SOCIEDAD › COMO SE TRABAJA EN EL RELANZAMIENTO DE LA MITICA FABRICA SIAM

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Ochenta obreros, sobrevivientes de la vieja Siam, firmaron un acuerdo con un grupo que se dedica al gerenciamiento de empresas y ya reciben pedidos. Además, en la antigua y gigantesca planta se está conformando un “hotel” de pymes, que buscan potenciarse a través de la convivencia. La historia de una gran apuesta.

 Por Alejandra Dandan

“Hicimos de todo: preparamos miguelitos, botellas con nafta, tambores llenos de bulones, mangueras de alta presión: ¿Viste como en las películas?, pero en la fábrica.” José María Bustos todavía tiembla pensando en esa noche. La Gendarmería llegaba al otro día con una orden judicial para expulsarlos. En la Siam quedaban unos 350 obreros. No iban a ceder ni un milímetro de fábrica. Esta historia no sucedió ni durante la crisis del ‘30 ni en el ‘72 cuando Agustín Lanusse nacionalizó la corporación de los Di Tella, y con ella sus deudas. Esa noche está mucho más cerca. Fue en el ‘97: en la última pelea que dieron los obreros para organizar una cooperativa con los rezagos de la fábrica. Aunque lo lograron, el triunfo fue parcial: el proyecto fue arrasado dos años después por costos que no podían competir con los productos extranjeros. Hubo meses de parálisis, de colectivos sin monedas, de una obstinación explicable sólo por la crisis cada vez más abierta en los alrededores de la empresa. Unos 80 hombres siguieron adentro y ahora, con la caída del peso, volvieron a poner en marcha las cintas mecánicas de heladeras. Hay cientos de unidades en las líneas de producción, clientes en lista de espera y un proyecto de autogestión inspirado en los modelos europeos de economía social posfordista. Por eso ahora no son los únicos dueños de casa. Hay doce pymes instaladas y una columna de organizaciones técnicas e instituciones intermedias dispuestas a apuntalarse en este nuevo proyecto.
En la puerta está José Bustos, 58 años, obrero de la Siam desde hace treinta años y custodio privado desde la reapertura. José dejó el mameluco guardado en algún lado cuando la comisión interna decidió entregarle las llaves de la puerta. Ahora está ahí, detrás de las rejas de Molinedo al 1600, paseando de saco y corbata como un perro guardián. “Yo nunca le mezquiné el lomo a nada: si tengo que destapar baños, voy, si tengo que pintar, pinto”. Para los sobrevivientes –eso son ahora el puñado de hombres que quedó de la antigua Siam–, la fábrica no es una fábrica: “¿Cómo no va a hacer así? –sigue Bustos–, si ésta es más mi casa que mi casa”.
Ahora mismo José no es un obrero disfrazado de custodio pero se parece. Aunque su corbata, la pinta y hasta esas gotas de sudor amontonadas en la cara son parte de la nueva imagen de la Siam.
En estos días, por aquella entrada de Molinedo ya no pasa sólo la clase obrera. Caminan gerentes de pequeñas empresas, pasan camionetas cuatro por cuatro, secretarias e incluso científicos. Esa es la nueva población dispuesta a llevar adelante el resultado de un convenio entre la UOM, el puñado de obreros y La Huella de Bilbao, una cooperativa dedicada al gerenciamiento de empresas. Bajo esta nueva alianza existen dos proyectos: el primero es la recuperación de la Siam, como marca productora de electrodomésticos. El segundo es uno más grande: un “hotel” de pymes de un mismo sector que se establecerán en un territorio compartido para potencializarse.
Con este formato hace tres meses empezaron a aceitarse las cintas por donde ahora corren carcazas de 300 heladeras apurando una producción que tiene, dicen, sobreabundancia de demanda: “¡Explotaron las ventas, vinieron de Easy, de Wal Mart y los de Rodó están queriendo llevarse todo!”, dice ahora Luis Perego, el ingeniero a cargo del gerenciamiento que llegó a la Siam, con veinte años de investigación en el Conicet. Detrás de los supermercados aparecieron también pedidos de los vecinos y de los comerciantes del barrio que se llevaron hasta las piezas del hall de muestra.
Y estos resultados son sólo parciales. Con esos números la fábrica está alcanzando ya las tandas que se hacían antes del cierre. Si todo sigue como hasta ahora, en seis meses habrá 1500 personas alojadas y alojando alas 300 pymes que, calculan, estarán establecidas en los cien mil metros cuadrados de galpones. Y eso será así aunque esta diminuta ciudad que empieza a inflarse de nuevo en los suburbios de Avellaneda espera a siete mil habitantes.
Cerrado
La reapertura tiene una historia marco que comenzó en el ‘97 cuando Aurora Grundig presentó la quiebra. La planta de equipos electrodomésticos de Avellaneda había quedado en manos de Aurora cuando Raúl Alfonsín ordenó la privatización de las tres plantas de la Siam instaladas en el conurbano. La licitación fue en el ‘86 y en ese momento Techint se quedó con los equipos de tubería de la Siat; Pérez Companc, con la metalmecánica y Aurora con los electrodomésticos. Después de la quiebra, los obreros no se fueron. Encararon negociaciones con el gremio y con el grupo de síndicos de acreedores para quedarse con la fábrica. Después de varios meses, obtuvieron un permiso legal para operar las máquinas con derecho al uso de galpones y de la marca. En esos días se fundaba otra Siam: esta vez como cooperativa, un proyecto revolucionario que duraría dos años.
–¿Sabés las que pasamos acá? El primer año cuando hacíamos el enlozado al fondo, si hacía 35 grados de calor afuera, ahí te hacían cien. Con ese calor hacíamos 800 piezas: ¿sabés cómo la pasamos?
La pasaron con amenazas, gendarmes afuera y sin un solo centavo de ganancia durante meses. La cooperativa arrancó con 380 obreros y con un programa que incluía subsidio y financiación para sostener una cadena de producción demasiado costosa en el contexto de la convertibilidad. Aun así al año fabricaban 1200 heladeras y otras tantas cocinas. Bustos seguía en la línea de producción, como lo hacía desde el ‘73 cuando su tío lo presentó en la fábrica. Recién salía del servicio militar y ese día “un día de sol y peronista”, lo pararon frente a la línea blanca, donde pasaban las heladeras de Di Tella. Primero fueron las carcazas, más tarde los laterales y al final de los treinta años fue recorriendo buena parte de la empresa, adentro y afuera: “Cuando salíamos afuera de la fábrica, formábamos columnas interminables, íbamos a las marchas en los camiones, coches y colectivos que salían. Después de algunos meses de la juventud metalúrgica, siempre estaba en el frente con el bombo, pintando, pegando carteles y lo que sea”.
En abril de 2000 se sintieron los primeros efectos de la crisis: además de problemas en las ventas y de financiación, la cooperativa se encontró con dificultades administrativas. En esa época quedaban unos 200 obreros: “Nunca dejamos de venir, no había ni para sacar para el colectivo: lo mismo andábamos quince cuadras a la mañana, quince a la tarde, con lluvia, sol, calor, frío”. Y Bustos fue sólo uno. Juan Korsoj, el jefe de mantenimiento, tenía entre sus ahorros los años acumulados en la fábrica: “¿Qué íbamos a hacer, si otra no nos quedaba?”. Este año cumple sus treinta años en la empresa. Ese es otro dato de Siam: no hay jóvenes, sólo hombres grandes, casi todos con más de veinte años adentro.
–¿No flaquearon en ningún momento?
–Nunca nunca. Vos fijate –dice ahora Bustos–: a la edad de nosotros qué nos queda. Nosotros salimos del portón para afuera, cierran este portón y no nos quieren ni para hacer zanja vieja, si encima hasta para agarrar una pala tenés que saber inglés ¿o no?
–¿No los pudieron sacar de adentro?
–Ni cuando nos quisieron sacar: no pudieron. Y no van a poder. Siempre lo dije: me van a sacar de acá con los pies para adelante.
¿Cluster qué?
En ese estado, la UOM lanzó un pedido de auxilio. Buscó distintos proyectos y convocó al equipo de Perego de la Cooperativa La Huella. Elingeniero entró en contacto con los sindicalistas en noviembre de 2000. La UOM le dio cuatro meses para hacer un diagnóstico y desarrollar una propuesta. Cuando Perego entró a la fábrica por primera vez, ni siquiera había luz; Edesur la había cortado por falta de pago. Revisó las plantas y se dio cuenta de que hasta la líneas de montaje estaban estructuradas para el país de la era fordista. Cuando pasó el tiempo volvió a la UOM dispuesto a rechazar la propuesta: “No había forma de salvar un metro de esa fábrica”. Los problemas parecían insalvables.
“Imaginate –propone–: los conflictos que se armaron con la gente cuando nos vio aparecer con traje y corbata y hablando en inglés”. El inglés lo usaba para pronunciar uno de los conceptos centrales del proyecto: “Cluster: es hotel, eso es. Un hotel de empresas que usará la planta de Avellaneda para establecer un polo de pymes ligadas al área de la metalmecánica”.
La Cooperativa Siam y el equipo de Perego formalizaron un acuerdo de cooperación: la Huella le da a la Cooperativa Siam asistencia legal, gerencia general, contable y planeamiento estratégico y Siam cede el espacio para desarrollar el modelo del agrupamiento cluster (ver aparte). La idea fue declarada “de interés nacional” por el Ministerio de Trabajo, que destinó además una cuota de 350 planes Trabajar, necesarios para apuntalar el programa. Esta suerte de subsidio fue reforzado la semana pasada. Desde la Municipalidad de Avellaneda, le ofrecieron a la Siam 8000 planes Trabajar y la disponibilidad del equipo de técnicos de la Secretaría de Empleo y Trabajo.
Pero el despegue no está terminado. Todavía falta confianza entre el grupo de los pequeños empresarios que deberán trasladarse. Y esa confianza necesita una cuota de utopía. De hecho el socio gerente de la primera de las doce pymes que ahora están en el terreno tardó dos meses en decidirse. “No me convencía, venía desde mi fábrica todos los días para verla, pero el barrio, la zona... tenía que traer mi auto acá y la idea no me cerraba”. Carlos Ruiz es el dueño de Argenpower, una fábrica que funcionaba en Sarandí, dedicada a la fabricación de insumos eléctricos. Conoció el proyecto de los obreros de la Siam cuando estaban buscando un generador para recuperar la luz eléctrica de la planta. Al final de la venta, se mudó.

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