SOCIEDAD • SUBNOTA › CURSOS SOBRE INFUSIONES
› Por Soledad Vallejos
En la semana, al atardecer de un día cualquiera, un pequeño local especializado en objetos y cultura de Medio Oriente convocó poco menos de cien personas... ávidas por aprender sobre “El té en Marruecos y en la España de los moros”. La propuesta no era específicamente de la tienda, sino de quienes habían ideado la animación vespertina, vale decir, los sibaritas amateurs que conforman Eclaire (www.eclaire.com.ar), una empresa de placeres gastronómicos que bien podría confundirse con una agencia de viajes virtual.
El auditorio, hay que decirlo, permaneció extasiado durante una hora y algo más. Señoras (una amplísima mayoría) y señores (menos de diez, contando a los organizadores) de todas las edades escucharon y asintieron en silencio cuando fue preciso, contestaron, rieron y observaron hasta ruidosamente llegado el caso. Sentadas en un auditorio improvisado, todas esas personas dejaron que el actor y economista Pedro Alperowicz oficiara de celebrante de un ritual en el que recurrir a una bellísima tetera marroquí era tan importante como respetar los tiempos de reposo de las hebras, enseñar la cantidad exacta de azúcar que debe llevar el té moruno... y escuchar sobre historia. ¿Cuál? La que trasladó costumbres marroquíes a la España morisca, mixturó sabores y tuvo una importancia nada desdeñable sobre las economías de la Europa medieval. También la que acompaña el evento que, según enseñó Alperowicz, sucede en Marruecos al llegar mayo: la fiesta de las rosas.
Tánger, Fez, Casablanca, Granada: todo puede visitarse cuando media un relato, unos aromas afortunados, un disco de Carmen Linares. ¿El hechizo podría ser más intenso? Sí, puede suceder que, antes de que el té haya reposado el tiempo necesario para que todos puedan degustarlo, uno de los asistentes sea cantante lírico del Teatro Colón (no casualmente: su participación, aunque sorpresiva, era parte del programa) se ponga de pie y regale, a capella, una extraordinaria versión de “Granada”. Luego, las tazas revolotearon entre las mesas de la tetera y rostros risueños.
Al terminar la charla degustación, cuesta arrancar a Alperowicz de las garras, dulces pero garras al fin, de las concurrentes, devenidas groupies gastronómicas tras haberlo escuchado referir historias lejanas, preparado tés con técnica casi cinematográfica, deslizado alguna chanza, con naturalidad de histrión. “Suele juntarse un público muy interesante en las charlas”, desliza, quizá no tan inocentemente, porque todavía no logró apartarse del montón. “Generalmente hay público de toda edad, hay gente joven que se interesa, gente mediana, gente mayor. Mayoría de mujeres, pero hoy tuvimos bastantes hombres. Es que el té no es más para mujeres.”
–¿Tampoco está reservado a pocos conocedores?
–No, hay muchos conocedores. Es que acercarse al té es también participar de un encuentro social. Yo me acerqué al té por el ceremonial que implica, por lo que reunía, por la evocación que traía. Y en estos momentos estoy comprobando que no era yo solo: en cada charla, compruebo que el té evoca algo. Esa es una de mis mayores recompensas, cuando una señora viene y me dice: “Recuerdo cuando venía mi abuela a tomar el té cuando yo era chiquita...” o de otra ascendencia: “Cuando mi abuelito tomaba del samovar”. Los japoneses tienen otra cosa: para ellos, el camino de la vida es el camino del té, de la caligrafía, de las flores. En el resto del mundo hay como una evocación y una cuestión social, que en estos momentos pareciera atravesar un reflote. En lo que al té refiere, la reunión es importante.
Una degustación puede poner en juego placeres que están más allá del mundo del té gourmet que, de Inés Berton en adelante, se ha vuelto cada vez más extendido en el segmento de los productos premium y destinados al público masivo (cualquier supermercado ofrece, actualmente, variedades de té con etiquetas nada elitistas). Y es que se trata tanto de aprender modos de preparar la infusión y disfrutarla como de comprender qué la rodea: vale decir, la idea de pensar y abordar el té como producto cultural. “Es que nosotros no vendemos producto. Cuando nace lo gourmet, se amplía el horizonte gastronómico, no solamente del té sino de todas las comidas. Y así, por ejemplo, llegamos a los maridajes. El té se puede maridar. ¿Cómo? Sencillo: hay muchas variedades diferentes, entonces lo que vos comés tiene que ser acorde con eso. ¿Para qué? Para que no te tape todos los sabores que podés disfrutar, para aprender a combinar y potenciar... No-sotros nos dedicamos, en vez de a maridar los vinos y los quesos, al té y a la pastelería.”
Marruecos tiene su té de rosas, pero también el moruno. Una vez al mes, como si Alicia deslizara invitaciones para visitarla en pleno país de las maravillas con su amigo el conejo, es el turno del té inglés. “Para que funcione, tiene que ser poca gente, ocho, diez personas. Nos sentamos y hacemos todos los pasos del té inglés: se corta el scone, la mitad del scone se unta con mermelada de naranja, la otra mitad con otra cosa. Hay un segundo paso con sandwichitos de pepino, de salmón ahumado, todo eso. Es muy interesante desde el punto de vista social, no solamente gastronómico. Porque se para de hablar de té y empieza a hablar cada uno de lo suyo. Y para mí es apasionante.” Si es el turno de China o Japón, se impone el té verde; el darjeeling para la India. “Y estudio todo lo que rodea a la India: cómo se conoció el té, la ruta del té, los acontecimientos políticos que rodearon al té, que no son pocos. Toda la parte del imperialismo inglés está íntimamente ligada. No hay cosa separada ahí. ¡En Estados Unidos el famoso tea party, cuando en los comienzos de la independencia tiraron el té al agua en Boston!” En breve, tendrá lugar “Té con Mozart”, y antes, durante octubre, habrá un evento en el Museo Nacional del Traje.
–¿Qué hace que, en lo gourmet, el público tenga ganas de informarse para consumir?
–Creo que hay un principio fundamental: la gente tiene necesidad y curiosidad de cosas nuevas, más allá de las crisis. Pienso que la gente tiene una búsqueda. Aparte de la parte cultural, del viaje. Hay necesidad de gratificarse.
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