Vie 02.09.2005

SOCIEDAD  › LOS SAQUEOS Y LA VIOLENCIA OBLIGARON A SUSPENDER LOS RESCATES EN NUEVA ORLEANS

Postales del lejano Primer Mundo

Bandas de saqueadores armados que roban y violan ganaron la ciudad. Un helicóptero fue baleado y un militar resultó herido. Bush anunció “tolerancia cero” en el lugar. Los cadáveres flotan en las calles anegadas. Se habla de miles. El alcalde lanzó un SOS desesperado. Ocho argentinos buscados.

Por Andrew Buncombe y Andrew Gumbel *
Desde Los Angeles

Los esfuerzos por rescatar a las 300.000 personas que quedaron varadas y hambrientas en la ciudad hundida de Nueva Orleans corrían el riesgo de fracasar catastróficamente anoche. Las autoridades federales, no preparadas y con pocos recursos, se enfrentaban a la hostilidad de residentes fuertemente armados que parecían decididos a salir de la ciudad a tiros si era necesario. Las autoridades suspendieron el rescate aéreo de las decenas de miles de personas atestadas en y alrededor del estadio Superdomo, después de que desde allí se disparara con ametralladora contra un helicóptero militar que sobrevolaba el lugar. Un efectivo de la Guardia Nacional fue herido. El incidente fue un enorme golpe para los rescatistas. Los incendios en las inmediaciones hacían que fuera muy inseguro activar transporte aéreo o terrestre. La ciudad, o lo que queda de ella, quedó a merced de bandas armadas que saquean, roban y violan. El presidente George Bush anunció que habrá “tolerancia cero” para los saqueadores.
Los trabajadores de asistencia médica dijeron que tenían miedo de ofrecer sus servicios por la amenazante presencia de hombres armados en medio del hedor y la miseria humana en el estadio Superdomo, que está sin agua corriente, electricidad ni alimentos básicos o provisiones médicas desde el martes. Allí permanecen 23 mil personas. Los hombres armados simplemente tomaban los vehículos de trabajo, saqueando aquellos que tenían agua fresca, hielo, comida o medicinas. En el suburbio de Nueva Orleans de Kenner, el piloto de un helicóptero médico de rescate no se atrevió a aterrizar afuera del hospital después de ver a una muchedumbre de cien personas, muchas de ellos armadas, acordonando amenazantes la pista de aterrizaje.
Los informes sobre robos, secuestro de automóviles y hasta de violación y asesinato crecieron en una ciudad donde los muertos fueron abandonados donde cayeron o simplemente flotan en los ríos creados por las calles anegadas. Aún no se conoce el número de muertos, pero la estimación de los funcionarios de una cifra de miles suena verosímil.
Los sobrevivientes entraron en pánico anoche cuando el transporte que les habían prometido para salir de la ciudad no se materializó. “Estamos aquí como animales. No tenemos ayuda”, dijo un anciano pastor afuera del Centro de Convenciones, donde los cadáveres yacían directamente frente a los vivos. Desde el centro se podía ver una línea de ómnibus a lo largo de la ruta interestatal, pero no iban a ningún lado.
Las calles, mientras tanto, estaban llenas del hedor de excremento humano, pañales descartables de bebés y botellas vacías y pilas de basuras dispersas. Los periodistas eran recibidos con gritos de “¡socorro, socorro!” Una mujer casi histérica saltó a uno de los escalones del Centro de Convenciones y condujo a la multitud a recitar el salmo 23.
La administración Bush rápidamente envió un contingente nuevo de 10.000 efectivos de la Guardia Nacional al área del desastre para tratar de mantener el orden, llevando el número de hombres en uniforme a 20.000. El presidente Bush mismo dijo que adoptaría una actitud de “tolerancia cero” a la anarquía e instó a la gente a trabajar junta. “Entiendo la ansiedad de la gente en el lugar –le dijo a un entrevistador televisivo–, de manera que están frustrados. Pero quiero que la gente sepa que está llegando mucha ayuda.” Pero el presidente se encontró como el objetivo de un grado inusual de ira del espectro político, cuando los editorialistas querían saber por qué no había aparecido el primer día del desastre, y los funcionarios presentes y anteriores del gobierno detallaban las numerosas formas en que el Congreso y la Casa Blanca recortaron fondos para cada programa de emergencia que toda el área de Nueva Orleans necesita tan desesperadamente.A pesar de los esfuerzos de la administración por catalogar los barcos navales, helicópteros, hospitales flotantes y abastecimientos esenciales que estaba enviando, los informes de toda la costa del Golfo sugerían que no estaban llegando lo suficientemente rápido. “No estamos recibiendo ninguna ayuda todavía”, dijo el jefe de bomberos de Biloxi, Mississippi. “Necesitamos agua. Necesitamos hielo. Me dijeron que estaba llegando, pero tenemos a mucha gente en refugios que no han tomado una bebida desde la tormenta.” Los funcionarios locales ya abrumados por la escala de la catástrofe dijeron que estaban particularmente asombrados por el fracaso del Cuerpo de Ingenieros del Ejército para detener el torrente de agua que fluye hacia Nueva Orleans a través de los diques rotos que protegen a la ciudad del Golfo al sur y del lago Ponchartrain en el norte. “Estoy muy molesto con esto”, dijo la gobernadora de Louisiana, Kathleen Blanco.
Al Cuerpo del Ejército, como cualquier a otra autoridad encargada de evitar la inundación de Nueva Orleans, se le ha recortado su presupuesto repetidamente en los años recientes. A la Administración Federal de Dirección de Emergencias le desviaron sus recursos hacia la “guerra contra el terror” de la administración Bush, y muchos de los hombres de la Guardia Nacional que podrían haber intervenido rápidamente fueron enviados a Irak.
La perspectiva de una batalla por sobrevivir en Nueva Orleans fue empeorada por el hecho de que aun antes del huracán Katrina era el área urbana más pobre de Estados Unidos. El fantasmal y abrumador espectáculo de residentes negros encerrados en un estadio deportivo antihigénico y dejados casi totalmente a su merced no podía dejar de evocar recuerdos de los oscuros días de la segregación y de las leyes racistas en el sur estadounidense.
Los saqueos a los negocios de armas y las bandas armadas deambulando por las calles son reminiscencias de los disturbios de Los Angeles en 1992. La policía dijo que a sus oficiales les habían disparado, y el equipo de noticias de por lo menos una importante red nacional dejó saber que habían contratado guardas privados de seguridad para garantizar su seguridad. Los saqueadores atacaron negocios y edificios públicos y usaron o bien los tachos de basura o los colchones inflables para llevar sus objetos robados flotando por las calles navegables.
La perspectiva de un importante colapso societario no se restringía al área del desastre. Mientras los primeros evacuados eran bienvenidos a su nuevo hogar temporario, el Astrodomo de Houston, adonde llegaron unas 50 mil personas, los funcionarios se sintieron obligados a negar que los desposeídos estaban mantenidos en condiciones carcelarias. El Astrodomo “no es una cárcel”, insistió el jefe ejecutivo de Harris County, que rodea la ciudad de Houston. Los funcionarios, desde el presidente Bush hasta Marc Morial, el ex alcalde de Nueva Orleans, dijeron que el impacto de Katrina era aún peor que el del ataque del 11 de septiembre sobre la ciudad de Nueva York, y por lo tanto requería una respuesta aún más enérgica.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère

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