Cinco policías detenidos y cesanteados, otros dos con disponibilidad preventiva, una comisaría intervenida. El caso de Damián Barzábal es mucho más de lo que dice ser. Y para entenderlo habría que leer más profundamente la reacción de la gente. No el estallido de odio, que en sí mismo no pasa de ser un hecho reprobable. Sino detectar la erupción volcánica. En el caso de Damián Barzábal estalló el magma que arde silencioso en el subsuelo de la sociedad. ¿Qué fue lo que lo provocó? Lo dicen los cinco detenidos, los dos apartados y la comisaría intervenida. Dicen que no se trató de un repentino brote de un loquito. El caso Damián Barzábal habla de una costumbre.

Si el caso se lee desde las costumbres, tomará otra dimensión y se podrá entender de otra manera el odio eruptivo. Habrá que pensar que un policía detuvo a un chico desarmado. Que lo echó al piso y lo esposó según él mismo lo declaró. Que los vecinos lo vieron pateándolo en el piso, por lo que se supone que no se representa como una actitud reprobable. Que lo entregó al patrullero y que allí dentro le descerrajaron un tiro en la cabeza, esposado, con una pistola, la reglamentaria, que tiene seguro y que no debe tener bala en recámara. Que si aparece un arma plantada no sólo habla de que es habitual hacerlo sino que habría que preguntarse de dónde salió y por qué estaba en manos policiales. Que no se haya inscripto el nombre de Barzábal como detenido no es ocurrencia de una policía aislada. El caso de Miguel Bru en el ’93, cuyo nombre hubo casi que imaginarlo en el libro de la comisaría 9ª, indica que la costumbre sigue. Que al patrullero lo hayan lavado recuerda el caso de Natalia Melmann, en Miramar. En fin, que la madre de Damián pida que no sean liberados y pasados al Operativo Sol con medio sueldo también habla de una costumbre.