Mar 31.01.2006

SOCIEDAD

Cómo era el plan del coreano que engañó al mundo buscando el Nobel

El coreano Hwang Woo-suk inventó su clon al creer que una firma de Boston lo tenía de verdad. Ambos trabajos habrían salido a la par. Qué falló para que lo descubrieran. Qué tuvo que ver Bush.

› Por Javier Sampedro *

Cinco de las seis preguntas clásicas del periodismo –qué, quién, cómo, cuándo y dónde– ya tienen respuesta en el “caso Hwang”. Lo que nadie ha respondido hasta ahora es la sexta: ¿por qué? Un fraude puede pasar inadvertido en un campo académico marginal o rayano en lo esotérico. Pero si un investigador se inventa que ha clonado los primeros embriones humanos y que ha derivado de ellos las primeras células madre específicas de pacientes –poco menos que el avistamiento de un nuevo continente biomédico–, sabe de antemano con absoluta certeza que los laboratorios de medio mundo se le van a echar encima y van a descubrir su engaño. ¿Se volvió loco Hwang? ¿O hubo un método en su locura?

Hwang Woo-suk, ahora expulsado de la Universidad Nacional de Seúl, publicó la falsa clonación de un embrión humano y la derivación de una falsa línea de células madre a partir de él, en la prestigiosa revista Science en febrero de 2004. ¿Por qué?

No tiene sentido que Hwang cometiera uno de los mayores fraudes científicos de la historia para ganar dinero. Ni al editor de Science, Donald Kennedy, ni a ninguna otra fuente científica le consta que hubiera intento alguno de patentar esa línea celular (llamada NT-1), ni la técnica que supuestamente usó Hwang para crearla. Si era por dinero, Hwang habría hecho mejor en concentrarse en Snuppy, el perro clónico que creó el año pasado. Snuppy tiene dos ventajas sobre la línea celular NT-1. Primero, que hay miles de millonarios dispuestos a pagar lo que sea para que resuciten a su mascota. Y segundo, que Snuppy es un clon de verdad.

Aunque el coreano logró enterrar algunas sospechas iniciales bajo estratos de triquiñuelas, entre el primer artículo de Science y el estallido del escándalo apenas han pasado 20 meses. Si Hwang no lo hizo por dinero, podría haberlo hecho para cubrirse de gloria, pero ¿qué cubre una gloria de 20 meses? Desde que se conoció la magnitud del escándalo, el mes pasado, el diagnóstico más repetido por los investigadores relacionados con el campo ha sido que el escándalo de Seúl es un caso psiquiátrico.

Pero la excepción, Robert Lanza, es precisamente el científico que mejor conoce el caso, por tres razones. Primero, porque la vanguardia de la clonación humana era él hasta que Hwang apareció de la nada. Segundo, porque es vicepresidente de la empresa de Boston ACT, que tiene 30 patentes exclusivas relacionadas con la clonación humana. Y tercero, porque uno de los coautores del primer artículo de Hwang (Science, febrero de 2004) es su amigo José Cibelli. Su antiguo compañero en ACT y el científico que más cerca estuvo de conseguir el primer clon humano. Esto es, el primer clon humano de verdad.

¿Por qué publicó Hwang un falso clon humano si la probabilidad de que lo descubrieran era del cien por ciento?

“Porque Hwang esperaba que nosotros publicáramos un resultado similar de manera inminente”, responde Lanza. “En la segunda mitad de 2003, en ACT habíamos generado embriones humanos clonados de una fase de desarrollo que normalmente es competente para derivar células madre. Eso fue justo dos meses antes de que Hwang enviara su borrador a Science.”

Dos meses. Lanza y Cibelli se quedaron de piedra al conocer aquel trabajo, que superaba con mucho sus propios resultados, que sólo dos meses antes les habían parecido espectaculares. Hwang no sólo había clonado un embrión humano de una fase más avanzada que el suyo, sino que había derivado de él una línea celular irreprochable, y la había convertido en todo tipo de tejidos humanos adultos. Las fotografías eran asombrosas. La vanguardia había sido derrotada por un veterinario surcoreano del que nadie había oído hablar.

Hoy sabemos lo que Hwang hizo en esos dos meses: tomó directamente una línea celular del Hospital MizMedi de Seúl, y de paso unos cuantos tejidos adultos que ya habían sido generados a partir de ella y, simplemente, la rebautizó.

Se trataba de una línea de células madre que el hospital había derivado tiempo antes de un embrión, en efecto. Pero ese embrión no era un clon, sino uno de los millones de habitantes que saturan los gélidos tanques de cualquier clínica de reproducción asistida del mundo: un embrión sobrante de una anónima fecundación in vitro. Derivar células madre de un embrión de ese tipo no es ninguna novedad. La novedad es decir que el embrión es un clon cuando no lo es.

La intervención de Cibelli en el artículo fue anecdótica, pero ejemplifica muy bien el estilo de Hwang. Cibelli era el principal artífice de los avances de ACT que habían precipitado su plan. Como Hwang pensaba que los de ACT estaban a punto de publicar su clon, y sabiendo que su brillante farsa iba a humillar a la verdad grisácea de los estadounidenses, tuvo un gesto diplomático que luego repetiría con otros científicos occidentales: buscó una excusa cualquiera para que Cibelli, el gran derrotado, pusiera su nombre en ese artículo capital para la historia de la ciencia.

Para que Cibelli pudiera firmar, Hwang le pidió unas comprobaciones de última hora. Por entonces, Cibelli había dejado ACT por la Universidad de Michigan –un centro público–, y allí era un delito investigar con células embrionarias, de modo que Hwang no le envió las células, sino sólo muestras de ADN. Resultaba lógico. Ahora, sin embargo, resulta más lógico aún.

Hwang sólo cometió un error de cálculo: el clon de Lanza y Cibelli que era obviamente inferior, pero al menos era verdad, no se publicó nunca. “La única razón por la que han podido descubrir a Hwang es que nosotros no pudimos acabar los experimentos”, prosigue Lanza. “Necesitábamos más óvulos para las clonaciones y no pudimos conseguirlos debido al ambiente enormemente restrictivo de nuestro país. Pero, si hubiéramos publicado nuestro artículo más o menos en paralelo con el suyo, Hwang habría ganado el Premio Nobel en unos años. Y lo nuestro sería una nota a pie de página, siendo optimistas. ¡Su plan estuvo muy cerca de funcionar!”

En realidad, el fraude de Hwang sólo hubiera funcionado si también lo hubiera hecho el experimento de ACT: Lanza y Cibelli habrían publicado la técnica auténtica, y Hwang no habría tenido más que leerla. El fraude sólo lo habría sido por unos meses, y la gloria –ahora sí– no tendría más límite que el precio de un óvulo humano.

Hace sólo dos meses, Lanza se quejaba en una carta enviada a Nature de que los prometedores avances de ACT se habían frustrado a finales de 2003 “por la política restrictiva del presidente George W. Bush en la financiación de las investigaciones con células madre”. Si es cierto que Lanza y Cibelli estaban realmente muy cerca, y que sólo el ambiente adverso les impidió lograrlo y publicar su artículo, la biomedicina ya tiene algo que agradecer al presidente Bush: haber destapado un fraude.

* De El País, de Madrid. Especial para Página/12.

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