Dom 09.06.2002

SOCIEDAD  › DISEÑADORES Y PUBLICISTAS EXPLOTAN EL RESURGIDO SENTIMIENTO PATRIOTICO

Haciendo bandera

Primero fue la gente con las banderas. Después vinieron publicidades en celeste y blanco. Ahora hay ropa, botas y hasta joyas con onda patriótica. Diseñadores y publicistas captaron el sentimiento que apareció con la crisis y lo usan. ¿Hay un resurgimiento del patriotismo o es todo una movida superficial?

› Por Horacio Cecchi

Una raya celeste, otra blanca, una celeste, otra blanca. Aun antes de que el Mundial transformara las calles, balcones, vidrieras y supermercados en un bazar persa con colores argentinos, los símbolos patrios y los sentimientos nacionales ya habían reverdecido entre la gente. El hambre, la desocupación, el corralito, los cacerolazos fueron el disparador. Apuntalándose en la crisis, varios diseñadores de moda locales avanzaron sobre las emociones modelando indumentarias del color de la bandera, botas de cuero con cintillas argentinas y precios verdes y colecciones con nombres de próceres y mitos argentinos. Empresas y creativos publicitarios descubrieron en reclamos y cacerolazos un costado redituable: el resurgimiento de los ideales nacionales, dándose la paradoja de que empresas extranjeras aparecieron y aparecen en las pantallas envueltas en colores patrios, haciendo gala de una sospechosa argentinidad. Los especialistas no se ponen de acuerdo: algunos sostienen que se trata de un patrioterismo superficial que no es reflejo de movimientos profundos. Otros creen que la sociedad se embanderó para defender lo último que le queda, antes de que los símbolos patrios sean privatizados.
En abril pasado, durante la Buenos Aires Fashion Week, el diseñador Pablo Ramírez eligió un motivo central para presentar sus modelos: la simbología patriótica. Veintiséis modelos recorrieron las pasarelas mostrando tapados y pantalones negros, con el detalle de un gorro frigio al que se ceñía la escarapela, mientras abría musicalmente un arreglo de la marcha de San Lorenzo. Siguieron tres modelos con el clásico gorro sanmartiniano y, por último, una novia, vestida de blanco, representando a la Argentina con el detalle de lujo: una escarapela realizada en cristales Swaroski, con los colores argentinos. Los 30 modelos cerraron desfilando con picas federales. Todo esto, matizado con trocitos del Himno Nacional y malambos varios.
Lo más curioso es que la elección del motivo central nada tuvo que ver con las marchas y la euforia mundialista. “No me adhiero a la pasión del fútbol –aseguró Ramírez a Página/12–. Es una pasión que dura un mes y se corta. La gente grita ‘Argentina Argentina’ durante un mes cada cuatro años. La idea surgió a partir de diciembre del año pasado. Salí a la noche a la calle y me pasó algo que no me había pasado nunca: escuché el Himno en las casas, en los balcones, en la calle. Sentía que la gente quería apropiarse del país, tomar el poder. Fue muy fuerte y me despertó un sentimiento patriótico que tenía dormido. Entonces pensé en hacer algo y así surgió la escarapela de brillantes.”
El diseñador Santiago Sáez tiene tradición en tradiciones, empezando por su marca, Ona Sáez, una clara alusión a las tribus fueguinas. Después de su colección Argenmanías, la casa de modas recorrió mitos, figuras, iconos, atravesando sus remeras con rostros del Che Guevara, Fangio, Maradona, Monzón. El último verano lanzó la colección Americanas del Sur, estampando las formas de la Coca Sarli, apenas cubierta por unas pocas flores. En plena crisis lanzó una campaña de moda solidaria. “Mis campañas son una combinación de sentimientos personales y de ver que nuestras marcas gustan en el exterior por ser argentinas –dijo Santiago Sáez–. La realidad afecta a la moda. A mí no me parece que la moda sea una burbuja de glamour. Siempre tuve inclinación por lo autóctono. No son productos que saque por volúmenes de venta, son más que nada para identificar las colecciones, porque, ¿cuántas veces alguien se va a poner una remera que tenga un número grande que habla de la desocupación?” Sáez reconoce que, en buena parte, su empeño por lo autóctono responde a una trama comercial. “Esto es un negocio, pero también podría haber diseñado con cualquier otro motivo, y elijo éste.”
En las colecciones de Ricky Sarkany, el artículo 270 tiene una particularidad que exalta, visiblemente, los sentimientos locales: se trata de un par de botas de cuero, con gajos blancos y celestes. “La gente se incentiva a usarlas por el Mundial –sostuvo Romina, del staff deSarkany–. Nunca falta alguien que se las ponga, pero, la verdad, hoy por hoy, no es mucha la gente que se va a poner un par de botas de colores de 400 dólares. No es algo que se venda mucho. Lo que sí está saliendo son unos cinturones con una aplicación de strass en celeste y blanco.”
–¿Por qué producen las botas, entonces?
–Porque como marca estamos en la actualidad –respondió Romina–. Hay que estar con lo último, acompañar.
Yo quiero a mi bandera
Aerolíneas se llama Argentinas, pero son españolas. La española Repsol, para el Mundial, se disfrazó de YPF. Quilmes, con capitales brasileños, asegura en su tanda publicitaria que “es nuestra bandera lo que defendemos”. Ahora resulta que Coca Cola levanta el interés nacional. Chevrolet lanzó la promoción “Yo quiero a mi bandera”, y Nestlé tomó el horario de los partidos como un argumento de venta, con un joven, envuelto en una bandera, adormilado mientras se escucha la voz de una mujer ofreciendo café. “Cuando se decide por una marca, la elección se hace por lo que esa marca significa”, sostuvo Diego Kepel, a cargo de la cuenta Quilmes en la empresa de publicidad Y&R. Algunos publicistas aclaran que las marcas internacionales no tienen bandera de pertenencia, pero que el haber sponsoreado a la Selección es buen argumento para sostener los emblemas.
“Los mundiales siempre refuerzan los símbolos nacionales –consideró Eduardo Fidanza, sociólogo y director de la consultora Catterberg y asociados–. Aunque en el ‘86, cuando Argentina empezaba a sentir la crisis con el Plan Austral, el festejo por el Mundial duró 20 días, lo que dura la catarsis, pero después hay que volver a casa y a la realidad.”
Pero el revisionismo simbólico que se vive en las calles por estos días no tiene como única raíz el Mundial. “Ya el 25 de mayo pasado me llamó la atención la cantidad de escarapelas que tenía la gente”, recordó Fidanza. La crisis desbordó en banderas y el himno silabeado entre las cacerolas. Las empresas apostaron a lo único que demostraba no haber perdido credibilidad: los símbolos. “La viste subir tantas veces, la viste bajar tantas veces”, dice la campaña de Osde, en referencia a la bandera. San Martín cruza los Andes y en un descanso toma Villavicencio. Credicoop salió a apostar a los próceres nacionales. La suiza Swiss Medical lanzó su campaña “tenemos todo, también tengamos esperanza”, matizada con una bandera albiceleste como fondo.
“Es bastante probable que esta situación de crisis esté reviviendo ciertos valores populistas y nacionalistas –sostuvo el sociólogo Ricardo Sidicaro–. El rastro está en Soledad en la música, cierto atractivo por las películas argentinas, que está reviviendo en la sociedad civil. Pero no parece ser otra cosa que una respuesta refleja. No tiene una articulación social o política que convierta a eso en algo más profundo. Cuando se habla de la década del ‘70, las canciones de protesta eran un reflejo de algo más profundo. Hoy, la fragilidad de esas representaciones tienen que ver con la fragilidad del cuerpo social. No podemos decir que la sociedad está fragmentada y aparecen destellos de reflexión.”
Alberto Quevedo, sociólogo e investigador en Flacso, en cambio, está convencido de que “la crisis no tiene su epicentro en la economía sino en la política, y se manifiesta abiertamente desde diciembre pasado. Argentina tiene una tradición del siglo XIX que dice que la sociedad es construida por el Estado. El radicalismo y el peronismo continuaron, cada uno a su modo, profundamente estatistas. Así quedaron construidas las identidades políticas. Ahora estamos viviendo una crisis del Estado, sus instituciones y dirigentes, que no pueden dar respuesta, y todo se invierte porque es la sociedad la que soporta sus valores, está sosteniendo al Estado y sigue creyendo que hay que apostar a la Argentina, que este país tiene destino.”
A la euforia de símbolos y colores patrios “no la juzgaría como superficial ni tampoco como resurgimiento de los intereses profundos de la Nación –consideró Fidanza–. Creo que esta crisis es de Argentina en su relación con el mundo. En las crisis siempre se palpa la sensación de disgregación, y la patria forma parte de la identidad colectiva. Siempre, cuando algo que se quiere está a punto de desaparecer, se enfatiza como un deseo de que no desaparezca. Por eso, esa explosión de banderas y escarapelas. Esta crisis tiene mucho componente de pérdida: pérdida de ingresos, de ahorros, de trabajo, de futuro. Es una especie de tragedia. Hay un doble resentimiento de la gente, con la propia dirigencia, pero también con el mundo. Además, la globalización exacerba los nacionalismos. Todo este proceso aumenta las ideas de autarquía y genera una brecha en la que se siente al país a contramano del mundo. Desde el punto de vista de las imágenes, de la comunicación, las empresas y el mismo gobierno se acomodan en ese proceso y dicen que estamos recibiendo un ataque. El Mundial se suma, aunque siempre fue un disparador de sentimientos nacionalistas. Debajo de la camiseta de la Selección están todos. Es el símbolo que unifica contra un adversario externo”.
“Hay un juego de pinzas –dice Quevedo– entre la crisis de sentido y las empresas para producir empatía con publicidades nacionalistas. Lo veo como otro síntoma de la crisis, porque ante la crisis de credibilidad, por un lado la sociedad toma para sí los símbolos y, por otro lado, las mismas empresas también lo hacen y la Argentina termina viviendo la privatización de esos símbolos.”

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