SOCIEDAD › EXPERTOS INTERNACIONALES TRAEN SU EXPERIENCIA A BUENOS AIRES
En San Francisco, Estados Unidos, y en Nueva Zelanda se implementan los planes más avanzados en gestión de residuos. Sus responsables explican a Página/12 las claves del programa: concientización desde las escuelas y clasificación domiciliaria de residuos.
› Por Pedro Lipcovich
“Academia de Basura Cero”: esta designación –correspondiente a uno de los programas que desarrolla el gobierno de Nueva Zelanda– bien puede servir para caracterizar la presencia en Buenos Aires de representantes de dos de los planes más avanzados de gestión de residuos: el neozelandés y el de San Francisco, Estados Unidos. Entre las enseñanzas de esta academia se cuentan: educar a las autoridades de los municipios; propiciar la participación de los ciudadanos en general, mediante consignas claras, fáciles de cumplir y sostenidas en el tiempo; no hay Basura Cero si la clasificación no empieza en los domicilios. La academia debe iniciarse en las escuelas: porque los chicos, así concientizados, concientizan a sus familias, y porque así la basura de las escuelas mismas recibe tratamiento adecuado. La academia también debe ser capaz de ponerles mala nota a las empresas que no se responsabilicen de los efectos ambientales de los productos que fabrican. Y todas estas enseñanzas deben basarse en el ejemplo de los distintos efectos beneficiosos de la Basura Cero: producción de abonos, nuevos combustibles y materiales y muchas fuentes de trabajo. En rigor, nadie se graduó todavía en esta academia, pero ciudades como San Francisco, que recupera el 63 por ciento de su basura, pueden dar su testimonio de estudiantes avanzados.
“Una clave para la participación de los ciudadanos en los programas de Basura Cero es que las demandas sean claras y fáciles de cumplir –destacó Jack Macy, coordinador de reciclaje del Departamento de Medio Ambiente de San Francisco, California, quien participa en el Seminario sobre Basura Cero organizado por la Legislatura porteña–: nosotros ofrecemos tres tipos de recipientes: el azul, para botellas y otros materiales reciclables; el verde, para restos de comida y plantas; el negro, para todo lo que no corresponda a los otros dos.” El municipio agrega, como incentivo, una tasa diferencial de impuesto según el cumplimiento del vecino. Y de todos modos, “la ciudad proyecta hacer que esta separación en origen sea obligatoria, como en otras muchas ciudades de Estados Unidos”.
San Francisco inició en 2002 un programa para llegar a Basura Cero en 2020. “El programa obedece a una ley del estado de California, que penaliza con mil dólares diarios a los municipios que lo incumplan”, señaló Macy. Su ciudad recupera ya más del 63 por ciento de los residuos.
Jo Knight es titular del Programa Basura Cero de Nueva Zelanda, adoptado ya por el 67 por ciento de los municipios de ese país, que es el primero en adoptar este criterio a escala nacional: “Un aspecto central es educar a las autoridades comunales –sostuvo–: los funcionarios crecieron en un mundo donde, para la basura, no había nada mejor que los rellenos sanitarios. Y son muy importantes las campañas en escuelas y jardines de infantes. Organizamos un concurso para que los chicos produzcan cortos sobre el tema, que serán difundidos por TV. Los chicos llevan el mensaje a sus casas, ayudan a cambiar a sus familias. Y también cambia el manejo de residuos en las escuelas: muchos chicos, que llevaban sus viandas envueltas en film plástico, ahora lo hacen en envases reutilizables. Muchas escuelas tienen ya su planta de producción de compost”. El programa neozelandés también creó la denominada Academia de Basura Cero, con una universidad, “para capacitar a la gente que trabaja con los residuos urbanos”.
La basura de origen industrial tiene especial importancia en San Francisco, donde el 70 por ciento de los residuos tienen ese origen. Por decisión voluntaria, “los residuos de la industria cervecera, que son muy altos en proteínas, se reciclan como alimento para animales; sumado a la devolución de envases, una cervecería logró un 99,5 por ciento de eficacia, prácticamente Basura Cero”, contó Macy, y se mostró partidario de “una ley como la que rige en el estado de Washington, que obliga a los fabricantes de equipos electrónicos y otros productores a hacerse cargo física y financieramente de sus productos cuando el consumidor los desecha”.
Ambos visitantes extranjeros subrayaron que una poderosa arma de concientización sobre la Basura Cero son sus efectos benéficos: “La creación de nuevas y diversas fuentes de trabajo; la recuperación de sustancias que cada vez son más valiosas, como los plásticos derivados del petróleo; la instalación de plantas de biodiesel, biogás y, a partir de ello, usinas eléctricas; la producción de nuevas bolsas plásticas de base vegetal –Knight las presentó, fue posible palpar su textura rara, apenas áspera–, totalmente biodegradables, y de ‘madera plástica’, obtenida con plásticos reciclados, parecida a la madera natural pero más flexible y resistente, que se usa en náutica y en parques infantiles”.
Juan Carlos Villalonga –director político de Greenpeace, que integra la comisión asesora para la reglamentación de la Ley de Basura Cero porteña— comentó que “cuando un programa es creíble y sostenido, la gente responde muy bien: así está sucediendo en el barrio de Palermo, con el programa que desarrolla la cooperativa El Ceibo. Habrá que hacer programas piloto para determinar, según las características propias de Buenos Aires, si lo mejor es poner colectores en las esquinas o utilizar bolsas diferenciadas”. El ambientalista recordó que la Ley de Basura Cero, sancionada en noviembre pasado, “fue necesaria en el marco de tres factores: los rellenos sanitarios empezaban a agotarse y a mostrar sus efectos ambientales perjudiciales, como en el caso de Villa Dominico; ningún municipio bonaerense aceptó ser sede de un nuevo relleno sanitario porteño, incluso hubo puebladas al respecto; y la acción de los recuperadores urbanos, los cartoneros, mostró que en la basura hay materiales valiosos que cuentan con un mercado potencial”. La ley porteña obliga a reducir en un 30 por ciento la cantidad de residuos sólidos urbanos para 2010, en un 50 por ciento para 2012, en un 75 por ciento para 2017 y, en 2020, Basura Cero.
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