SOCIEDAD
El día después, con lamentos por la estación y quejas contra TBA
A partir de las 8, los trenes volvieron a parar en Haedo. Ya empezaron los trabajos de reconstrucción. Los vecinos hacen cola para ver los destrozos. Una marcha abrazó la estación.
› Por Carlos Rodríguez
Beatriz nació en Haedo hace 57 años y está de luto por “su” estación de trenes. “Este edificio tiene 114 años, es una reliquia para nosotros”, dice mientras se toma el pecho con las manos, porque siente que ha perdido “una parte” de su vida. A su lado, Matilde está en trance desde que confirmó que en el brote de furia “se llevaron hasta la imagen de la Virgen de Luján”, patrona de los viajeros. “Se la habrá llevado alguien muy creyente...”, comenta Rodolfo, un bancario de traje y corbata que se acercó a balconear los destrozos. El hombre, inmutable, termina su frase con una blasfemia que –por suerte para ella– no llega a los oídos de Matilde: “...alguien que cree que la va a vender a buen precio”. Desde las 8 de ayer, los trenes volvieron a parar en la estación de Haedo. Las primeras formaciones llegaron semivacías, pero desde las 10.30 la afluencia de pasajeros comenzó a normalizarse. Cien operarios contratados por Trenes de Buenos Aires (TBA) trabajaron para enmendar lo roto. La concesionaria del servicio del ex Sarmiento siguió cosechando críticas de usuarios y vecinos, más allá de la controversia sobre si lo ocurrido fue “un complot”, como dice el Gobierno, o “una pueblada”, como juran voceros de las organizaciones sociales. Por la noche, una marcha de vecinos que encabezó el intendente de Morón, Martín Sabbatella, reclamó a la empresa que la estación sea reconstruida “respetando su imagen original”.
“Haedo siempre fue un lugar tranquilo y esta vez, a pesar de todo lo que pasó, a nosotros no nos atacaron. Apenas se llevaron unos diarios y revistas, pero no pasó nada grave.” Estela, con voz calma, aclara que ella no estaba en su kiosco de diarios, el único que está sobre el andén norte de la estación. El empleado “no fue golpeado, no le sacaron el dinero, que no era mucho, y apenas rompieron un vidrio; la bronca no era con nosotros”. Los locales de comida, en cambio, fueron arrasados. Ayer estaban cerrados La Esquina del Souffle, cuyo stock de empanadas se esfumó en minutos, y la panchería del andén, donde sólo había quedado en pie una botella de gaseosa de dos litros, a medio tomar, circundada por la cinta policial que trata de preservar las posibles pruebas.
Manuel es el dueño del único kiosco que hay sobre el andén. “Hace 15 años que estoy acá y nunca vi nada igual. A mí tampoco me hicieron nada. Cuando se acercaron para llevarse todo les grité que era mi kiosco y que era mi fuente de trabajo. Se calmaron y uno de ellos me respondió: ‘Está bien que defiendas lo que es tuyo’. Y después se fueron.” Un cartel de Marlboro roto es la única señal que quedó de la furia de los pasajeros. “Yo no sé si todos eran pasajeros o si había chorros mezclados”, aclara Manuel, quien también se presenta como “sufrido pasajero de la línea Sarmiento”. Recuerda que “hace cuatro semanas, en un viaje a Moreno, nos hicieron cambiar cuatro veces de tren. ¡Cuatro veces!”, repite.
Los espacios que corresponden a la concesionaria TBA fueron los blancos preferidos. La boletería del andén norte está ubicada casi al pie de la barrera del paso a nivel de la calle Fasola. “Era de ladrillo hueco, madera y chapas. Primero la quemaron y después la tiraron abajo”, cuenta un operario de TBA, con casco amarillo incluido, que prepara el pastón de cal, arena y cemento para reconstruirla a nuevo. “Sólo quedaron los cimientos”. Ayer habían instalado una boletería de emergencia, de fibra de vidrio, que no funcionaba. Tenía colgado un cartel que indicaba a los viajeros: “Sacar boleto en destino”.
Uno de los jefes del operativo “reacondicionamiento de la estación” ferroviaria hace saber que “hubo que reparar todo el sistema eléctrico de 220. No hubo daño en la alimentación que mueve a los trenes, pero el resto del tendido eléctrico se quemó y hubo que instalarlo de nuevo”. Los vecinos más antiguos hacen cola para mirar el edificio quemado durante los sucesos del martes. Es como si se tratara de un velatorio. El vidrio que protegía a la imagen de la Virgen de Luján fue roto y un cartel escrito a mano, por una mujer que firma “Adriana”, dejó su número de teléfono para que se comuniquen con ella “quienes quieran participar de la reparación material y espiritual de la imagen de la Virgen”.
Otro ingeniero jefe asegura, tratando de calmar tanto desconsuelo, que la estación “va a ser reparada y en poco tiempo va a tener la misma presencia de siempre. Se va a mantener la estructura original y no habrá ningún cambio”. Su mensaje optimista no conforma a los vecinos: “Igual no va a ser lo mismo y mucho menos para nosotros, que sabemos la historia que guardaban estas paredes”, insiste Beatriz. Mientras espera para cruzar las vías, Elsa, 70 años vividos en Haedo, se queja porque “los argentinos sólo sabemos destruir”. Eduardo Ledesma, empleado del gobierno porteño, pasa en bicicleta y también se queja: “Fue un quilombo, rompieron todo, pero también es cierto que el servicio de trenes es una mierda. Yo vivo en Ituzaingó y viajo todos los días hasta Once. El tren nunca funciona como corresponde y esta situación tendría que terminar de una buena vez”.
El kiosco Tegui, sobre la calle Remedios de Escalada, llegó a estar rodeado de manifestantes, pero cerró sus puertas a tiempo. “Nos salvamos, es que hasta el viento soplaba en aquella dirección”, ironiza su dueña, mientras mira hacia la estación de trenes. “TBA se llama el problema”, afirma y aclara que no le gusta “ningún tipo de violencia, tampoco la de viajar mal todos los días, como ocurre con los que usamos el Sarmiento cuando era estatal y ahora que está privatizado”.
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