SOCIEDAD • SUBNOTA › COMUNICACION Y CONSTRUCCION
Nicolás Carranza no era un hombre feliz, esa noche del 9 de junio de 1956. Camilo Blajaquis leyó la primera oración de Operación Masacre, de Rodolfo Walsh, aquella primera parte donde cuenta la historia de quienes fueron víctimas de los fusilamientos clandestinos de junio de 1956. La leyó en el instituto de menores Belgrano, uno de los cuatro por los que pasó antes de ser trasladado a los penales de Ezeiza y Marcos Paz, cuando cumplió la mayoría de edad. Había sido condenado a cinco años de prisión a sus 16, acusado de haber participado en el secuestro extorsivo de un empresario brasileño en la Villa Carlos Gardel, donde vivió desde chico. Cuando leyó el libro, Camilo todavía se llamaba César González, pero fue “un click, un antes y un después. La conciencia de Walsh, su inteligencia unida a la acción. Comencé a interesarme por lo que había pasado en la dictadura, que había afectado a mi barrio. Siempre vivimos en la exclusión verdadera, la cultural y educativa”. Todavía preso comenzó a leer a Foucault, Spinoza, Heráclito, Cortázar, Poe. Terminó el secundario y empezó a publicar ¿Todo piola?, una revista literaria, donde Camilo ya no era un simple seudónimo.
Mientras cambiaba desde adentro (de él y de la cárcel), su mamá le contaba en las cortas comunicaciones del penal que el barrio también estaba cambiando. No bien quedó libre, volvió a la Carlos Gardel. “Me encontré con otra casa, una casa linda, un avance importante para la dignidad de las generaciones futuras que habitan el barrio”, dijo Camilo. Pero también se encontró con sus amigos de vida y de calle: “De un día para el otro no se pueden cambiar años de marginación y exclusión”, lamentó.
Sin embargo, lo que aprendió de Walsh no lo llevó a la práctica sólo con la publicación sino que se sumó a las actividades culturales que desembarcaron en el barrio de la mano de las viviendas, y a otras históricas como la murga Los Gardelitos. En la parroquia del barrio abrió un taller literario al que asisten unos veinte jóvenes, entre ellos algunos de sus amigos. “El taller lleva la acción de transmitir otro sueño, de no resignarse. Hay debate, lectura, escritura y, principalmente, un espacio propio para romper con la idea de que siempre el que enseña tiene que venir de afuera del barrio.”
Desde hace un año, el barrio cuenta con Soy Gardel, una revista bimensual para los vecinos del barrio homónimo y del Sarmiento. Ahí también se sumó Blajaquis, como periodista, para entrevistar a los “protagonistas”, que no son otros que los vecinos porque “todos tenemos una historia que contar”.
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