Vie 31.05.2002

SOCIEDAD  › SE EXPANDE EL USO DE LA SOJA A TRAVES DE UNA ORIGINAL RED

El alimento para un país en crisis

Los productores la están donando a comedores populares y hospitales. Un grupo de ecónomas naturistas enseña a las cocineras a hacer magia con el cereal: se puede producir leche, harina, queso y milanesas, que reemplazan a mucho de lo que falta en los comedores.

› Por Alejandra Dandan

Hasta ahora ella conocía comedores solidarios, redes, organizaciones pero nunca la soja solidaria. Nancy Bértola coordina un programa de cinco comedores escolares de Lomas de Zamora. En diciembre ahí comenzaron a sentirse los primeros síntomas de la crisis: al desabastecimiento de provisiones se fue sumando el retraso en la entrega de subsidios y el drama de las familias del barrio donde aparecía la primera muerte de un chico desnutrido. Bértola salió desesperada a buscar ayuda y se encontró con quienes promovían en su barrio el uso de la soja como un alimento barato y nutritivo capaz de combatir el hambre. Los cinco comedores ahora forman parte de una red insólita. Están nucleados en la Asociación de Productores de Siembra Directa (Apresid) y el grupo de ecónomas naturistas de Angelita Bianculli. La red está donando soja para consumo en comedores, hospitales y escuelas y las mujeres enseñan los secretos para sacar de ese poroto desde leche a milanesas. Hace cuatro meses, la idea recién empezaba a gestarse y ahora hay 40 mil personas en Rosario y 30 mil en Buenos Aires comprometidas como Bártola con el mismo proyecto.
Pumas del Sur es uno de los comedores donde los lunes ya no se come arroz con carne. Las maestras están buscando la forma de que los chicos no noten el cambio: la carne ya se reemplazó por soja al menos ese día. “Con lo que ahorramos ahora tenemos dos días más de frutas durante el resto de la semana”, cuenta la encargada del menú de emergencia.
Desde el año pasado el centro recibe con dos meses de retraso la cuota del subsidio entregado por la Provincia para abastecer al programa de comidas de los 400 chicos. En los últimos meses comenzaron a tener además problemas con la provisión regular de leche, uno de los insumos indispensables en los cinco comedores cercanos. En ese momento Nancy encontró en la calle el cartel de “Soja solidaria”: entró y preguntó.
El lugar donde estaba colocado aquel cartel resultó clave para conocer el resto de ese extraño programa. Era uno de los locales de la Esquina de la Flores, la cadena naturista dirigida por Angelita Bianculli que tiene 150 voluntarias integradas al programa. Aunque Nancy no lo sabía, Bianculli estaba trabajando ya con Apresid y la Sociedad Argentina para el Desarrollo y Estudio de la Soja en la organización de una red de distribución de soja gratuita en los lugares más pobres del país.
La idea original había aparecido en Rosario. En febrero, los productores estaban espantados por los índices de desnutrición y los niveles de pobreza: “Lo hicimos porque hay hambre”, le dijo a Página/12 Víctor Trucco, el presidente de esta asociación de productores que está cada vez más entusiasmada con los resultados de un poroto: “Acá nadie se da cuenta –comenta Trucco–, pero la soja es una mina de oro y encima no cuesta nada: 1 kilo rinde 10 litros de leche o se pueden hacer hasta treinta milanesas”.
Con esos datos, Trucco y sus colegas rápidamente encontraron un ejército dispuesto a maximizar el uso del poroto en el contexto de crisis. Para empezar ni siquiera necesitaban de una producción extra: en el país se cultivan 30 millones de toneladas al año, y el 95 por ciento se exporta. Trucco se puso en contacto con los productores, los exportadores, cooperativistas y las agrupaciones que los nuclean para proponerles el programa solidario: “No queríamos entregar sólo los bolsones con semillas o los porotos, nos parecía indispensable llegar con un diseño de un plan nutricional completo sobre esa base”, dice ahora Victoria Francomano, una de las ingenieras agrónomas convocadas por Apresid para planificar el megaoperativo de distribución que en poco tiempo reemplazaría hasta la leche de los hospitales.
Francomano se conectó con los naturistas coordinados por Angelita Bianculli y sus mujeres aceptaron poner en marcha la segunda parte del plan: la distribución de información nutricional y recetas. Así, mientras los productores aseguraban una entrega continua de porotos para abastecer comedores, ellas se encargaron de difundir fórmulas para convertir un puñado de soja en queso, leche, ñoquis, tortas y hasta mayonesa.
–Y el café: si desde que se me acabó el año pasado, no tenía.
Beatriz González es una de las mujeres de Ingeniero Budge que hace un mes tomó el curso de entrenamiento en soja. Ahora toma soja al desayuno como leche, hace empanadas de soja en el almuerzo, merienda tortas de soja con té y hamburguesas en la cena. Ese es su menú, y no por fanatismo. Beatriz viaja en bicicleta todas las semanas hasta el Mercado Central para poder variar la dieta con vegetales. Pedalea media hora: “Cuando hay viento a favor, a la vuelta un poco camino y un poco pedaleo”. Por pura necesidad conoció el programa, hizo el entrenamiento de rigor y se convirtió en uno de los referentes barriales. Desde hace dos semanas, en su casa se reúnen cuatro hombres y siete mujeres que hasta ahora contaban con dos comedores sociales para conseguir todos los días la comida de sus hijos: “Como la comida que entregan es poca, la gente está mandando a los chicos a dos lugares –dice Beatriz–: primero comen en un Jardín de la otra cuadra y después en el comedor de la vuelta”.
Ahora ése es uno de los grupos que expande en el conurbano los modos de consumo de esta suerte de polvo mágico, de gusto poco masivo. En los comedores, la leche de soja puede ser un éxito solo si nadie se da cuenta del cambio, si hay polvo de chocolate cerca para suavizar el gusto y si la cocinera se acuerda del remojo con ocho horas de anticipación. Si eso está resuelto, los problemas más graves serán solamente los que aparecieron en la casa de Beatriz el primer día de ensayos. “¡La quemé! Quemé la licuadora porque puse todos los porotos duros, sin hervir”. El asunto fue más grave de lo que parece: la suya era una de las dos licuadoras del barrio.

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