Jue 11.05.2006

SOCIEDAD

Una laptop daría la pista en el crimen del ejecutivo de Telefónica

Angel Jiménez Hernández apareció muerto con tres puñaladas en su departamento de Libertador. El homicida no forzó la puerta.

› Por Raúl Kollmann

El crimen del directivo de Telefónica Argentina, Angel Jiménez Hernández, tiene muchos parecidos con el que muy cerca de allí tuvo como víctima a Luis Emilio Mitre, hermano del director del diario La Nación. Las pistas apuntan centralmente a un asesinato perpetrado por alguien con quien mantenía una relación afectiva, tal vez a cambio de dinero, y no está claro si el móvil fue el robo o una crisis pasional. La búsqueda se concentra ahora en los contactos que mantenía a través de la laptop que se encontró en su domicilio de la Avenida Libertador.

El cuerpo de Jiménez Hernández, de 56 años, español, y residente en la Argentina desde hace cuatro años, fue encontrado por una empleada doméstica ayer a la mañana. Tenía tres puntazos que son los que le habrían provocado la muerte. La autopsia será el punto de partida para saber si el homicida entró en el domicilio del ejecutivo con el puñal o utilizó un cuchillo de la cocina de la víctima. También la autopsia dará datos más precisos sobre el horario de la muerte, lo que permitirá buscar testimonios entre los vecinos del edificio. Por otra parte, en el hall de entrada hay una cámara que enfoca a los que entran y salen, pero habrá que ver si la eventual grabación es clara. Lo que sí estaría probado es que la puerta del departamento no fue forzada, por lo que parece cantado que la víctima le abrió la puerta voluntariamente al victimario.

El departamento de Jiménez Hernández apareció muy desordenado, lo que haría suponer que el objetivo del crimen fue el robo. Sin embargo, la experiencia indica que, a veces, un homicida, en forma intencional, revuelve todo para sembrar una pista falsa y sugerir que se trató de alguien que visitó a la víctima una sola vez, tal vez a cambio de dinero, y aprovechó para robar. Así trata de que la lupa no se ponga en las relaciones más habituales y extensas de la víctima.

De todas maneras, por las características del asesinato, no se trata de un killer ni un homicida con gran experiencia y minuciosidad que suele matar en forma planificada, casi siempre con un arma de fuego. Por el contrario, el crimen de Jiménez Hernández parece encajar con la descripción que hacen los criminalistas Daniel Silva y Raúl Torre respecto de asesinatos con connotaciones sexuales: “La escena se repite: aparecen con heridas de arma blanca en el tórax o en el cuello, estrangulados o asfixiados, en la cama o muy cerca de ella, generalmente con rastros de una relación sexual previa a la muerte”.

El hermetismo entre los investigadores es total, pero está claro que las claves están en la laptop de Jiménez Hernández y en las comunicaciones telefónicas. Un homicida “desordenado” como el que lo mató suele dejar muchos rastros. Además, la experiencia indica que ya debe haber dejado un elemento más que lo incrimina: lo más probable es que esté escondido, es decir que dejó de frecuentar los lugares que solía frecuentar.

Aun así, se trata de individuos que no tienen la experiencia ni, supuestamente, el dinero para estar prófugos mucho tiempo. Suelen cometer gruesos errores ya que les invade la melancolía y llaman a su familia o amigos. En el caso de Marcelo Chiappeta, imputado por el homicidio de Mitre, su carrera gambeteando a la Justicia terminó con una visita a su hermano. En los cuatro meses que estuvo prófugo se mostró habilidoso, aunque no está claro si tuvo protección y gracias a los datos de alguien de uniforme lograba adelantarse a las jugadas de la División Homicidios de la Policía Federal.

Más allá del secreto en el caso Jiménez Hernández, es casi seguro que el expediente tenga ya el nombre de un sospechoso, o tal vez más de uno. El delito es grave, homicidio, pero podría serlo más aún: homicidio en ocasión de robo, lo que llevaría la pena a reclusión perpetua. La defensa en estos casos también está cantada: o emoción violenta o inimputabilidad por haber estado bajo el influjo de algún estupefaciente.

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