SOCIEDAD • SUBNOTA › MARIA ISABEL BALDASARRE
› Por Soledad Vallejos
“Las casas de remates son muy antiguas”, señala la investigadora María Isabel Baldasarre. Especialista en historia del arte argentino del siglo XIX, autora del exquisito Los dueños del arte. Coleccionismo y consumo cultural en Buenos Aires, que hace ya unos años buceó en la formación de un gusto nacional y los orígenes de las colecciones que hoy pueden verse, en parte, en algunos museos.
–Las casas de remates (que siguen trabajando en Argentina) son antiguas. Lo que pasa es que hay que pensar en algo: ¿cuántas colecciones como éstas quedan todavía?
–A juzgar por las subastas que sigue habiendo cada año, serían infinitas.
–Es que después de las décadas de 1910 y 1920 también se siguieron formando las colecciones. Ahora no son tan reputadas ni tan famosas, no tienen tanta visibilidad. Pero ese consumo siguió. En los catálogos de galerías argentinas de los años ’30, ’40 se ve, por ejemplo, que había muchas exposiciones de arte europeo, especialmente alemán. Incluso en años que podrían pensarse como más críticos, ese consumo seguía. Por ejemplo, durante la Primera Guerra Mundial, ¿qué pasó con ese mercado? Se podría pensar que es un momento de recesión, y sin embargo siguen viniendo objetos, obras. Y no obras menores, sino centrales: La ninfa sorprendida, de (Edouard) Manet, llega en 1914, y ahora forma parte de la colección del Museo de Bellas Artes. Entrado el siglo, en los ’40, el mercado está más especializado.
–Hay, también, más categorías y formas de organizarlo.
–Sí, y es cuando aparece, por ejemplo, la idea de la importancia de los anticuarios. Por otro lado, hay casos curiosos. La casa de remates Bullrich, una de las más tradicionales, arrancó con remates de ganado. Pero en el siglo XIX ya remataba bienes y cuadros. Era usual, porque cuando una familia se mudaba a Europa, muchas veces se remataban todos sus bienes antes de que se fuera. A veces, las cosas se remataban por crisis familiares, crisis económicas o también mudanzas a otras casas. Pero quiero decir que ya en el siglo XIX está mezclada la idea de que una casa de remates podía ocuparse de ganado y artículos suntuarios, tanto como de obras. Ya en los años ’90 del siglo XIX son los primeros remates de disolución de colecciones locales, como la Juan Cruz Varela. En su caso, él remata cuatro veces, es decir, hace cuatro remates de cuatro colecciones distintas. Imagino que él la volvía a armar de alguna manera. Los Varela eran coleccionistas que no donaron a instituciones públicas, pero muchas de sus obras están ahora en Bellas Artes y otras en La Plata, porque salieron a remates y fueron recompradas, hasta llegar ahí.
–En su libro había destacado que esas colecciones subastadas a fines del XIX y principios del XX son, también, fundacionales en lo que a instituciones artísticas del Estado se refiere.
–Uno de los primeros que donó fue Juan Benito Sosa, en la década del ’70. El donó una colección al gobierno provincial antes de la capitalización de Buenos Aires, por lo cual cuando se funda la ciudad de La Plata la colección pasó a estar allí. Esa colección queda guardada casi 50 años, hasta que en 1922 se crea el museo en La Plata. Tienen un largo peregrinar esas obras hasta tomar estado público. Sosa era un coleccionista que no viajó, cosa que era rara, porque en general la mayoría de las colecciones que se pueden ver en Bellas Artes fueron adquiridas afuera. Pero como él no viajó, aprovecha todas las coyunturas de posibilidades de Argentina. Podría pensarse que los remates de obras a fines del siglo XIX fueron el fermento sobre el que se fueron creando estas subastas.
–¿Cree que cambió mucho con las décadas el modo de apreciar, circular y comprar las obras?
–Había mucho que no se vendía, también. Uno encuentra crónicas de subastas en La Prensa, por ejemplo, preguntándose por qué no se compran las cosas o quejándose de los bajos valores. En cierto sentido, era un reclamo sobre por qué no hay en lo local cultura artística capaz de absorber esas obras.
–Como si la falta de éxito de una subasta no hubiera dependido, también y quizá de modo importante, de la disponibilidad de dinero.
–Siempre se manejan varias variables al respecto. De todas maneras, obviamente que por lo general no estamos hablando de subastas dirigidas a sectores medios y bajos, sino que siempre hay que pensar en sectores de altos ingresos. Creo que el de los remates actuales es un público algo más diverso: está la persona que sabe perfectamente lo que se está rematando y que va con una intención específica; también están los curiosos que van a tantear, a descubrir qué se puede encontrar; y también hay gente que compra para llevar al extranjero.
–¿Muchas piezas y objetos van a otros países?
–Claro que sí. Por ejemplo, se dice que, fuera de España, el lugar donde hay más cantidad de pintura española del siglo XIX es Argentina. La cantidad de pintura italiana también es impactante, tanto en el ámbito público como entre particulares. En esas colecciones había de todo. Básicamente, fueron colecciones formadas desde un lugar muy intuitivo, porque no había demasiados especialistas. Quienes estaban formados, lo estaban por haber viajado o por pertenecer a la elite y tener acceso a ciertas lecturas, o tener algún amigo artista, ser amigo de Eduardo Schiaffino, el primer director del Museo de Bellas Artes, que fue un gran formador de gusto, al menos con sus pares. Quienes compraban, compraban un poco así, y de acuerdo con la disponibilidad de las cosas.
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