SOCIEDAD • SUBNOTA › TESTIMONIOS DE LOS ESTUDIANTES
› Por Andrés Osojnik
Uno llegó de Australia, otro de Brasil, otro más de Camerún. También, de Japón y de Alemania. Todos vinieron a estudiar castellano a Buenos Aires. Y coincidieron en Vos Club Cultural del Español, uno de los lugares para aprender el idioma. Todos se juntaron una tarde para contar su experiencia ante Página/12: ¿Por qué alguien viene a la Argentina a estudiar español?
Rhys Aconley-Jones es australiano y tiene 21 años. “Después del secundario me tomé un año sabático –dice en un español casi perfecto–. Trabajé muy duro vendiendo celulares durante cinco meses. Era un asco, pero gané bien y con eso me puse la mochila y vine a recorrer Sudamérica. Quería saber cómo era este continente. Europa no conocía, pero me imaginaba cómo era.” Tras esa recorrida en 2007 por algunos países –Argentina, Chile, Perú, Bolivia– volvió a Melbourne a estudiar la carrera de Humanidades, focalizada en Ciencia Política. Pero ahora está de vuelta y cursa en la Facultad de Filosofía de la UBA, en la calle Puán.
“Me gustó mucho la Argentina –explica–, hay una estructura que funciona, se nota que hay dinero acá, en otros países de Sudamérica no tanto. Y además me gusta el ritmo de Buenos Aires. En Australia uno se termina aburriendo, acá es más vivo, pasan cosas locas.”
El castellano ya lo había empezado a aprender en el secundario (“Hay que elegir una lengua extranjera y yo opté por el español porque me parecía más sexy”), pero ahora busca perfeccionarse y profundizar en el área de su estudio académico. “Vengo a Vos una hora por semana para reforzar y tomo clases focalizadas. Estudio los textos de Hobbes, Locke u otros autores”, apunta.
También de 21, Henrique Taufembach es brasileño, de Criciúma. Y es hijo de alemanes. El dato no es menor: es el motivo por el que está en Argentina: “Mis padres tal vez regresen a Alemania y en ese caso yo me iría con ellos. El problema es que el estudio de la universidad de mi ciudad no lo puedo revalidar allá. Pero sí lo puedo hacer con la UCA, porque hay una universidad pontificia, entonces estoy estudiando en Buenos Aires”. Más allá del acento, su español es fluido: lo empezó a estudiar a los 10 años, en la escuela. Y ya había estado cuatro o cinco veces en la Argentina, aunque siempre por turismo. Ahora viene a cursar Medicina en Puerto Madero y profundiza el español de lunes a viernes, de 9 a 13.
–El curso de cuatro horas es el intensivo, después las clases se adaptan a las necesidades de cada uno –explica Magdalena Cambiasso, una de las fundadoras de Vos, que empezó a funcionar en marzo de 2007 y forma parte de la Asociación de Centros de Idiomas–. Pero aquí lo importante es brindar contención, además de ofrecer un buen nivel académico.
–¿Qué implica la contención?
–Es que acá vienen y preguntan dónde comprar ropa, a qué dentista pueden ir o qué lugares ir a visitar. Uno se termina convirtiendo en anfitrión –-responde Cecilia Guiles, otra de las responsables del lugar.
Los alumnos también tienen la posibilidad de asistir a actividades que mezclan lo idiomático con lo cultural y lo turístico: películas con subtitulados en español y debate posterior, clases de tango, cenas, salidas a algún evento artístico y hasta partidos de fútbol que incluyen el aprendizaje de insultos... en castellano, obviamente.
Las historias de los alumnos reflejan justamente esa diversidad de intereses. Venir a la Argentina tuvo para Claudius Youmbi Meanchop dos motivos. El primero, salir de Afganistán –donde trabajaba para la ONU–- después de salvar su vida por milagro en un atentado. El segundo, encontrarse con su novia argentina. Claudius es camerunés, tiene 31 años y el español aún le cuesta: prefiere contar su experiencia en inglés.
Master en Ciencias Políticas, estuvo aquí por primera vez en abril pasado para visitar a su novia. Luego volvió a Kabul, a su responsabilidad como consejero electoral del PNUD. Pero los talibán arremetieron en el hotel donde se hospedaba la comitiva. Murieron once personas. Recién ahora Claudius puede hacer alguna broma amarga al respecto. Casi en secreto, cuenta que en ese momento tenía puesta la camiseta de Boca. “No sé si los talibán la reconocieron y me salvé por eso”, se sonríe tímidamente.
–¿Y ahora qué va a hacer?
–Tal vez me quede un año, por lo menos. Así que quiero aprender bien el español –explica.
Una amiga de la novia de Claudius aprende castellano junto a él: es Atsuko Hirakawa, oriunda de Yokohama, Japón. Vivió en diversos lugares del mundo y también es cientista social. Y también trabajó para la ONU. “Yo estaba en Kabul, pero no en ese hotel. De todos modos, también tuvimos que evacuar. De Afganistán fui dos semanas a Estados Unidos y después mi amiga me convenció de que viniera a la Argentina, así aprendo a hablar español y a bailar el tango.”
–¿Y ya lo baila?
–Un poco, con mi novio boliviano.
Quien también estudió danzas fue Franziska Wegner, una fotógrafa de 23 años nacida en Kiel, en el norte de Alemania. Estudió fotoperiodismo durante cuatro años en la universidad y decidió emprender viaje.
–¿Por qué a la Argentina?
–Sueño con Latinoamérica. Ahorré mi dinero para este tiempo. Y para empezar a conocer, decidí empezar por Argentina. Oí mucha gente hablar cosas maravillosas de Buenos Aires.
–¿Y eran ciertas?
–Sí –responde entre risas.
Franziska tiene muchos proyectos por delante: Chile, tal vez Bolivia. Y luego retornar a Berlín, donde se sumará como voluntaria a un grupo de periodistas para hacer crónicas en Turquía, Jordania, Siria e Israel.
–¿Volverá a la Argentina?
–Sí quiero volver, quiero conocer más y aprender mejor el español.
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