SOCIEDAD • SUBNOTA
› Por Soledad Vallejos
Opera de modo viral, es una suerte de mancha de aceite inmensa, universal, sólo limitada por el poder adquisitivo de la sociedad que las quiere interpelar como propias. Queda claro que para la videovigilancia no hay más frontera que el dinero y las garantías de los derechos civiles y la privacidad. Por ello quizá no resulte tan llamativo que en China las cámaras encendidas las veinticuatro horas se cuenten por millones y que tengan la vocación de cubrir todo el territorio. Toman fotos y registran videos en alta definición, incluyen sonido, tienen el don de no dejar metros cuadrados al azar en zonas urbanas de alto tránsito. Por ahora, chinas y chinos conviven con siete millones de cámaras de vigilancia desparramadas por calles, espacios privados y hasta ámbitos religiosos de todo el país. Durante los próximos cuatro años, las autoridades proyectan sumar otros 15 millones. Es decir que en 2014 al menos 22 millones de dispositivos registrarán toda caminata, todo estornudo, todo beso, todo robo de carterista sucedido en el espacio público.
El Estado inglés no queda rezagado. Con casi cinco millones de dispositivos, Gran Bretaña tiene uno de los índices de cámara per cápita más elevados del mundo: alrededor de una cámara cada 12 habitantes. Londres tiene al menos 500 mil cámaras, con lo que se estima que, un día cualquiera, el trayecto rutinario que un ciudadano cualquiera haga por las calles londinenses será registrado por entre 200 y 300 cámaras. Y aun así, según documentos internos de Scotland Yard que sacó a relucir el diario The Independent, las estadísticas son demoledoras a la hora de evaluar la videovigilancia desde los resultados. De cada mil delitos, sólo uno llega a ser esclarecido gracias a las cámaras. ONG preocupadas por los derechos civiles resisten y llaman a boicots periódicamente. Una de las obras más contundentes del artista del graffiti Bansky (que recientemente llamó la atención mundial con la apertura que diseñó para Los Simpson, refiriendo tercerizaciones y esclavitud en la industria del entretenimiento y afines) se ubicó al lado de una de estas cámaras: “Una nación bajo CCTV” (como se denomina al circuito cerrado de tv).
Pero las reacciones pueden variar. “Durante más de cuatro décadas, presenciamos la proliferación de la videovigilancia en Europa. Durante la década del ’90, su presencia explotó en el espacio público en muchos países europeos.” Con esa descripción contundente, el proyecto Urban Eye (Ojo urbano, www.urbaneye.net) plantea su razón de ser: analizar el empleo de esas cámaras, de modo que resulte posible ponderar “sus efectos sociales y sus impactos políticos para, finalmente, delinear estrategias para su regulación”. Bajo la coordinación de la Universidad Técnica de Berlín, criminólogos, filósofos, politólogos, sociólogos y geógrafos urbanos de seis países dedicaron treinta meses a elaborar el Informe Final (que puede encontrarse, en inglés, online). Sus consideraciones, aunque elaboradas al comienzo del siglo (entre 2002 y 2004), resultan todavía tan válidas que siguen hablando del presente y el futuro inmediato. Dada la combinación de “prácticas de vigilancia opacas y ciudadanía no informada, la ‘caja negra’ de la red de cámaras cada vez más numerosa debería abrirse para asegurar el control democrático. La ampliación de la red de vigilancia debería transparentarse mediante un registro; la proporcionalidad del despliegue y su uso debería ser estipulado por un sistema de licencias; los gerentes y operadores (del material) deberían poder ser supervisados e inspecciones regulares deberían garantizar que se cumpla un código de prácticas en común coherente”.
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