finales, el Ministerio de Salud anticipa un crecimiento del 16 por ciento en unidades vendidas y del 19 o 20 por ciento si se atiende a la facturación. Esta es la torta de la que ansían morder los mexicanos con una apuesta similar: un stock limitado de medicamentos baratos, destinados a un público de bajos recursos. En México esa apuesta tiene una yapa: ubican un consultorio médico pegado a cada farmacia donde el paciente es examinado a cambio de un bajo honorario y obtiene su receta para adquirir el medicamento allí mismo. Pero aquí la ley no se los permitió. “A la gente le encanta”, se lamenta González Torres. “Eso acá es inconcebible, es de un dirigismo total”, sostiene en cambio Oscar Oviedo, presidente de la Confederación Farmacéutica Argentina. También se queja de las formas de promocionarse de Dr. Simi, que en la inauguración de los primeros seis locales ofrecía a quienes estuvieran presentes a la hora indicada regalos tales como un kilo de yerba o de azúcar. “Ese circo es una falta de respeto a la profesión farmacéutica –se enoja–. Acá no queremos este tipo de farmacia, queremos una farmacia profesional que atienda bien a sus pacientes y complemente la tarea del médico.”
Pero no son los mexicanos los únicos que han venido a sacudir el mundo farmacéutico: la imparable expansión de la cadena Farmacity, que ya tiene 54 locales, ha puesto en la picota a más de una farmacia de las de antes. Esta cadena, propiedad del fondo de inversión Pegasus –que participó en la compra de marcas tan distintas como Freddo o Musimundo– apunta a un estilo de enormes locales, donde rubros como perfumería o bazar, y hasta lencería, tienen tanto peso como los medicamentos. Ante ese avance, las farmacias tradicionales reclaman una legislación que regule los lugares donde pueden instalarse los locales y transparencia en cuanto a los capitales involucrados.
“En Buenos Aires hay unas 1500 farmacias –sostiene Oviedo–, y las cadenas sólo están en los centros de concentración de poder adquisitivo. Una Farmacity nunca se va a instalar en Villa Pineral. Nosotros pedimos que se regule la distribución de las farmacias, porque cuando aparece un gigante con capital destruye en 24 horas a los pequeños que están alrededor. Antes había un código de ética que lo impedía, pero con la desregulación se acabó todo eso. Al abrir la puerta viene el lobo y se come todo.”

Entre hermanos hay cornadas

La familia González Torres no sólo es pintoresca: también es poderosa. Las farmacias son su negocio desde hace tres generaciones. Pero además, el padre, Jorge, es el fundador del Partido Ecológico Verde Mexicano, queahora dejó en manos de su hijo Jorge Emilio. Luego está Víctor, que se abrió y fundó las Farmacias Similares en 1997, cadena que en su país ya tiene más de dos mil locales entre los propios y las franquicias. Su hermano Javier llegó a Argentina en plan de hacer algo muy parecido en 2002 con la cadena Dr. Ahorro, que ya tiene más de 30 locales.
Víctor es quien se destaca por su perfil excéntrico: se autoproclamó precandidato a presidente de México, aunque aún no tiene partido y se define como “un Che Guevara en Mercedes Benz”. Ya expandió su cadena por medio continente: Guatemala, Ecuador, Brasil, Colombia, Perú y próximamente Chile. Aunque en Argentina su hermano le ganó de mano, se lanzó igual con su peculiar estilo: se trajo a la premio Nobel Rigoberta Menchú –con quien se asoció para abrir una cadena de farmacias sociales en Guatemala– e inauguró seis farmacias, todas en la Capital. Para atraer la atención del público no sólo ofreció regalos de canasta básica, sino que también puso en exposición a sus “simichicas”, señoritas que posan para las fotos con los clientes de la farmacia.
Pero lo que parece querer más que nada en el mundo es, a todas luces, clavarle un puñal a su hermano Javier. Simbólicamente, claro. Porque Javier apenas se vio venir el desembarco del Dr. Simi presentó un recurso de amparo en el que lo acusó de copiar su nombre y estilo de promoción. Como resultado, la Justicia obligó en primera instancia a Simi a tapar sus carteles en cada local. Ahora, aunque la cuestión de fondo no está resuelta, una cámara revirtió la decisión anterior. La victoria hizo brillar los ojos de Víctor González Torres, quien mandó destapar con gran estruendo los carteles y promete que demandará a su querido hermano por 700.000 dólares por las pérdidas que le provocó.
Y no sólo eso: en cada ocasión que puede dispara contra Javier con todo lo que tiene a mano: lo acusó de corrupto y de “meter la mano” para que el Ministerio de Salud retrase las licencias correspondientes para abrir nuevas farmacias. Consultado el Ministerio de Salud, respondió que no llegó a su conocimiento “que existieran estos dichos”, aunque aclaró que “aplica las normas vigentes de manera equitativa respecto de cualquier persona que solicite la habilitación de un establecimiento sanitario” y “si existen evidencias en contrario debe hacerse la denuncia pertinente”.

¿Pero qué venden?

Las dos cadenas mexicanas promocionan una venta de medicamentos “iguales pero más baratos” o “con un 75 por ciento de ahorro”. Aunque Víctor González Torres insiste en que venden “genéricos”, en Argentina no existe un mercado de genéricos: lo que en realidad ofrecen es medicamentos similares a los originales, de un pequeño número de laboratorios argentinos con marcas menos conocidas para el público y a precios económicos.
La cadena Dr. Simi suele acompañar sus anuncios con un discurso social, según el cual se beneficia el acceso a la salud de los sectores de menores recursos, acercándoles los medicamentos baratos. Oviedo, de la Confederación Farmacéutica, discute este criterio: “Ellos dicen que vienen a ayudar a los que menos tienen, pero los que menos tienen no viven en Florida y Lavalle, ni en Córdoba y Pueyrredón. Además, no atienden a obras sociales. Es un criterio puramente economicista: tienen productos de pocos laboratorios, que en realidad los tenemos en todas las farmacias. Y no los tienen más baratos”.
“Los márgenes de las medicinas son demasiado altos, hasta 100 o 200 por ciento –contraataca González Torres–. Aquí en Argentina los boticarios quieren seguir vendiendo caro, teniendo un monopolio disfrazado. Pero hay que tener conciencia de que los pobres se enferman y a veces se mueren por falta de recursos.”A modo de ejemplo, este diario hizo la prueba: pidió en una farmacia Dr. Simi un ibuprofeno de 600 miligramos. Ofrecieron una sola marca a 6,80 pesos las veinte pastillas. Cerca de allí, otra farmacia no tenía esa marca; la más económica salía 9,50 pesos en similar presentación. Y en una tercera ofrecieron otro ibuprofeno a 11 pesos. Es decir, una diferencia de entre el 20 y el 25 por ciento. Claro que si se cuenta con una receta de obra social esas diferencias pueden desaparecer. Ayer González Torres aseguró que su cadena también trabajará con obras sociales en el futuro, aunque aún no lo hace: “Todo lo que sea ayudar al pueblo yo lo voy a hacer”, proclama.
“Aquí todo el mundo va a ganar, todo el mundo va a estar contento –remata–. Menos algunos boticarios.”

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