SOCIEDAD › LOS NAUFRAGOS DEL “IRIZAR” RELATARON LA DRAMATICA EVACUACION Y EL RESCATE TRAS EL INCENDIO
Los 240 tripulantes del rompehielos incendiado fueron trasladados desde Trelew hasta Buenos Aires y se reencontraron con sus familias. El capitán del buque recién dejó la nave ayer a la noche, cuando un equipo de la Armada llegó al lugar para comenzar las tareas de remolque. La ministra de Defensa confía en que el buque se podrá reparar.
“Recién ahora empiezo a pensar en el peligro por el que pasamos”, dice Antonio Curtosi, jefe de la delegación científica que volvía de la Antártida. Lo dice en el Aeropuerto de Ezeiza, lejos de la pesadilla que le tocó vivir en el mar austral, y ahora cerca de su familia. Llegó a Buenos Aires junto a los tripulantes del rompehielos “Almirante Irízar”, incendiado el martes a la noche en alta mar, frente a Puerto Madryn. Decenas de familiares esperaban a los náufragos. El operativo rescate y había terminado: las 240 personas que abandonaron el buque fueron trasladadas en aviones militares al sector militar de Ezeiza y al aeropuerto de Bahía Blanca. En Buenos Aires, además, los recibió la ministra de Defensa, Nilda Garré, quien afirmó: “Tenemos esperanzas de recuperar al ‘Irízar’, es muy probable que el buque pueda ser reparado”.
La noche se volvió más oscura en el Mar Argentino. La electricidad del “Irízar” se cortó apenas comenzado el incendio. En esas condiciones, los tripulantes debieron embarcar en las balsas salvavidas. Saltaron desde unos dos metros de altura. Algunos cayeron bien, otros resbalaron con el agua que había en el fondo de las embarcaciones de emergencia y terminaron mojados. No era ésa la mejor condición para esperar el rescate en un ambiente de frío extremo. “Fue como una pesadilla. Había hecho tantas veces este viaje, realizado tantas veces el simulacro de evacuación del barco, que no llegué a asimilar que ahora estaba pasando realmente. Recién ahora lo empiezo a analizar”, contó, ya más tranquilo después de la experiencia, Antonio Curtosi, jefe de la delegación científica que volvía de la Antártida cuando las llamas se desataron en el “Irízar”.
La alarma sonó en el buque insignia de la Armada pasadas las 20 del martes. Después de esos minutos de sorpresa y tensión, cuentan los náufragos, se juntaron todos en la plataforma, tal como indica el procedimiento. Ahí los ánimos se empezaron a calmar: lo único que se podía observar desde ese lugar era humo, no había llamas inquietantes a la vista. Permanecieron en ese lugar con los abrigos correspondientes y las balsas, aguardando la orden para dejar el barco.
Esa instrucción se dictó horas después, y los tripulantes empezaron a abordar las balsas progresivamente. Curtosi relató que recién cuando abandonaron el “Irízar” a bordo de los botes “pudimos ver el fuego, que estaba en las partes de más abajo del rompehielos, subiendo hacia la plataforma. Nos tuvimos que alejar del buque remando, porque había peligro de explosión, así que esperamos el rescate en el medio del mar, a buena distancia de la embarcación”.
El primer paso estaba cumplido: todos habían abandonado sanos y salvos el navío de la Armada. Era el momento de esperar el rescate. El viento arreciaba en ese ambiente desolado y oscuro. Las condiciones del clima generaban una dificultad adicional para los náufragos: el mar se había encrespado y sacudía las embarcaciones de emergencia.
En algunos la desesperación ya empezaba a calar en las primeras horas del miércoles, cuando en el cielo apareció la esperanza. “Al poco tiempo de estar en las balsas, un avión de las Fuerzas Armadas empezó a sobrevolar la zona. En realidad, esa aeronave no tenía una función práctica, porque allí no tenía lugar donde aterrizar. La suya es una tarea que está prevista para estos casos y tiene que ver con el apoyo psicológico para los náufragos”, explicó ayer a Página/12 el suboficial segundo Ramón Fernández, ya con su familia en la estación aeronaval Ezeiza.
Las balsas se alejaron del “Irízar” en diversas direcciones, y eso determinó que fueran rescatadas por distintos navíos en diferentes horarios. En ese sentido, Fernández tuvo más suerte que Curtosi, ya que dos horas después de abandonar el buque de la Armada, él y todos sus compañeros de bote estaban abordando el guardacosta “Thompson”, de la Prefectura, que los llevaría hacia Trelew, mientras que el científico pasó seis horas en el bote salvavidas.
“Durante las primeras horas nos mantuvimos a una distancia del “Irízar” que nos permitía verlo, así que pudimos observar cómo avanzaba el fuego. Pero a las tres horas en la balsa yo me descompuse, así que a partir de ahí no sé bien qué pasó. Tal vez eso también llevó a que en ningún momento analizara que mi vida podía estar en riesgo”, reflexionó Curtosi, y remató: “Recién ahora empiezo a pensar en el peligro por el que pasamos”.
El itinerario de los náufragos continuó en la embarcación que a cada grupo le tocó en el rescate. En ellos fueron conducidos hacia Puerto Madryn, a 140 millas náuticas del lugar donde quedó varado el buque insignia de la Armada. Una vez en tierra, y luego de que las primeras revisiones dejaran en claro que no había heridos graves, fueron trasladados hacia la base Almirante Zar en Trelew, donde llegaron ayer minutos después de las 3 de la madrugada. Allí, un suboficial y un cabo primero de la Armada que formaban parte de la tripulación quedaron internados en el hospital, en observación y fuera de peligro.
Lo peor ya había pasado, pero la espera final también se iba a hacer larga. Más que nunca, los tripulantes querían reencontrarse con sus familiares.
Ya en Ezeiza, a la salida de la base aeronaval, el suboficial Fernández contó su experiencia sin dejar de abrazar a su mujer y con sus dos pequeños hijos revoloteando a su alrededor. El ruidoso despegue de un avión militar fue lo único que logró interrumpir la escena familiar. “Miren chicos, en ese avión vine yo”, exclamó, señalando, Fernández. Los niños miraron con profundo agradecimiento a la nave, hasta que se perdió en el horizonte.
Informe: Eugenio Martínez Ruhl.
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