SOCIEDAD › OTRA MUERTE EN BALVANERA POR LA TRAMA NARCO DE LA CIUDAD
El asesinato de ayer en Belgrano al 2800 estaría vinculado al del lunes en esa zona. Pero no a la banda del Bajo Flores. Se trata de sicarios colombianos que ya buscan su tercera víctima.
› Por Cristian Alarcón
Cinco colombianos y un peruano que reside en Colombia están en Buenos Aires para eliminar a tres hombres. A uno ya lo fusilaron el lunes a la madrugada. Es el joven de Perú muerto cerca del Spinetto Shopping, en Balvanera. El segundo podría ser el otro limeño asesinado ayer en un cuarto de una casa tomada en Belgrano al 2800 a las tres de la mañana. El tercero estaría, a estas alturas, y con semejante eficacia en la venganza, escondiéndose de los sicarios que acechan: de a poco, la violencia narco entra en el centro de la ciudad. Así se lo contaron a este cronista dos hombres que han compartido con los protagonistas de estas historias mesa, barra y en algunos casos, también pabellón en la cárcel. Los varones que saben del mercado de las drogas desmienten que estos acribillamientos se expliquen por un avance territorial de los narcos del Bajo Flores. Marcos Estrada González, el capo que según la Policía Bonaerense supuestamente se escapó ayer tras robarse un Cessna en Saladillo, no patrocina esta guerra, coinciden. “No se pelea el Once, ellos pensaban ‘batutear’ (controlar) el Abasto, pero los familiares de varios muertos se juntaron para vengarlos y mataron al que comandaba esa zona.” El rompecabezas de las redes –lo que los expertos llaman la trama criminal compleja– apenas comienza a vislumbrarse en estos testimonios publicados en exclusiva por Página/12.
Aunque parezca contravenir la lógica de algunos investigadores, lo cierto –según estos testigos de los hechos– es que nada tienen que ver los dos ajustes de cuentas de esta semana en pleno Balvanera, cerca del Once, con la trama de la villa 1.11.14. La historia comienza un tiempo atrás, con cinco crímenes que habrían sido cometidos por el mismo hombre: El Ñaña, un personaje sobre el que ya se informó aquí ayer. Sus pasos como narco en la ciudad comenzaron hace seis años, cuando pasaron de ladrones y descuidistas al más rentable negocio de la venta de cocaína. El grupo habría sido comandado por Juan Mayuha Calderón, apodado Ñaña. Habría sido él quien manejaba el negocio en la zona que va de la avenida Corrientes hacia el Abasto y sus alrededores. Lo había conseguido con un grupo de quince soldados y a los tiros. Se le facturaba una lista no menor de muertos. “Dicen que lo mataron con seis balazos. Uno por cada uno de los cinco muertos que tenía encima, y otro –el sexto– para él”, cuenta el hombre que lo conoció.
Los personajes recién caídos gozan siempre en el hampa de la posibilidad de que sus prontuarios crezcan como la hierba sobre sus tumbas. Y de hecho nadie investigará si es cierto que la víctima fue culpable antes de otras muertes. El ajuste de cuentas mata al que se lo ha “ganado” y vela el pasado en el mismo acto. Sólo escuchar en el territorio informa. “El había matado a cinco. Pero algunos importantes. Por ejemplo, a una pareja en el restaurante Las Tinajas. El que vino de Colombia a buscarlo con los cinco soldados es el hijo del hombre muerto en ese fusilamiento. Y otro de los que se sumó es el hermano de una mujer embarazada”, dice a bordo de un remise confortable, por las mismas calles donde han sonado los tiros esta semana, el hombre.
Su relato encuentra asidero en una causa judicial que investigó la fiscalía en lo criminal 31. En ella, poco se ha logrado saber sobre quiénes dispararon el 9 de enero de 2006 a la 1.45 contra Roy Gustavo Espinoza Salazar y Gina Maribel Huaraca. La pareja comía en el restaurante Las Tinajas, de Independencia 1918, cuando los sicarios atacaron: aunque los llevaron hasta el Hospital Ramos Mejía, los dos fallecieron. Hacía poco, en noviembre de 2005, otros soldados narcos habían disparado contra un hombre de la comunidad en el restaurante La Pirámide, de Junín al 100. Hasta aquí, ninguna relación de estos ajustes con el grupo investigado por el juez federal Jorge Ballestero y el fiscal federal Miguel Osorio, que investigan la banda del Bajo Flores.
Claro que desde esas oficinas, donde un expediente de más de veinte cuerpos desvela a los investigadores que el domingo allanaron con Gendarmería la villa 1.11.14, no dejan de mirar con curiosidad extrema lo que está pasando en Balvanera y Once. Ayer tuvieron que sumarle intriga al asunto cuando se conoció, temprano y junto a la noticia del espectacular escape del supuesto Marcos Estrada, el fusilamiento de otro hombre peruano en el cuarto de una casa tomada de la avenida Belgrano, a ocho cuadras del anterior crimen, y a dos de la Jefatura de Policía. La víctima: un hombre tatuado de 44 años, de nacionalidad peruana, aunque las fuentes oficiales no divulgaron su identidad. Sí informaron que vivía solo en la casa usurpada, donde residen unas 40 personas de 15 familias, la mayoría peruanas. El cuerpo “estaba boca abajo, tirado al costado de una cama en un pequeño local de la planta baja, donde la víctima dormía hacía dos meses”. El hombre no tenía documentos encima. Creen que alcanzó a forcejear con el sicario, certero, que lo hizo caer con un tiro en la sien derecha y desapareció. Eran las tres de la madrugada.
Se sabrá pronto si se trata de otra de las víctimas del grupo de vengadores venidos de Colombia. El que lo comanda no es de la patria de Pablo Escobar y los hermanos Ochoa, no. Pero guarda estrechas relaciones con el hampa narco de ese país, reconvertido también de grandes carteles a pequeñas y medianas empresas familiares. “Los colombianos acá no son nada. Son pocos. Saben del negocio, porque vieron todo, pero acá para nosotros no son nada porque si no se la compran a un peruano no tienen nada. Acá los intermediarios somos nosotros”, dice el soldado que habla. Le suena el celular. Es su patrona. “Hola mami”, saluda. “Acá dando vueltas en un auto del año”, le cuenta, mientras cruzamos en el modelo 2007 las fronteras invisibles de Balvanera.
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