SOCIEDAD
Drogas contra el Parkinson que provocan juego y sexo
Una investigación en EE.UU. encontró que distintos remedios contra el Parkinson convierten a los pacientes en jugadores compulsivos y les incrementa notablemente la actividad sexual.
› Por Pedro Lipcovich
Afortunadamente, al difunto papa Juan Pablo II no le pasó durante su enfermedad; pero, en otras personas que padecen Parkinson, ciertas medicaciones pueden conllevar, como efectos secundarios, cambios de conducta que incluyen la compulsión a los juegos por dinero –hasta llegar a pérdidas patrimoniales considerables–, los excesos en el comer y, también, el incremento en la actividad sexual, que en algunos casos se elevó, de un coito por semana, a varios por día. Todos estos efectos son reversibles y, en cuanto se le cambia la medicación, el paciente vuelve a ser tan aburrido como la mayoría de la gente. El hallazgo fue dado a conocer en una prestigiosa revista científica, donde se incluyen también impresionantes historias clínicas que, para edificación y advertencia de sus lectores, Página/12 revela hoy.
La investigación fue efectuada por un equipo de los departamentos de Psiquiatría, Psicología y Neurología de la Clínica Mayo, de Estados Unidos, dirigido por Leann Dodd; sus resultados –bajo el título “Juego patológico causado por drogas usadas para tratar la enfermedad de Parkinson”– se publicaron en el último número de la prestigiosa revista Archives of Neurology.
Todo empezó cuando, en entrevistas de rutina a personas con enfermedad de Parkinson, o a sus familiares, se advirtió que algunos pacientes habían desarrollado conductas definibles como de juego patológico. Este último, según la Asociación Psiquiátrica de Estados Unidos, se define como “la falla en resistir el impulso hacia el juego por dinero, aun al precio de severas consecuencias personales, familiares o vocacionales”. El juego patológico se clasifica como un desorden en el control de los impulsos.
En el caso de los pacientes de la Clínica Mayo, “la adicción al juego se había desarrollado recientemente y estaba cronológicamente relacionada con el uso de ‘antagonistas de la dopamina’”, registraron los doctores. La enfermedad de Parkinson se trata mediante drogas que restauran o mejoran la función de la dopamina, un neurotrasmisor cerebral. Se admite que esta sustancia tiene un papel en el “sistema comportamental de recompensa”, tendiendo a reforzar conductas entre las que ya se había señalado la práctica del juego por dinero.
El trabajo de los investigadores cita once casos. Uno de ellos es el de una mujer de 53 años, casada, enfermera, que sólo había jugado por dinero una vez en los últimos cinco años. Poco más de tres meses después de que empezó a ser tratada con el medicamento “pramipexol” –a razón de 4,5 miligramos por día, para controlar los problemas motores propios del Parkinson–, la mujer “experimentó una fuerte compulsión a jugar en casinos. Empezó a ir una vez por semana, con pérdidas moderadas; al narrarlo, insistía en que era una conducta inusual en ella –cuentan los investigadores–. Cuando la dosis de pramipexol fue paulatinamente suprimida, ella refirió que sus compulsiones al juego habían cesado por completo”.
El segundo caso es el de un pastor de 54 años, que sólo había ido al casino una vez cada cuatro o cinco años, perdiendo unos 20 dólares cada vez. También estaba siendo medicado con 4,5 miligramos diarios de pramipexol. En el segundo año de tratamiento, empezó a ir al casino casi todos los días, y en pocos meses perdió 2500 dólares. Le ocultó esto a su mujer pero, aun con dificultades, se lo confesó a su neurólogo, que entonces suprimió paulatinamente el pramipexol. Un mes después, el pastor dejó de estar interesado en el juego.
Otro paciente, un hombre de 41 años, casado, programador de computadoras, no sólo perdió 5000 dólares en pocos meses jugando en Internet, sino que “desarrolló una compulsión a comprar artículos que no necesitaba ni deseaba” y, además, “estaba fijado en tener sexo con su mujer varias veces por día”. Antes del pramipexol, el hombre “nunca había jugado en su vida” (en cuanto a su frecuencia sexual previa, el informe no la consigna). En este caso, la interrupción del tratamiento fue demasiado brusca y “fue como si un interruptor de luz se hubiera apagado”, contó después el paciente, en el cual “no hubo recurrencia del juego u otras conductas compulsivas”, aseguran los investigadores.
El caso de otro paciente, de 52 años, casado, muestra las consecuencias que puede llegar a traer la automedicación: luego de aumentar, por su cuenta, la dosis de pramipexol, adquirió “una obsesión por el sexo, embarcándose en affaires extramaritales y pornografía”, revela el informe. Para colmo, “su mujer telefoneó al neurólogo para comunicar que el marido había empezado a jugar ‘incontrolablemente’, llegando a perder más de 100.000 dólares”. Cuando le cambiaron la medicación, “perdió el interés en el juego y en la pornografía” y “su mujer comunicó: ‘Ya tengo a mi viejo marido de nuevo’”.
Otra esposa afectada por los efectos secundarios fue la de un hombre de 50 años tratado con otro antagonista de la dopamina, el ropirinol: “Su esposa notó que había incrementado su impulso sexual, que estaba bebiendo alcohol con más frecuencia y comiendo en exceso”, además de haber empezado a jugar compulsivamente, “permaneciendo en casinos durante días enteros y llegando a concurrir a Jugadores Anónimos durante un breve lapso. Cuando se redujo la dosis del medicamento, hubo lo que los investigadores describen como una “dramática mejoría: dejó de jugar y volvió a tener sexo sólo una vez por semana en vez de cuatro veces por día”.
Tenía 68 años otro de los pacientes cuando “se tornó hipersexual y tuvo episodios de abandonar su ciudad por días sin que nadie conociera su paradero”, además de “perder más de 200.000 dólares en casinos a lo largo de seis meses”. Reducida la medicación a la mitad, “dejó de sentir necesidad de jugar o embarcarse en otras compulsiones”.
Los investigadores precisan que, en siete de los 11 pacientes estudiados, “el juego patológico se desarrolló entre uno y tres meses después de llegar a la dosis de mantenimiento o de aumento de los antagonistas de la dopamina”. En todos los casos, que de todos modos conforman una muestra muy reducida, los cambios de conducta cesaron con regulaciones de la medicación, sin mayores consecuencias.
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