Dom 11.09.2005

SOCIEDAD  › DEL FALSO ESLABON PERDIDO AL “HOMBRE DEL PIANO”, LOS GRANDES FRAUDES QUE FUERON NOTICIA

Historia universal del engaño

Hay algo fascinante en las personas capaces de urdir un engaño en el que logran hacer caer a parte de la humanidad. El más reciente fue el hombre del piano, que no había perdido la memoria, no era mudo ni tampoco pianista. Aquí se cuentan algunas de esas mentiras para consumo masivo: desde un científico que presentó el falso eslabón perdido hasta un tipo tan lindo que todas las mujeres lo acosaban, incluida una supuesta
cafetera parlante.

› Por Andrea Ferrari

Cuando era chico, el hombre del piano soñaba con ser famoso. Eso cuentan los diarios británicos ahora que finalmente se decidieron a investigar la historia de Andreas Grassl, el alemán que durante cuatro meses estuvo en los titulares de todo el mundo porque supuestamente sufría un trastorno que le impedía hablar y recordar quién era, aunque podía tocar el piano como los dioses. Ya se sabe que ninguna de las tres cosas era cierta y que en su vida Grassl no fue un gran músico como se creía, pero intentó varias veces acceder a programas televisivos y escribió muchas cartas a gente conocida en busca de consejos para alcanzar fama y renombre, a lo que finalmente llegó por un camino un poco sinuoso. Esa búsqueda desesperada de reconocimiento aparece detrás de muchos otros históricos engaños. Hay algo que resulta fascinante en los engañadores y no es sólo la imaginación y el ingenio puestos al servicio de la farsa, sino el valor de sostenerla ante el mundo hasta que todo se derrumba y quedan sepultados bajo el peso de la mentira. Lo que aquí sigue es una galería de grandes engaños.
Uno de los terrenos más fértiles es el de la ciencia. Parece contradictorio que sean justamente los científicos, hombres y mujeres habituados a cuestionar y plantearse preguntas, quienes caigan como chorlitos (los que comparten el podio con ellos son los periodistas), pero basta pensar en los médicos que durante cuatro meses atendieron a Grassl y opinaron que sufría de estrés postraumático, o incluso que era autista, y ahora se enteran de que el hombre había trabajado con pacientes psiquiátricos y al parecer era bueno fingiendo síntomas.
El caso más famoso de engaño en la ciencia fue el descubrimiento del hombre de Piltdown, un cráneo considerado el “eslabón perdido” entre hombre y mono, que fue exhibido durante cuarenta años en un museo inglés hasta que se descubrió la farsa (ver aparte). Menos famosa, pero más apasionante fue la historia de los hombres que vivían en la edad de piedra en plena década del ’70.

A las cuevas

Todo empezó cuando Manuel Elizalde –un funcionario filipino dedicado al área de minorías– tomó contacto a través de un cazador local con un grupo tribal de 26 personas llamado Tasaday, que en 1971 vivía en la isla de Mindanao. Lo extraordinario sobre los Tasaday era que aún estaban en la era de piedra: dormían en cuevas, no tenían ningún conocimiento de agricultura ni tecnología, se alimentaban de lo que pescaban o recogían en la selva, iban desnudos o con ropa hecha con hojas y usaban herramientas de piedra. Estaban aislados del mundo y eran por naturaleza cordiales y poco agresivos: su lengua –similar a la de tribus de la zona aunque con rasgos propios– ni siquiera tenía palabras para términos como “guerra” o “enemigo”. Se los pintó como un grupo idílico, habitantes de una suerte de edén que no había sido contaminado por la civilización moderna.
La noticia conmocionó al mundo de la antropología. Eran muchos los que querían acercarse a la tribu, pero Elizalde controló las visitas férreamente y logró que el gobierno de su amigo Ferdinando Marcos estableciera un área de protección de 19.000 hectáreas, adonde sólo llegaban visitantes ilustres en helicóptero. Entre los medios que lograron ser aprobados para la visita estuvo la revista National Geographic, que dedicó su tapa a los Tasaday y los volvió famosos en todo el mundo. También se hizo un documental y se escribieron un sinfín de artículos y un exitoso libro.
Pasaron después muchos años en que nadie más pudo acceder a la reserva, a excepción claro está de Elizalde y su gente. Pero tras la caída de Marcos, un antropólogo suizo, Oswald Iten, decidió visitar la zona acompañado de un periodista filipino, Joey Lozano. A su regreso contaron que habían encontrado las cuevas vacías, pero que los supuestos Tasaday no estaban lejos: vivían en chozas y usaban remeras y jeans Levis. Todo el asunto, dijeron, era un engaño monumental. En esa misma línea, periodistas de la cadena ABC filmaron después un documental titulado La tribu que nunca fue, donde dos Tasaday decían a través de un intérprete que no eran una tribu, que habían actuado a pedido de Elizalde para conseguir apoyos y dinero, y se reían de sus propias fotos tomadas por la National Geographic en las cuevas.
Del caso Tasaday cada uno extrajo algo: Marcos, cuyo gobierno se estaba hundiendo, una pátina de respetabilidad en su función protectora de las minorías; Elizalde, fama y una cuota de poder; los periodistas, primicias y excelentes fotos, y aun los antropólogos que denunciaron el fraude se posicionaron en sus carreras. Los únicos que parecieron salir con las manos vacías fueron los indígenas.
Dos años después, la historia dio una nueva voltereta: se empezó a decir que el engaño no era tan absoluto. Las cosas nunca terminaron de aclararse del todo. Un grupo de antropólogos que lo investigó años después llegó a la conclusión de que la verdad estaba a medio camino: los Tasaday existían como pueblo con identidad y lengua propias y vivían separados, pero no aislados, ya que mantenían relaciones comerciales con otras comunidades. Si algunos andaban medio desnudos no era porque desconocían la tela sino por pura pobreza. Eso sí, no usaban herramientas de piedra ni vivían en las cuevas, más que para echarse una siesta de vez en cuando.
Tras el escándalo, Elizalde se fue de Filipinas llevándose parte de los fondos de la fundación que presidía. Hasta que murió, en 1997, insistió en que todo era verdad. Los Tasaday siguen existiendo como grupo, pero al parecer ya no son tan amigables con los extraños.

Hablame, cafetera

Hay engaños que empiezan pequeños y terminan gigantes por el efecto bola de nieve: una vez que se echan a rodar no hay cómo pararlos. Algo así le pasó en el año 2000 al cordobés Marcos Castagno. Estudiante de ingeniería electrónica, tenía 22 años cuando le contó al director de su ex colegio, en Las Varillas, que había ganado el premio de “El estudiante del siglo”, otorgado por la Fundación Motorola, gracias a su invento: una máquina de café que se ponía en funcionamiento con una orden en voz alta. El director a su vez se lo contó al intendente, que a su vez se lo contó a un diputado y las cosas llegaron hasta oídos del gobierno provincial. Días después, el entonces gobernador José Manuel de la Sota lo recibió, hubo fotos y notas en diarios y televisión. A esa altura la cafetera no sólo recibía órdenes sino que hablaba: Marcos había explicado que el sistema computarizado del aparato permitía hacerle añadidos, como la incorporación de un plano de la ciudad y los recorridos de los transportes, de modo que si se le indicaba a la máquina dónde estaba uno y dónde quería llegar, ésa le explicaba cómo hacerlo (lo cual parece ser tan útil como un vulgar mapa). Pero nadie pareció dudar de sus palabras, y Castagno también fue distinguido por el Concejo Deliberante y recibió un subsidio para el viaje.
El problema fue que se suponía que, como parte del premio, Marcos debía viajar a Japón y el interés de los medios lo puso en un aprieto. Días después del presunto viaje reapareció y ahí sus explicaciones derraparon: dijo que había tomado el avión, pero en una escala en San Pablo unos hombres con aspecto oriental lo habían atacado y obligado a darles “el código de la máquina”, todo lo cual le hacía pensar en la mafia japonesa.
Una mínima investigación permitió saber que el chico nunca había salido del país y que en Motorola ni enterados estaban del sainete. Marcos terminó confesando todo en su facultad y luego no quiso hablar más del asunto. La cafetera, tampoco.

El chico lindo

Otra víctima del efecto bola de nieve fue Dan Baca. El asunto empezó en 2001, cuando un sitio de Internet muy popular en San Francisco incluyó en su foro de “contactos perdidos” el texto de una mujer que quería encontrarse con un hombre al que veía de lunes a viernes en una determinada parada del colectivo con un bolso gris. Lo describía como un tipo fabuloso. “A gorgeous guy”, eran sus palabras. Ese fue el apodo que empezó a repetirse porque pronto el foro se vio inundado por otros mensajes de mujeres interesadas en un hombre tan atractivo. Se empezó a discutir online si el chico bonito era casado o soltero, heterosexual o gay. El asunto se convirtió en el chisme más repetido. Un diario logró detectar a Baca, un ingeniero de 25 años, que a esa altura ya no daba más. Contó que habían empezado a pasarle cosas raras en la parada del colectivo, gente que lo señalaba, mujeres que se acercaban a hablarle, que le decían cosas cada vez más directas como: “¿Estás saliendo con alguien? Porque yo estoy en una relación, pero está en crisis”. Había llegado a encontrarse, contó, con una pequeña multitud al bajar del colectivo y, aunque intentó cambiar las paradas, terminaron descubriéndolo. Finalmente alguien le explicó el asunto del sitio de Internet. Mandó su propio mensaje, para pedir que acabaran con el acoso, que quería su vida normal de vuelta: “Por favor, dejen de llamarme gorgeous guy por la calle y de sacarme fotos. Esto no es divertido, tiene que terminar”, reclamó. Pero fue peor. Más y más medios lo buscaron: salieron notas en todas partes, desde la CNN a USA Today. Baca aceptó las notas, porque –dijo– ya no había cómo resistir y pensaba que tal vez algo bueno podía salir de todo eso, como el comienzo de una carrera como actor o modelo (dicho sea de paso y al menos a juzgar por la foto, el tipo no era tan gorgeous como uno podría pensar). Hasta que al fin alguien detectó la farsa y lo puso en evidencia: él mismo había mandado casi todos los mensajes. Baca terminó haciendo un patético reconocimiento de su vanidad y dijo que también había inventado los masivos acosos. “Sólo quería divertirme –dijo–, pero la cosa creció demasiado.” Su bochorno sólo fue igualado por el de los medios, que no habían chequeado absolutamente nada.

El falso mafioso

Michael Gambino Pellegrino era un tipo duro que quería contar secretos de la mafia: inició contactos para ofrecer el libro The honored society. Era una jugosa historia, sobre todo viniendo del nieto del legendario Carlo Gambino, la inspiración de El Padrino. La editorial Simon and Shuster le pagó 500.000 dólares de adelanto. El libro salió en 2001, publicitado como “la obra del más alto miembro de la mafia que haya dejado registro de las actividades secretas”. Hubo notas en la prensa y en la televisión.
Todo iba bien hasta que los verdaderos Gambino pegaron el grito en el cielo: no sabían quién era ese supuesto mafioso y querían hacerles juicio, a él y a la editorial. De hecho, existía un Michael Gambino real, nieto de Carlo, pero tenía 16 años e iba al colegio en Nueva York. En Simon and Shuster casi se desmayan: iniciaron una investigación y descubrieron que el autor, Michael Pellegrino, era un poco criminal (había estado preso por estafa), pero no tanto como hubiesen querido: de asesinatos, nada. De modo que retiraron el libro de la venta y le iniciaron una demanda para que devolviera el dinero. Pellegrino se defendió: según su abogado, no había engaño ninguno ya que en el contrato firmado no se hacía mención de su biografía. Finalmente las partes llegaron a un acuerdo cuyos términos no se conocieron. Más tarde, Pellegrino relanzó el libro con otra editorial, aunque se aclaró que era todo ficción.
Los que quedaron bastante descolocados fueron los periodistas que habían hecho la nota con el mafioso. A uno de ellos le había dicho: “La gente como yo paga un alto precio por la vida que debe llevar. Si no te persiguen los federales, son tus amigos los que te quieren limpiar”.Después se supo que los federales no lo perseguían, pero seguramente bastante gente deseó en su interior que alguien hiciera el favor de limpiarlo.

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