Lun 07.01.2002

SOCIEDAD  › A LA ESCASEZ DE TURISTAS SE SUMA LA AUSENCIA DE AUSPICIANTES

Las playas se quedaron sin sponsors

Los anunciantes –fuente de ingreso para balnearios top– hoy brillan por su ausencia. Esperan que el repunte llegue en febrero.

› Por Alejandra Dandan

Desde Mar del Plata

Lo peor es que habla en serio: “¿Vos sabés qué es esto?: Era la meca de los anunciantes y ahora está todo muerto”. Quien habla está parado debajo del lujosísimo Costa Galana donde esta noche se hará el festival de las tops models pero, por primera vez, sin auspiciantes. Las marcas instaladas desde hace varias temporadas entre el barroco paisaje de las playas han levantado los carteles en buena parte de los 60 balnearios extendidos sobre este borde atlántico de la costa. La desaparición de los nombres propios ha llegado hasta las terrazas del Balcón y La Caseta, parte de ese territorio donde Mar del Plata juega al sueño americano entre los vaivenes de los países devaluados. Lo que les pasa es una síntesis de lo que muchos consideran como la peor temporada. Aun así, otros son optimistas. Desde la Cámara de Empresarios de Balnearios y Afines aseguran que los malos tiempos terminarán en unos días. Creen que la temporada aún no empieza porque “está retrasada” y que la época de las vacas gordas por esta vez llegará en febrero y no después de los Reyes.
“No será una temporada estupenda, pero hay una infinidad de habitués que pasaron las vacaciones para la segunda quincena de enero y febrero”, asegura Luis María García, presidente de Cebra, la cámara que reúne a este puñado de propietarios de balnearios que espera atentísimo más novedades antes de soltar la toalla. Entre ellos casi no hay discusiones. La mayoría piensa que la gente llegará aunque, esta vez, con menos tiempo y más ajustados.
“Llegarán más tarde –especula García–, los que se quedaban un mes estarán quince días y los de quince días se quedarán una semana.” Algo de eso se escucha también en las inmobiliarias donde la palabra quiebra se ha puesto de moda: “El tema es así –dice Rubén uno de los empleados de Estudio Uno que, como buen nativo, se ha vuelto experto en antropología urbana–: la gente está quebrando quincenas”. Para este hombre alejado durante todo el día de los empresarios de la playa, la cosa es tan simple como un dibujo animado: “Acá no existe más Disneylandia, que todo el mundo lo tenga claro”.
Ni siquiera Polo Giancaglini, desde los balnearios de Playa Grande, sabe con quién enojarse. En todos lados los números son iguales: la caída de las reservas y de los veraneantes está debajo del 40 por ciento, medido con parámetros de la temporada pasada. El pesimismo tampoco cambia con los turistas que decididamente están llegando: “Como no tienen dinero líquido, no hacen las reservas y los que las hacen no pagan más de veinte pesos o a lo sumo treinta”, dice García mientras repasa una lista al estilo cambalache donde mezcla el corralito, la devaluación y los calefones: “Con todos estos golpes sucesivos –repite–, ¿quién puede sostenerse?”.
La respuesta aparece kilómetros más abajo. Desde las terrazas de La Caseta –pasando el Faro–, Jorge González es uno de los que va poniendo cara de contento cuando apaga el teléfono: “Pensábamos que todo iba a ser catastrófico, pero estamos con los mismos números que el año pasado”.
Sus números están a la vista, sobre las pasarelas de carpas blanquísimas, algunas libres, pero la mayoría reservada. González lleva alquilado el 70 por ciento de las 200 carpas de 1200 pesos. Sin embargo, aunque muchas de esas carpas están pagas, aún no fueron ocupadas: los clientes no están, todavía no llegaron porque siguen acorralados en las ciudades.
Por esas terrazas de La Caseta donde hay espacio libre para sillones y hasta para clases de yoga, hasta el año pasado había un grupo de señoritas Movicom con promociones o gabinetes de negocios que tenían pantallas de Internet auspiciadas por las marcas. Ahora, nada de nada.
González menciona como al paso que la deserción de las marcas no tiene nada que ver con la crisis, que es sólo una cuestión de tendencia, de unmodo de estimular un ambiente relajado en sus arenas. Sin embargo, los que saben aseguran todo lo contrario: los balnearios no ganan tanto con el alquiler de las carpas, los mejores números son de esos auspicios que ahora faltan.
Uno de los que no entiende nada es ese hombre que pasea a lo guapo por las galerías recoletas de uno de los dos únicos nuevos balnearios de esta franja. El hombre es Albino Valentini y este año aterrizó a lo grande con el calendario equivocado. Después de trabajar desde marzo llegó a enero con todo ese balneario de nombre inglés bien armado. Sea View le sirve a Albino ahora como plafón para preguntarse “qué pasa con Mar del Plata que no están ni el 20 por ciento de los que tienen que estar”. El hombre, conocido por ser el organizador de los torneos de fútbol de verano en Mar del Plata, trabajó con un arquitecto esteño para darle a la zona de Mogotes ese toque a lo Punta de temporada.
También él ahora espera y durante el entretiempo camina frente a la faraónica pileta protegida hasta con blíndex de cristales: “El argentino es un tipo al que le gusta gastar, viene a las vacaciones y gasta, el tema es que ahora ni siquiera lo dejan”, dice, pensando a lo mejor en parte de esa tribu de nativos que nadie sabe dónde anda, si todavía existe o quedó sepultada o expropiada o emigrada.
“Acá flexibilizamos todo: aceptamos bonos, tarjetas y como empecé a decir estos días, hasta aceptamos pesos”, dice el dueño de La Caseta, ahora que sale corriendo porque le avisan que los ilustres Peralta Ramos, propietarios reales de estas tierras, vienen de visita con cara de preocupados.
Cuando vuelve a la terraza, todo parece en calma. Los patrones le han preguntando por el verano y cuando les dio sus números lo felicitaron: “No te quejés querido –dijeron– que estás mejor que tus vecinos de todos lados”. Ahora que lo piensa, es la primera vez, dice González, que los dueños de las tierras se presentan en persona para un testeo. A lo sumo, llaman por teléfono o algo así. Pero esta vez también la alta alcurnia está nerviosa o, como dice el buen Rubén detrás de su escritorio de empleado, está como está todo argentino: haciendo zapping de tiempo prolongado.

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