SOCIEDAD • SUBNOTA
Es difícil conseguir cambio de cien en Rosario de la Frontera. Los billetes de dos y cinco pesos que circulan están gastados, todo el mundo tiene monedas. “No hay plata nueva porque los que ganan bien no gastan acá”, dice el dueño de una tra-ttoria muy conocida del pueblo. Por la misma calle pasan una camioneta 4x4 último modelo y el carro de un botellero tirado por caballos. Gracias a “la gestión pavimentadora”, así tildan algunos el hacer del gobierno local, no existen baches.
Hay mucha riqueza y es obscena. Se la puede ver en los lujosos chalets de los sojeros, que parecen palacios. En la rotonda de entrada, a dos kilómetros del centro, se construye una nueva terminal de micros. Muy cerca, sobre el matorral, se exhibe maquinaria agrícola de última generación. Hace 20 años, en este pueblo de 25.000 habitantes todavía reinaban la siembra y cosecha del poroto alubia, colorado, carioca y negro. Por entonces, había galpones donde trabajaban cientos de personas, hombres y mujeres, en tres turnos diarios, separando y seleccionando los porotos. Con el gobierno de Carlos Menem desapareció el ferrocarril. Hacia 2000 apareció la soja como monocultivo.
“Y se pudrió todo. Pasa que el poroto ocupa mano de obra y la soja no. Además, la tecnología hizo que se pueda cosechar miles de hectáreas con pocas máquinas, así que los que trabajamos de eso nos tuvimos que dedicar a otra cosa”, asegura Pablo Santillán, que se dedicó a la construcción después del boom sojero. Ahora trabaja en una fábrica en Tartagal y vuelve los fines de semana a Rosario de la Frontera para estar con su familia.
La clase media de este lugar, dice una profesora, quedó diezmada. “Los docentes, los médicos y algunos comerciantes somos de clase media aquí y sólo aquí, porque si te vas a Salta capital o a Tucumán no sos nadie. Yo intenté poner un negocio en algún momento y no podía tener empleados en blanco porque si no me fundía. Y si seguía me hacían juicios laborales. No es sólo la soja lo que genera desempleo, es la falta de política estatal también.”
En Rosario de la Frontera, coinciden las tres fuentes, prima la pobreza y aunque no se vea gente pidiendo limosna porque “algo de orgullo hay”, dice Santillán, si no aparecen nuevas opciones laborales el lugar corre riesgo de convertirse en un pueblo fantasma.
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