SOCIEDAD
› DENUNCIAN DESAPARICIONES Y MUERTES
EN LA COLONIA DE OPEN DOOR
Un misterio que va en continuado
En el hospital neuropsiquiátrico Domingo Cabred se fugaron 128pacientes entre enero y abril. Y en lo que va del año ya hubo dos muertes. Historias de locura entre el olvido y la desidia.
› Por Carlos Rodríguez
Bernardo es uno de los 1250 pacientes internados en el hospital neuropsiquiátrico Domingo Cabred, de la localidad bonaerense de Open Door. Su cara está siempre llena de risa y, aunque es sordomudo, no para de “hablar”. Como cuando levanta los ojos, gesticula y hace un gesto de aprobación, acompañado con ruidos que salen de su boca, mientras pasa una chica joven y bella que está de visita. En el pabellón 6, la siesta se respeta y, contra todo mito, la paz es absoluta, a no ser por Bernardo, el ruidoso. Juan tiene el don del habla, pero parece mudo. Lava la vajilla del almuerzo sin decir palabra, en una enorme pileta, de las que se usan para la ropa. Golpea y agita los platos de loza, que resisten como si fueran de goma. “¿Eso es para sacar estampas fotográficas?”, pregunta por única vez cuando advierte que es el centro del objetivo de la reportera gráfica de Página/12. Omar, aunque no duerme, se estira en una cama del pabellón y cuenta que ya no se fuga. “Me traían de los pelos”, explica, justificando el porqué del buen comportamiento actual. No todos son caseros como Omar: entre enero y abril, del hospital de puertas abiertas se fueron sin aviso al menos 128 pacientes “cuyo paradero se ignora”, según denuncias. Este año aparecieron dos cadáveres en el bosque impenetrable de 180 hectáreas que crece con desmesura en el predio de 800 hectáreas donde está el hospital. Los muertos eran pacientes extraviados. Las autoridades del Cabred tienen su propia versión (ver aparte).
Según la constatación en el lugar que hizo este diario, en los libros internos está asentado que, desde el 21 de enero hasta el 6 de abril, el propio director del Cabred, Leo Zavattaro, y el director asociado, Julio Chomont, reportaron las “fugas” de 128 pacientes. El texto de las denuncias es siempre el mismo: “Atento a que con fecha (...) se ha producido la fuga del paciente (los nombres están asentados, pero se mantienen en reserva), se solicita la colaboración para efectuar un rastreo general del predio del hospital, en especial en los lugares más inaccesibles, a fin de poder localizar al mencionado”. El diputado socialista Jorge Polino, quien realizó una visita al Cabred para constatar las supuestas irregularidades, dijo en un pedido de informes elevado al presidente de la Cámara de Diputados que tiene información sobre “la desaparición de 315 pacientes en lo que va del año”.
Julio Acedo, secretario general de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE), seccional Luján, asegura que hasta el momento “no se ha dejado constancia alguna de que las personas denunciadas como fugadas hayan regresado a los pabellones o que hayan aparecido en sus hogares”. De los cinco cadáveres que aparecieron, tres fueron hallados en lo que va del año en la zona boscosa del predio, casi inexpugnable, que ocupa unas 180 hectáreas. Nada se sabe, en forma oficial, acerca de la identidad de las víctimas, aunque en cada caso intervino la comisaría de Open Door y la Justicia, que ordenó el reconocimiento de los cuerpos a la Policía Científica de la provincia de Buenos Aires. “Ellos (por las autoridades del hospital) dicen que son fugas, pero fuga es cuando el paciente aparece en la casa o en la vía pública y lo llevan de vuelta al hospital. Nosotros decimos que son desapariciones, porque no consta que hayan sido encontrados”, afirma Acedo, que trabaja en uno de los pabellones del hospital y tiene conocimiento directo de los movimientos internos.
Acedo asegura que el problema se debe “a la casi nula atención que reciben los pacientes” y que, según el dirigente de ATE, obedece a la reducción del personal producida a partir de la asunción de Zavattaro. “En los últimos años, de los 160 empleados con los que contaba el hospital, luego de sucesivas jubilaciones y despidos, quedaron apenas 30”, sostiene Acedo. A eso se suma el recorte de gastos “para los insumos básicos” y la tercerización de los servicios. El hospital cuenta con carpintería propia, tapicería, albañilería, imprenta, una fábrica de calzado, una tornería mecánica, un lavadero y un taller mecánico, entre otras dependencias, pero muchas de ellas “están paralizadas por la falta de personal”. En el pabellón 6, donde está Acedo, las paredes parecen recién pintadas, pero el olor a baño predomina en los pasillos. El personal es mínimo: una enfermera por turno, tres empleados para tareas de limpieza y la atención de los internos, un psiquiatra para todos que viene una vez por semana, un médico clínico cada 15 días. La única asistente social que iba se fue a vivir a los Estados Unidos. ATE afirma que sobre un presupuesto total de 8.800.000 pesos, 5 millones se destinan a sueldos y 3,8 millones cubren los gastos anuales para los 1250 internos, más los gastos que ocasiona la atención de 900 pacientes que pasan por los consultorios externos. “Los insumos para los pacientes son mínimos. Para dar un ejemplo, hay que pensar que se reparten cuatro paquetes de yerba y 8,600 kilos de azúcar para cien pacientes, para todo el mes”, precisa Acedo.
El mate reúne a los internos, que ante la presencia de un visitante piden monedas, cigarrillos o paquetes de yerba. Menos del 20 por ciento de ellos recibe la visita de familiares o amigos que puedan acercar provisiones. La inmensa mayoría depende de lo que les entrega el hospital. Mario tiene 50 años y una larga historia de internaciones que comenzó en el Hospital Borda. Como casi todos, habla de un alta inminente que sólo existe en su imaginación. “Me voy a ir, voy a volver a ser yo”, asegura, mientras guiña un ojo. Enrique tiene apenas 32 años y el aspecto de un hombre de 50. Es el único del pabellón que duerme en un colchón en el piso. “Vivía con mi familia, pero ahora no me viene a visitar nadie”, dice sin manifestar emoción alguna.
Eugenio llegó al Cabred después de que fallecieron sus padres. “Mis hermanos, Miguel y Manuel, no podían tenerme”, admite mientras se encoge de hombros y muestra una amplia sonrisa que parece justificar la decisión de sus familiares. Francisco, de 51 años, muestra una foto descolorida y dice con cierto orgullo: “Esta es mi casa”. Ni recuerda los años que lleva en el neuropsiquiátrico.
Los pacientes se arremolinan alrededor del cronista, salvo unos pocos que se mantienen a distancia. Las miradas son hoscas, al principio, pero después del saludo y una palmada en el hombro, son amables, juiciosos, conversadores, aunque la mirada permanece perdida en algún lugar de difícil acceso, en un recoveco de su propia historia.
Entre los internos hay, al menos, un hincha de Tigre, que llena las paredes diciendo que el equipo es “capo” y que remata las leyendas firmando “La 13”. También están los clásicos de siempre, como “Daniela te amo”, “Jesucristo sana y salva” o “Argentina: libertad nacional” y hasta un graffiti con el nombre de John Lennon, con corazones en el lugar de las “o”. La atención del cronista por lo que dicen las paredes provoca el graffiti textual de un interno que pasa: “Vos estás loco”, asegura, mientras mira con cara de loco y luego sonríe. Omar, el que ya no se escapa, se levanta de la cama para contar algo de su vida: “Tengo familia en Don Torcuato (el tono es como el de contar un secreto), tengo dos hijos y hasta los 35 años trabajé en una fábrica metalúrgica, en la Ruta 197. En esa época cortaba caños y pensaba bien”.
Bernardo, el sordomudo, sigue metiéndose en todo y con todos. Explica con señas que no tiene plata y que, por eso mismo, no tiene audífono. Y aprovecha para reiterarle su admiración a la chica bonita.
En este mundo lleno de privaciones, cercado por el olvido, un papel amarillento recuerda a todos en una pared los “Derechos del Enfermo Mental”. De los 27 puntos que tiene el decálogo, se destacan algunos párrafos que señalan derechos esenciales: “Recibir en forma totalmente gratuita la más calificada atención en salud mental; recibir trato personalizado; recibir la información que se difunda por los medios de comunicación”.
Bernardo el ruidoso, una vez más, pasa y sigue opinando con la contundencia de sus muecas. Dice con señas algo así como “no” o “nada”.
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