Es un joven sospechado de narco y está preso en Bolivia. El juicio se postergó: los jurados no van y los testigos desaparecieron.
› Por Cristian Alarcón
A uno de los supuestos narcos acusados de matar a la campesina salteña Liliana Ledesma la suerte parece jugarle como una buena amiga. Esta semana, en la boliviana Santa Cruz de la Sierra, por tercera vez se suspendió el juicio oral en el que podrían condenarlo a entre diez y quince años de cárcel por el tráfico de 23 kilos de cocaína. La justicia de ese país trató de hacerlo dos veces antes. La primera nadie puede explicar por qué no se reunían los jueces ciudadanos, tres personas elegidas por la justicia para integrar un jurado civil que tiene el destino del preso en sus manos. La segunda, uno de ellos no se presentó, dijo, por temor. Y los otros dos directamente faltaron a la cita obligatoria. El jueves volvió a pasar: ninguno de los tres “jueces” quisieron cumplir con su compromiso ciudadano. Los testigos desaparecieron de la ciudad. Y en la cárcel de Palmasola, a veinte kilómetros de Santa Cruz, dijeron que no hubo nafta para trasladarlo hasta los Tribunales. Se llama Raúl Castedo. Tiene 25 años, y parece aún más chico. Le dicen Ula.
Ula Castedo tiene cara de nene. Y una cantidad indeterminada de mujeres. Lo detuvieron el 20 de abril en una calle céntrica de Santa Cruz, una ciudad dinámica y comercial, en la que tenía conocidos desde hace décadas. Ula es el hijo de una familia que supo hacer de la frontera un imperio propio a partir del contrabando. Su figura de joven campechano, corto y brutal, excedido en casi todo, es la contracara y consecuencia de la enorme figura de su hermano mayor, el temido Delfín Castedo. Delfín, de 39 años, internacional no solo por sus aparentes negocios ilegales, sino por sus gustos y viajes de placer, está prófugo acusado de ser el autor intelectual del crimen de Ledesma. Ula, que debe ser juzgado en Bolivia por narco y no por homicida, también es reclamado por la justicia salteña sospechado de encargar a sicarios la eliminación de la mujer.
Ula Castedo fue uno de los que se enfrentaron con la familia de Ledesma por los campos que bordean la línea fronteriza con Bolivia. Los Ledesma llegaron hace treinta años al lugar y se han dedicado siempre al cuidado de cebúes, el ganado de la región, puro monte seco y vaporoso, una laguna tibia cada tanto, los animales sumergidos en el horizonte. Los Castedo y su amigo y socio, el ex diputado justicialista Ernesto Aparicio, alias “Mamila” o “El Gordo”, tenían campos en la línea de la frontera, vecinos de Caricates, el de los Ledesma. Hasta mediados de 2006 compartían un viejo camino hecho por YPF que comunicaba las tierras entre sí y con Salvador Mazza, el pueblo más cercano, pegado a Yacuiba. Pero los Castedo, con la férrea mano de Ula al frente, cerraron las tranqueras y obligaron a los Ledesma a cruzar vía Bolivia. Fue eso lo que incendió la ira de Liliana, una atlética profesora de educación física que vivía de vender huevos al por mayor. Los acusó públicamente de ser narcos. Conocía de cerca sus negocios. La amenazaron. Y finalmente el 21 de septiembre, cuando cruzaba una pasarela colgante sobre una quebrada, Liliana fue apuñalada. También le cortaron la boca en cruz.
Ayer en Salvador Maza, Elida, la mamá de Liliana, despotricaba contra la corrupción. Los jueces Carlos Mendieta y Ernesto Guardia, del juzgado que debía enjuiciar a Ula, le dijeron a un periodista que no tienen ningún pedido de la Justicia argentina para extraditarlo. Dieron a entender que si por falta de pruebas zafa de la acusación por los 23 kilos de cocaína secuestrados en 2002, quedaría en libertad. “Llamé al juez (Nelson) Aramayo y le pregunté qué pasa. El dijo que pidieron la extradición por intermedio de Cancillería. Que no pueden largarlo, antes lo tienen que sacar para acá. Lo que pasa es que si sigue pasando el tiempo le va a prescribir esa causa, por eso están haciendo lo posible para dormirla”, le dijo Elida a Página/12.
En la causa por narcotráfico por la que aún no lo pueden juzgar, Ula no estuvo solo. Otros tres ya fueron condenados en marzo de 2003. La cárcel en la que está el joven Castedo es un mundo bizarro en el que todo se puede conseguir si se es un próspero empresario ilegal. La llaman “El pueblo entre rejas” porque allí viven 2600 presos, 400 de sus mujeres, 200 de sus hijos. El apellido de Ula es tan conocido en la frontera, sus relaciones y sus vínculos han sido de tal fortaleza, que a nadie le sorprendió el jueves que a las 9.30 de la mañana los jueces anunciaran la suspensión de la audiencia inicial. En el penal dijeron que no había combustible suficiente para mover a Ula. Ayer los jueces amenazaban con tomar medidas contra el gobernador del penal, Jaime Caba. Pero el enojo de los magistrados parecía un chiste teniendo en cuenta que en Palmasola no sólo hay calles, sino también garitos, cabarets, bares, restaurantes y guarderías; mujeres, drogas, y armas.
La familia Ledesma sigue en el puesto de siempre. Ahora los acucia la falta de agua en Nupiau, al fondo de Caricates. Hace mucho que no llueve. Elida, la madre de Liliana, encabezará el próximo miércoles 8 una marcha en la capital de la provincia. La acompañarán las Madres de Plaza de Mayo y la hermana Martha Pelloni. Sostendrán lo que Liliana dijo antes de ser asesinada sobre los Castedo: “No los voy dejar tranquilos ni muerta”.
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