Dom 17.02.2008

SOCIEDAD  › EPISODIOS DE QUIENES BURLARON A LA MUERTE

Los grandes sobrevivientes

El último caso fue el rescate de una chica perdida en la jungla panameña como resultado de un accidente de avión. Hay otros, increíbles: son los episodios más asombrosos de escapar de la muerte.

› Por David Randall *

Francesca Lewis es estadounidense, tiene 12 años y el 27 de diciembre pasado volaba en una avioneta en plan de vacaciones con su amiga Talia Klein y el padre de ella: Michael. El destino era un volcán en Panamá. Cerca de mediodía, sin previo aviso, el piloto de la avioneta perdió el control y el aparato se estrelló contra una montaña en medio de una espesa jungla en el oeste de ese país. Contra todas las leyes de la física, Francesca sobrevivió, sola y atrapada entre los restos del avión. Durante dos días soportó lluvias constantes, bajas temperaturas durante la noche, pero se mantuvo hasta que llegó el rescate. ¿Un milagro? Quizá. Pero de ninguna manera la historia más extraordinaria de supervivencia. Aquí, las otras.

- Jan Baalsrud: dado por muerto en el Artico. Este comando era parte de una misión de cuatro hombres que tenían el objetivo de destruir una torre de control aéreo alemana en su Noruega natal. En marzo de 1945, viajaron a Noruega desde los Shetlands en un pequeño bote de pesca y contactaron a quien ellos pensaban era un miembro de la resistencia. El hombre se lo contó a los alemanes: el bote fue emboscado y volado con las ocho toneladas de explosivos que disponían para su blanco. Los comandos se escaparon en otro bote más pequeño, pero los alemanes también lo hundieron, mataron a uno de ellos y capturaron (y luego torturaron y asesinaron) a otros dos. Baalsrud escapó saltando a las aguas heladas y nadando hasta la orilla. Logró matar al líder de los alemanes y huyó. Durante dos meses vivió como un animal perseguido en temperaturas árticas de bajo cero, refugiándose de las avalanchas y muy disminuido por la ceguera pasajera y el congelamiento. Logró contactarse con noruegos en los que podía confiar y lo llevaron a una choza en la montaña que él bautizó Hotel Savoy. Ahí, al ver que sus pies tenían gangrena, amputó nueve de sus dedos de los pies para que no se extendiera la infección. Los pueblerinos ponían en riesgo sus vidas para trepar los inclinados costados del fiordo a fin de llevarle comida todas las noches. Llegó a estar tirado en una camilla durante 18 días, esperando que lo trasladaran a Finlandia a través de la frontera. Una tribu nativa lo llevó en trineo tirado por renos a Suecia y un hidroavión de la Cruz Roja lo trasladó a un hospital, donde estuvo en tratamiento durante siete meses. Sobrevivió. Regresó a Escocia para entrenar a más comandos y, después de la guerra, dedicó su tiempo a trabajos de caridad. Murió en 1987, pero todos los años jóvenes noruegos siguen su ruta de escape durante nueve días, en su memoria.

- Vesna Vulovci: la más asombrosa sobreviviente de un accidente de avión. El vuelo 364 de la empresa yugoslava JAT de Copenhague a Zagreb volaba sobre lo que ahora es la República Checa en enero de 1972 cuando una explosión hizo estallar el avión en el aire. Los hombres de rescate corrieron hacia donde estaban los restos del avión y vieron un par de piernas que salían del fuselaje. Pertenecían a Vesna Vulovic, una azafata y estaba viva. Había caído desde unos 10.000 metros de altura. Sus dos piernas estaban quebradas, y estuvo en coma durante tres días, pero se recuperó totalmente, y todavía es reverenciada en Serbia. Nadie ha caído desde tan alto sin paracaídas y ha sobrevivido.

Casi tan notable fue como se salvó en diciembre pasado Michael Holmes, un paracaidista acrobático con más de 7000 saltos en su haber. Tirándose desde 5000 metros sobre el lago Taupo en Nueva Zelanda, tiró de la cuerda de su paracaídas y no sucedió nada. En cambio, giró y giró mientras caía a la tierra a velocidades que llegaban a los 190 kilómetros por hora. Probó el paracaídas de reserva y nuevamente nada. Se enfrentó a la muerte y tuvo apenas tiempo de gritar “Mierda, estoy muerto... ¡Adiós!” a la cámara de video agarrada a su casco antes de golpear la tierra. Lo hizo en el único lugar posible a kilómetros a la redonda en que se podía salvar: una plantación alta de moras. Se destrozó el tobillo, se agujereó el pulmón derecho, pero sobrevivió.

- Max Hoffman: enterrado vivo hasta que su madre lo soñó. Este niño de cinco años se enfermó de cólera en una epidemia que asoló su pequeña ciudad de Wisconsin en 1865. Después de tres días, el médico lo declaró muerto y Max fue enterrado. Esa noche, su madre soñó que Max no estaba muerto. Su marido descartó sus reclamos: los tomó como la locura de una madre desesperada. Pero la noche siguiente, el sueño se repitió. Esta vez, ella fue tan insistente que su marido aceptó ir al cementerio y cavar. Cuando abrieron el cajón, Max no estaba de espaldas, como había estado, sino de costado. Lo llevaron a su casa y llamaron al médico. Después de una hora, los párpados de Max se movieron y una semana más tarde estaba jugando. Vivió hasta tener casi noventa años en Clinton, Iowa, y su tesoro más preciado eran las manijas del pequeño ataúd en el que una vez estuvo enterrado.

- Stephen, Ellis y Norita Nona: los pequeños náufragos. En julio de 2004, los tres niños navegaban con sus padres en un barco de pesca las 30 millas de una isla a otra en el estrecho de Torres, en el extremo norte de Queensland y Papua Nueva Guinea. A medio camino, el motor del barco se descompuso y el barco comenzó a hundirse. El padre, la madre y un sobrino de cuatro años se aferraron a un único salvavidas y alentaron a los otros chicos a que nadaran hasta un islote rocoso. Stephen, de 12 años, nadó con sus hermanas Ellis, de 15, y Norita, de 10, un kilómetro hasta la roca. Mientras lo hacían, miraron para atrás pero no podían ver señales de sus padres. Estaban solos. El islote no tenía vegetación, y durante cuatro días vivieron a ostras y bebiendo pequeñas cantidades de agua de mar. Stephen sabía que no podían durar mucho tiempo así, y podía ver, a la distancia, una única palmera, prueba de que estaba sobre una isla donde había vida. Les dijo a sus hermanas que tendrían que nadar los cuatro kilómetros a través de las aguas llenas de tiburones y cocodrilos. Esperaron a que la marea cambiara y Stephen, un buen nadador, las llevó al mar y las alentó, las tironeó y hasta las empujó a la nueva isla. Nadaron durante todo el día. Ahí, encontraron cocos, y vivieron de su leche y de ostras durante otros cuatro días hasta que su tío, acompañado por hombres de rescate, los encontraron.

- Nando Parrado: sobreviviente en los Andes. Este joven era uno de los 41 jugadores y partidarios de un equipo de rugby uruguayo que partió para Chile en un avión el viernes 13 de octubre de 1972. Mientras volaban sobre los Andes, una tormenta obligó al avión a descender un poco, chocó contra una montaña y se partió. Sólo 15 de los 45 pasajeros y la tripulación sobrevivieron al accidente, pero estaban a 3400 metros sobre una montaña argentina en medio de los Andes. Podían beber nieve derretida, pero lo único que tenían para comer era unas magras sobras que había en sus equipajes. Parrado vivió durante tres días con una tableta de avellana cubierta con chocolate. Pero a medida que los días se tornaban semanas, se dieron cuenta de que lo único que podría mantenerlos con vida eran los cuerpos de aquellos muertos en el accidente. El piloto fue el primero. Utilizando vidrio roto como cuchillos, comenzaron a comer los cadáveres. Después de dos meses de vivir de sus amigos muertos, Parrado y Roberto Canessa decidieron ir en busca de ayuda. A los diez días la encontraron y condujeron a los del salvataje hacia los 13 sobrevivientes que quedaban. Parrado regresó a Montevideo, se casó, crió dos hijas y trabaja en televisión con su mujer.

- Eric Nerhus: tragado por un gran tiburón blanco. Este australiano de 41 años recolectaba mariscos en las aguas de Cabo Howe, 400 kilómetros al sur de Sydney en enero de 2007 cuando fue atacado por un gran tiburón blanco. En apenas unos segundos, la cabeza, los hombros y un brazo de Nerhus estaban en la boca del tiburón y podía sentir las hileras de dientes afilados como navajas comenzando a cortar su carne. Otro mordisco se topó con la resistencia del cinturón de cuero de Herhus. El nadador se aferró a la única oportunidad que le quedaba. “Con el brazo que tenía afuera llegué hasta la cuenca del ojo con sus rígidos dedos. Le metí mis dedos en la cuenca, a lo que el tiburón reaccionó abriendo un poco su boca y yo logré escurrirme afuera.” El hijo de Nerhus fue en su ayuda y el hombre a mitad tragado por el gran tiburón blando fue sacado del agua para ser tratado por múltiples laceraciones y una nariz rota.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

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