Mar 15.05.2007

SOCIEDAD

Cuando la tortura no es tortura, sino un “sufrimiento sin objetivos”

Con ese argumento, la defensa de los policías sentenciados a perpetua por el caso Demonty pidió que se les reduzca la condena.

› Por Horacio Cecchi

En octubre de 2004, el Tribunal Oral 8 condenó a perpetua a los entonces federales Gastón Somohano, Alfredo Fornasari y Gabriel Barrionuevo, por el delito de tortura seguida de muerte contra Ezequiel Demonty, y a otros seis uniformados a penas de entre cinco y tres años, por participar de alguna manera en el crimen. Ezequiel y otros dos amigos habían sido detenidos sin motivo por los policías, golpeados y arrojados a punta de pistola a las nauseabundas aguas del Riachuelo en septiembre de 2002. Los dos amigos salieron a flote, pero Ezequiel murió ahogado. Ayer, las defensas de Somohano y Fornasari apelaron al absurdo del cínico para obtener una reducción de pena: dijeron que no hubo tortura porque, sostuvieron, “la tortura tiene el objetivo de obtener una confesión”, y a Ezequiel solamente se lo quería “mojar un poco”. Uno de los abogados, además, sugirió que Ezequiel se había ahogado porque venía de una fiesta y “había ingerido alcohol y drogas” (las pericias lo desmienten) y que podría haberse salvado porque llegó a la orilla opuesta y después “volvió a arrojarse para regresar a nado”.

El 14 de septiembre de 2002, Ezequiel, de 19 años, y dos amigos de 16 y 14 fueron detenidos sin motivos en avenida Cruz y pasaje La Constancia, a un costado del Bajo Flores, muy cerca de la cancha de San Lorenzo. Los tres fueron trasladados por tres patrulleros de la comisaría 34 hasta el borde del Riachuelo. Allí, los tres chicos fueron golpeados, pateados duro por los nueve policías y después, a punta de pistola, arrojados al agua y sálvese quién pueda. El cuerpo de Ezequiel fue hallado siete días después, cerca del puente Victorino de la Plaza.

El fallo del Tribunal 8 condenó a reclusión perpetua (mínimo de 25 años) a Somohano y a prisión perpetua a Fornasari y Barrionuevo (20 años). A Luis Funes y Luis Gutiérrez, a 5 años, y a Luis Solís, Sandro Granados, Maximiliano Pata y José Martínez, a 3. El juicio fue un modelo de justicia sin miramientos: los policías fueron detenidos y llegaron esposados al juicio, como cualquier delincuente. Durante las audiencias surgió que Somohano llevaba la batuta de la patota, que todos los policías participaron en la golpiza y que Somohano, según reveló otro policía, le dijo a uno de los participantes “todo se solucionó en el lugar”. La solución, se comprobó, era arrojarlos al agua. Poco antes, Ezequiel le dijo a su novia, que logró escapar, que tenía miedo de que lo mataran, mientras Somohano decía “a estos negros de mierda hay que matarlos a todos”.

Ayer, se presentaron a la audiencia de la Sala IV de Casación los defensores de Somohano (Miguel Angel Almeida) y de Fornasari (Carlos Carvati). También estuvo presente papá Osvaldo Somohano, ex jefe de la Bonaerense, intentando meter un poco de imagen democrática y de derecho.

Del otro lado, estuvieron Dolores Sigampa, mamá de Ezequiel; su abogado, José Luis Vera, Gustavo Lesbegueris, defensor adjunto porteño, y las Madres del Dolor. El motivo de la audiencia fue sorprendente: los abogados solicitaron que se redujera la condena por torturas seguida de muerte a la de homicidio preterintencional, una figura que la defensa de Carlos Monzón intentó utilizar vanamente cuando el ex campeón de boxeo martilló con su puño a su esposa, Alicia Muñiz, arrojándola por el balcón y provocándole la muerte. El homicidio preterintencional es aquel en que el homicida tiene intención de provocar un daño pero no se figura la muerte.

“Reconocieron que sí hubo vejamen –reconstruyó Vera parte de la audiencia–, pero sostuvieron que no hubo tortura, porque dijeron que la tortura tiene que perseguir la confesión y no se perseguía ninguna confesión. Por lo tanto, estaban mal condenados. Pero tortura es tortura. El Código no dice nada sobre que haya que demostrar qué intenciones tiene el torturador o si lo hace por placer.”

Además, sostuvieron que la intención no fue matarlo, sino que “se mojaran un poco”. Durante el juicio, además, ya había quedado clara esa veta docente de la impronta policial cuando los testigos describieron a los federales gritando que “aprendan a nadar” a punta de pistola mientras los chicos eran empujados por la barranca del Riachuelo.

Para completar la escena, suponiendo que trasladar en patrullero hasta el Riachuelo, golpear a mansalva entre nueve hombres uniformados y armados, amenazar y empujar a punta de pistola hacia las aguas frías, oscuras y fétidas del Riachuelo, no está vinculado con lo que se conoce como tortura física ni psicológica, el defensor de Fornasari sugirió como hipótesis que, en realidad, Ezequiel volvía de una fiesta y estaba borracho, pese a que la autopsia demostró que no había rastro de drogas ni de alcohol. En ese momento, la mamá de Ezequiel se retiró llorando de la sala. Cuando regresó, el juez Gustavo Hornos le dio la palabra a Dolores: “Mi hijo peleó durante 12 minutos en el Riachuelo –dijo la madre–. No voy a permitir que nadie, por más abogado que sea, diga una cosa que no es”.

Los abogados intentaron ensayar una defensa, con aquello de que, bueno, los acusados tienen derecho a defensa y ese trabajo les toca a ellos. La madre no las aceptó.

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