SOCIEDAD
› JUAN Y SILVIA GIBERT, DOCENTES Y ACTORES DE FEDERACION, ENTRE RIOS
“¿Cómo se va construyendo una memoria a partir del duelo por un pueblo que desapareció?”
Cuando eran chicos, su pueblo fue demolido y tragado por el agua de la represa Salto Grande. Con los años, su padre comenzó a reconstruir la memoria de lo perdido desde el museo local y con una obra de teatro. Ellos siguen montando teatro, son los organizadores de obras por los pueblos y del Encuentro Nacional de Teatro Popular. Una historia sobre la utilidad de ciertos textos y sus representaciones.
› Por Andrew Graham-Yooll
–Parto de una información simple, que es que desde su obra teatral, Aquel mi pueblo, un recuerdo de la vida en la vieja ciudad de Federación que quedó bajo el agua del río Uruguay en 1979, se construyó un movimiento teatral y cultural en la nueva Federación.
Juan Gibert: –Podría ser, más o menos, no del todo. A partir de la represa de Salto Grande en la nueva ciudad de Federación la actividad cultural fue prácticamente nula durante un tiempo. No había una acción con los artistas y los cultores de la comunidad. Eso fue consecuencia del desarraigo, del traslado en marzo de 1979. Después que se traslada la vieja ciudad de Federación a este nuevo emplazamiento, la nueva ciudad vive una etapa de luto durante muchos años. Eso se refleja en todos los aspectos, en lo social y mucho más en lo cultural, porque la cultura del pueblo es básicamente un alimento. Durante años la gente que hacía actividades artísticas, que no pasaba por lo teatral sino por lo fol-klórico, la música, la plástica, la artesanía, también había desaparecido. Muy esporádicamente surgía algo, pero se borraba, no tenía continuidad. En algún momento, y como consecuencia de esta ausencia, un grupo de gente, en donde no estaba mi padre, se propone crear un grupo de teatro. Eran maestras, gente de alguna institución, como para hacer algo porque no había nada que hacer. Había una necesidad de unirse de los federaenses porque al llegar a la nueva ciudad, que llegaron todos juntos y no había nadie ni quién los recibiera, hubo gran desencuentro. Los vecinos ya no eran los mismos, las relaciones ya no eran iguales, el comercio de la esquina ya no existía. La ciudad había cambiado y también la idiosincrasia. Hubo que buscar para encontrar lo que había sido el pueblo de Federación. Por esa necesidad surge ese grupo que quisieron hacer una obra que nunca se llevó a cabo, porque el grupo se disolvió. A mí me quedó la necesidad de seguir.
–¿Cómo se relacionó con el grupo?
–Yo no, mi mamá, porque ella era maestra en la escuela. Yo tenía once años. Fui un día para decirles que mi mamá no podía ir y me invitaron a actuar. Así llegué, ahí quedé.
–A los once años, en tiempos de duelo de toda una ciudad.
–Yo no sentía el duelo, porque era muy niño, pero lo viví a través de mis padres.
Silvia Gibert: –Me parece que no se generó un movimiento alrededor de papá, eso es ponerle muchas fichas a mi padre, pero era un tipo que generaba proyectos culturales, y de teatro, de escritura. Era un funcionario municipal con responsabilidad en el área cultural.
Juan Gibert: –Mi padre empezó a escribir la obra Aquel mi pueblo, alrededor de 1993 o ’94. Era, y es, una rememoración de la vida en la vieja ciudad y cuenta cómo afectó el desarraigo a través de las vivencias que van expresando los actores.
–Pero la empezó a escribir recién quince años después de la mudanza.
Juan Gibert: –Sí, y la obra se estrenó en 1996, originariamente con un elenco mucho más grande que el de ahora. A raíz de la obra, Aquel mi pueblo, se forma nuestro grupo de teatro, Tavajhú (voz del guaraní correntino, significa algo así como gente que va de pueblo en pueblo), para llevar al escenario a esta pieza.
–¿Quiénes integraban ese primer grupo?
–En ese entonces estábamos mi mujer, Paloma Gudiño, el bailarín y actor Edgar Vargas, que también formó su propio grupo, Tango Azul, estoy yo, estaban Gustavo Combis, que se fue del grupo hace unos años, y Agustín Gibert, mi padre, que falleció. A partir de ahí, de la formación del grupo, y a raíz de este espectáculo, se empezó a generar un movimiento cultural interno más sólido, tenía mayor continuidad y era más fácil relacionarse así con la comunidad. Por eso digo que fue “más o menos” este espectáculo lo que constituyó la base y el disparador de un movimiento cultural en Federación. Pero hay que aclarar que hubo otros intentos.
–Al mismo tiempo, está el inicio del Museo de los Asentamientos, en la primera capilla de la ciudad.
–Como decía la Silvia, papá siempre anduvo movilizando cosas que tenían que ver con la identidad del lugar. Papá organizó el museo allá en la vieja ciudad y el de ahora que está instalado en la primera capilla, construida en 1850 y trasladada pieza por pieza a la nueva ciudad y reinaugurada el 25 de marzo de 1980. Por eso también el pasado y el traslado de cosas se reflejan en la obra teatral. Tenía pocas herramientas de museología, pero pudo armar un circuito de historia dentro de un edificio, de lo que había antes y de algunas cosas que se rescataron del traslado. Esto lo involucró a él mucho más en lo que es sentir el desarraigo del pasado.
–¿Su padre qué función tenía? Digo aparte de activista cultural.
Silvia: –En la ciudad vieja trabajaba en el Banco de Entre Ríos, hasta que renunció porque no se lo bancaba y empezó a trabajar en la Municipalidad. Escribió un ensayo sobre el traslado (Crónica de Federación, Sobre éxodos y refundaciones, Museo de los Asentamientos, Federación, 2002) y fue responsable del video de la historia que tiene el museo. Mi padre nos acompañó hasta su muerte, a los 57 años, en 2003. El dirigió el espectáculo, marcando cosas, dándole toques de su memoria de la ciudad vieja, enfatizando espacios y relaciones que todos los más viejos recordaban, que eran parte de sus sentimientos y que el desarraigo iba borrando. Hasta el día de hoy se sigue haciendo y se va a seguir presentando por mucho tiempo. Empezó con un elenco de unas quince personas. El texto ha ido cambiando y en los últimos tiempos se hizo con tres actores que encarnan cuatro personajes, una mesa, tres sillas y una escoba. Los telones se van mojando con el agua que crece, muestran edificios, iglesias, que se caen... El grupo Tavajhú y su obra básica surge de un duelo, que se hereda... El duelo tiene un proceso, se transforma en recuerdos, luego adquiere su elemento de nostalgia, después se construye una memoria, y finalmente se convierte en historia. Aquí, en Federación, el duelo y su proceso de desarrollo es de emigrantes que recorrieron tan sólo 23 kilómetros, pero lo que dejan atrás es demolido por las topadoras y luego los escombros desaparecen bajo el agua. Culturalmente ¿cómo se va construyendo una memoria a partir del duelo por un pueblo que desapareció y al que no se puede volver? Esto es algo que sucedió por la construcción de represas en China, en Africa occidental, en Egipto y no sé cuántos lugares más.
Juan: –Aquel mi pueblo es algo bastante particular. No sé si se ha hecho algo similar en otras partes, y además nunca pensamos que podía tener la repercusión que tuvo. Es ahora un patrimonio cultural de los federaenses. En el momento de los comienzos se trataba de ver cómo se construía la historia de esta nueva ciudad. La historia había que hacerla. Todos los que vivíamos acá a partir de la inauguración de lo que se llama el Nuevo Asentamiento, el 25 de marzo de 1979, estaban aferrados a lo que fue. Había mucho llanto, mucha lágrima, mucho recuerdo del proceso que desde la primera firma hasta el traslado dura más de treinta años, y había cierto rechazo a la nueva ciudad, a la casa, a la nueva estructura edilicia, a esta propuesta que el destino le imponía a Federación.
–¿Tiene influencia en la memoria el hecho de que todo se aceleró bajo “mano militar” entre los inicios de la obra de la represa en el ’76-’77 y el traslado en el ’79 bajo la dictadura militar?
Silvia: –No creo, en este caso, no. Hay otras influencias de la dictadura, pero en el caso de Federación, no. El proyecto de la construcción de la represa de Salto Grande sobre el río Uruguay está desde el primer gobierno de Perón, en 1946. El proyecto luego queda medio congelado, y el crecimiento del pueblo también. En el tercer gobierno de Juan Perón, en 1974, se firma el acuerdo para llevar a cabo la obra. Y se realiza durante la dictadura. Pero es sólo en 1977 que se decide construir una nueva ciudad. Antes de eso la intención era dispersar la gente en pueblos vecinos, como en Chajarí, y otros lugares.
Juan: –Nuestra obra de teatro para recuperar la memoria de todo eso se comienza a hacer en un lugar donde la actividad cultural, en la ciudad vieja y aquí, no pasaba por el teatro, excepto quizás alguna pieza que se ponía cada año en la Casa de la Cultura, en el Museo o en el colegio. Para 1997, Federación tenía el emprendimiento termal y una proyección hacia el futuro y entonces la obra teatral toma una función muy extraña. La gente necesitaba las representaciones, quería que mostráramos más cómo éramos y de dónde veníamos. Hoy, creo, si quisiéramos dejar de hacer el espectáculo sería como un golpe contra el pasado y la identidad. No es fácil explicar eso, habría que estudiarlo. Hoy tenemos más de dos mil funciones hechas. Desde el 2000 al 2003 recuerdo que hacíamos un promedio de cuatro o cinco funciones por semana. Después se fue generando otra forma de organización y hoy estamos haciendo tres funciones semanales, que son las fijas. Hay otras que surgen que no están programadas, como son las funciones para grupos de visitantes, para excursiones. Ese ritmo no es ya para la gente de la ciudad, que cada uno ya la vio docenas de veces, sino que es para turistas que se dan cuenta que Federación no es solamente un complejo termal y que también es un lugar con una historia, que incluye un traslado.Un temor latente, por lo menos en mí, es que con el transcurrir de los años la historia de la vieja se deje de lado. Hay nuevas generaciones que necesitan su historia nueva, pero también necesitan la presencia del pasado para poder seguir, aun cuando en el día a día no se vea así. La población de Federación se ha duplicado desde que las termas comenzaron a funcionar como centro turístico. Las termas comienzan una nueva historia en noviembre de 1994. Tres años después se termina el complejo termal, y desde entonces creció la población rápidamente. Ahora somos 19.500 habitantes. Creo que papá jamás hubiera pensado que su obra tendría para hoy tanta cantidad de funciones y que de alguna manera nos dejó una forma de contar la historia. A nosotros, sus hijos, nos dejó este trabajo para todos estos años.
–La obra de Tavajhú convierte al grupo ahora en anfitrión, con el grupo Tango Azul, del Encuentro Nacional de Teatro Popular, que acaba de llevarse a cabo en Federación, en su séptima edición. ¿Qué es Teatro Popular?
Silvia: –Para mí, gira en torno de un movimiento para llevar el teatro a la gente que quizá no tiene recursos o no tiene ganas de entrar en una sala que siente ajena. También es la necesidad de los artistas de llevar lo que hacen al pueblo, para que se conozca en la calle lo que está sucediendo en el escenario formal. De ahí surge un intercambio. Nosotros entramos a los barrios y a las casas de la gente, llevando una visión diferente de las cosas. La gente, a su vez, nos proporciona una reacción crítica muy espontánea, muy sincera, que nos dice lo que quiere. Fuimos al Barrio Nuevo, que es la gente que se trasladó último de la vieja, y la energía que se genera en ese tipo de evento es diferente a la que uno crea en una sala. José Manuel “El Negro” Quinteros, del grupo Puro Teatro, en Santa Fe, que vino para ayudar, dice que el teatro popular convoca al barrio con códigos de contenidos. Los códigos deben ser comprendidos fácilmente, para que los encuentros den lugar a debates, a un enriquecimiento de actores y público. Permite cargar las pilas a ambos. Y el producido de “la gorra” socializa el evento. Los contenidos tienen una fuerza ideológica que en otras circunstancias se ha puesto al servicio de un proceso de liberación.
Juan: –Coincido con Silvia, y sumo lo ideológico y lo político. El teatro nació popular, en algún punto se convirtió en elitista cuando los espacios de poder fueron cerrando las puertas de la representación. Ahí se generó la idea, errónea, de que el teatro no es para todo el mundo, sino para los que pueden pagar una entrada, para los que pueden vestirse para ir a una sala, para aquellos que es un deber más que un sentimiento establecer un vínculo con lo cultural. Eso sacó el teatro del barrio del pueblo. Nosotros, como grupo, teníamos la necesidad de relacionarnos con la gente. No buscábamos llevar a la gente a la sala para presenciar una representación de su historia. Queríamos llevar su historia a sus casas.,Nosotros podemos hacer teatro sin plata, pero no sin público. Por lo tanto, cuanto más público tengamos, mejor. Empezamos a crecer cuando buscamos otros códigos, otras formas, estilos, estéticas, y a partir de esa necesidad nos relacionamos con gente que sentía la misma en otros puntos del país. Así conocimos al Movimiento Nacional de Teatro Popular. Son grupos con la misma idea de llevar el teatro a la gente, en las calles, las plazas, los barrios, en espacios no convencionales. Eso era lo que queríamos y vimos que la gente lo necesita. Ahí pensamos que Federación es una buena plaza para generar un movimiento donde el federaense concurra masivamente al teatro. La gente aquí ve más teatro durante los cuatro días del Encuentro Nacional de Teatro Popular, con cuatro obras diarias en el anfiteatro abierto y en la Casa de Cultura, que en los otros 360 días del año. No se cobra entrada, es todo a la gorra. En el Encuentro y en nuestro local, “Poblarte” (un edificio sin terminar que alguna vez, antes de la privatización, iba a ser el Correo Argentino, en la calle principal de la ciudad), la gente viene con su silla plegable o su banquito, con su gaseosa y su sandwich, que comparte en familia y con otra gente. Se convierte en una fiesta donde todos tienen la posibilidad de participar. Eso es teatro popular.
–Entonces, ahora el público viene más de afuera que de la localidad. Eso sirve para contarles a otros la historia, mostrarles el patrimonio. ¿Cómo se mantiene enganchado al federaense?
Juan: –El federaense vivió esa historia. En un comienzo quería ver cómo la contaban, comparar experiencias, ver variaciones. Pero la historia ya está incorporada. Ahora se la contamos a las nuevas generaciones, a los barrios que no se acercan a una sala, y desde ya al turista, que queremos que conozca algo más que las termas. La gente de acá que recuerda el traslado, probablemente fue varias veces a ver la obra, pero luego desiste, porque pega muy fuerte, golpea a sus propios sentimientos y recuerdos. Hay veces que hasta yo todavía me pongo a llorar.
–¿Cómo se hace para instalar una identidad cultural en un lugar cuya presencia edilicia es tan fría como la de Federación? Aquí hubo un modelo constructivo bueno, las casas son cómodas, bien armadas, pero todas iguales, hechas de bloques prefabricados. Hay grandes espacios muy agradables y árboles que han crecido a lo largo de los 25 años de la ciudad. Pero Federación tiene la apariencia de una ciudad jardín, o de un barrio dormitorio, y me pregunto dónde esta la identidad cultural en una unidad urbana como ésta.
Silvia: –La conciencia cultural hay que trabajarla en todos los rincones y niveles. Se enfatiza en nuestros aniversarios, el 25 de marzo. El año pasado fue muy especial, porque la ciudad cumplió 25 años y hay necesidad de saber qué se desarrolló, aparte de los edificios, en un cuarto de siglo. Algo va tomando forma. La historia entra a la gente, se instala en las casas y en los barrios. La edificación está, ahora tiene que vestirse de algo más. Ahora tiene que crecer lo que se siente, igual que los árboles y las plantas que crecen y van constituyendo una identidad. El cuarto de siglo, en 2004, fue un momento muy especial. El aniversario coincidió con una bajante muy grande y los cimientos de la vieja estuvieron fuera del agua. El día de la fiesta, la conmemoración se hizo en la plaza de lo que fue la ciudad vieja. Fue un momento muy movilizante. Se hicieron y cantaron canciones acerca del pueblo, sobre la historia. La gente de Federación hizo una bailanta sobre los cimientos. Lloviznaba, estaba oscuro. La sensación fue como un renacimiento, una catarsis. Ya no importan tanto los escombros. Ahí triunfa la memoria y la alegría de haber salido adelante. Hay un pasaje en El libro de los abrazos, de Eduardo Galeano, que describe cómo la gente vuelve para hacer asados sobre los escombros. Siempre que hay gran bajante vamos a los escombros, para buscar lo que queda. Pero el veinticinco aniversario fue especial.
–Pasemos, finalmente, al Encuentro Nacional de Teatro Popular.
–El encuentro surge para instalar la actividad teatral en Federación, traer teatro a la gorra de todo el país. A partir del primer encuentro en 1998 tuvimos una subvención del Instituto Nacional de Teatro. El primer año fue un éxito increíble. Nosotros pensamos que si venían doscientas o trescientas personas estábamos hechos. Tuvimos un promedio de mil, mil trescientas personas por noche. A partir de ese primer año hubo una explosión que nos impulsó a trabajar todo el año en la preparación del segundo Encuentro. También obligaba a crecer artísticamente. La gente de Federación se involucró, y los grupos que venían también se metieron con la comunidad, yendo a los barrios y haciendo participar a la gente. En este séptimo encuentro el promedio de gente que venía al anfiteatro era de novecientas personas cada noche. A partir del tercero decidimos compartirlo con pueblos cercanos. En vez de pedirle a la gente que viaje hasta Federación, nosotros vamos a sus pueblos. Así es que el subtítulo del Encuentro es Teatro de pueblo en pueblo. Vamos a localidades de tres a cinco mil habitantes, como San Jaime, Santa Ana, Chajarí, y a Villa Constitución, acá enfrente, en la República Oriental del Uruguay. Desde entonces cada año tenemos esa itinerancia. Para sorpresa nuestra, cuando terminamos de organizar el sexto y preparábamos este séptimo, el Instituto Nacional de Teatro, en Buenos Aires, nos dice que ya no hay cuatro mil pesos para el evento, hay mil. Pensamos que con eso se acabó la historia. Nos reunimos, conversamos con gente en Santa Fe, pedimos ayuda. El grupo Tavajhú ganó un premio en el Encuentro de Teatro en Rosario en 2004 y eso también nos ha dado fuerza. Decidimos desburocratizar el asunto y pedir apoyo a la gente. Si bien siempre pedimos auspicios para cubrir gastos, no era gran erogación, por lo general 15 o 20 pesos. Este año pedimos un poco más. Nos dieron colchones para la gente que viene y a la que tenemos que darle donde dormir (en las aulas del Colegio Carlos Pellegrini). Los almacenes nos dieron comida, las librerías nos dieron papel y lápices, el municipio también aportó. Y así fuimos cerrando los números, para que la gente se sintiera cómoda y bien cuidada, que tuviera alojamiento y transporte. No es un evento tan grande como otros años. Pero tenemos grupos excelentes de varios lugares del país. Vinieron los Polifacéticos, de Rosario; Roberto Iriarte, de Rosario; Farsa Molestia, de San Fernando (Buenos Aires); Los Juan Mondiola, también de San Fernando; Circo de Bolsillo, de Córdoba; Tres Tigres Teatro, de Córdoba; Puro Teatro, de Santa Fe; Camilucho, de Tucumán, y Raíces, de Corrientes. El teatro en Federación sigue adelante.
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