SOCIEDAD • SUBNOTA › AL AñO, CIEN MIL MILLONES
› Por Cledis Candelaresi
Desde Barcelona
Los países desarrollados reivindican a los organismos multilaterales de crédito tradicionales como el método más idóneo para distribuir los multimillonarios recursos que deberían aportar al resto del planeta para paliar las consecuencias del efecto invernadero. El Banco Mundial o el Banco Interamericano de Desarrollo serían las instituciones apropiadas para vehiculizar una masa de dinero todavía imprecisa, pero que en ningún caso bajará de los 100 mil millones de euros anuales para las próximas dos décadas. Esta postura contraría la que sostiene el mayoritario cuerpo de beneficiarios potenciales, para quienes los fondos tendrían que vehiculizarse a través de alguna institución específica de Naciones Unidas. La diferencia implica un cambio fundamental: en un caso el dinero del Norte fluirá como préstamo, mientras que en el otro se trata de un subsidio. El debate sobre quién y cómo financia la adaptación mundial a los cambios económicos que impone el calentamiento también pone de relieve la falta de instituciones internacionales con auténtico poder de policía y las crecientes dudas a la hora de incluir a un país en la categoría de subdesarrollado.
Bajo el paraguas de la ONU el Protocolo de Kioto previó que el núcleo de países más ricos financiaran la adaptación a los cambios climáticos en curso del resto, aunque sin precisar ni montos ni modalidades. No sólo porque son los países en mejores condiciones para costear defensas contra el calentamiento, sino que son los principales responsables de las emisiones que perjudican más notoriamente al Sur que al Norte.
Algo se avanzó desde entonces. Por un lado, a través de la creación del mercado de carbono, por el cual los gobiernos o empresas de naciones subdesarrolladas que inviertan en energía limpia obtienen un certificado que venden a los países ricos, que así compran barato su derecho a seguir contaminando. Se sumó la creación de un fondo sólo para más pobres, que hoy acumula 167 millones de dólares aún sin distribuir.
Pero se trata sólo de un magro aperitivo. El plato fuerte aún está por servirse, ya que el verdadero monto y destino del aporte se intenta definir estos días, antes de la cumbre en Copenhague. La Unión Europea acaba de ponerle algunos números a esa esperada contribución. Sobre la base de que los ricos tendrán que de-sembolsar un piso de 100 mil millones de euros por año para ayudar al resto del mundo, los europeos garantizan entre 22 y 50 mil. Montos muy por debajo de lo que la comunidad científica considera necesarios para auxiliar verdaderamente al resto del mundo a mitigar los efectos del clima. Valgan de ejemplos que para la adaptación de Londres al calentamiento hay obras previstas por encima de los 1200 millones de euros. O que la construcción de un dique para amparar a Cartagena de Indias insume todo el presupuesto de infraestructura que demanda esa ciudad colombiana en un año.
Para canalizar esa ayuda, los de- sarrollados apuntan al BM, BID o al Fondo Mundial para el Medio Ambiente, independiente de la ONU. Aunque presten a tasas y plazos preferenciales, esas entidades garantizan un retorno de la inversión, que de algún modo se realizarían bajo el control de los países aportantes.
Kioto también fijó a los grandes la obligación de reducir sus emisiones un 5 por ciento promedio hasta el 2012, so pena de tener una meta más dura después de esa fecha con el que no cumpliera. Pero en rigor no hay ningún mecanismo eficaz para controlar y sancionar una falta. Ninguno más allá de la eventual presión política de sus pares, con los que pueda tener otros intereses particulares en juego. Esta debilidad de los organismos supranacionales supera holgadamente la discusión sobre cambio climático, pero está nítidamente expresada en estas negociaciones. Gran Bretaña sobrecumplió el acuerdo, España lo vulneró abiertamente y Estados Unidos y China ni siquiera rubricaron un pacto que debe ser planetario. Pero todos están sentados a la misma mesa.
Tampoco hay claridad en quiénes serán los destinatarios del Fondo de Adaptación en ciernes. Si bien para los parámetros técnicos de Naciones Unidas (igual para Kioto) Corea del Sur es un país en desarrollo, su grado de desarrollo relativo pone en duda su condición como receptor de ayuda. Lo mismo pasa con el núcleo fuerte integrado por México, Brasil, China e India, cuya envergadura económica las ubica en un lugar muy diferente al de Bolivia o Tanzania. El afán de controlar la temperatura media del planeta también está obligando a revisar la tradicional clasificación.
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