SOCIEDAD • SUBNOTA › DAVIAXAIQUI
› Por Nacho Levy
Sólo era un sueño la docencia para Daviaxaiqui en los años ’70, cuando debió formar parte de un acto escolar que todavía recuerda. “Un 12 de octubre, en mi escuela primaria, en El Impenetrable, los que no eran indígenas actuaron de soldados, con trajes azules, y nosotros de indios. Terminábamos la función tirados en el piso boca arriba, con el pecho bajo la suela de los conquistadores.” No es fábula, es la realidad que alimentó la lucha del cacique de la comunidad toba de Derqui del ’95 al 2007 y, desde el mes pasado, profesor de idioma qom en la Universidad Nacional de General Sarmiento.
La educación formal lo obligó a apropiarse de las palabras “indio” o “aborigen”, porque “son las que eligieron para contar nuestro pasado, y si las elimináramos, lo borraríamos. Al no haber libros escritos por nosotros, pareciera ser que no tenemos historia, pero la palabra es muy importante para nosotros”. Así y todo, Maxe prefiere que se utilice el término “originarios”, pero considera que “eso todavía asusta a los gobiernos, porque les suena pesado”. Con aire de resignación, hace saber que ha tenido que comprar alguna figurita de Cristóbal Colón para que sus hijos la pintaran en el cuaderno, pero enfatiza que “desde chicos, saben toda la verdad, y conocen a Mesoxoche, que peleó por nuestra libertad en 1520, y las balas no lo afectaban”.
Tres meses atrás, el ahora profesor Daviaxaiqui visitó intrigado una escuela del Chaco, que enseña informática. “Decían que a los tobas no les iban a dar computación para respetar sus tradiciones, pero sin consultarnos. Claro que no vamos a olvidarnos de todo frente a una máquina, pero si los nuestros se mueren de hambre, bien puede ser útil una página de Internet. Así también es útil el teléfono, que nos permite recibir ayuda.” Conoce la historia, la discriminación del salón de actos, y también del recreo: “Cuando todos jugaban a la bolita, llegábamos nosotros y se iban gritando ‘ahí vienen los indios’. Hasta que mi abuela me hizo una bolita de barro. La puso roja calentándola sobre ceniza, y mi padre la decoró derritiendo la punta de la pluma. Al otro día, me dejaron jugar, y aprendí a defender la cultura sin violencia. Por eso, jamás renuncié a mi condición de aborigen, pero lloré el día que tuve que dejar la escuela, por la falta de trabajo de mi padre, porque para poder defender nuestra cultura debemos capacitarnos”.
Además de la cátedra de idioma qom, Clemente impulsará también desde la Universidad el primer programa radial de la comunidad: “Estamos muy cerca de empezar en una FM de la zona, y será un espacio para que muchos indígenas puedan hablar de su cultura, porque sin escucharnos, jamás podremos integrarnos. Yo creo que es tiempo de escribir una nueva historia”.
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