Sáb 01.02.2003

SOCIEDAD • SUBNOTA  › OPINION

La sensación térmica, ese invento

Hay un secreto que recorre desde hace muchos años la Argentina: los porteños inventaron la sensación térmica para sentir más calor o más frío, de puro exagerados que son. El que conoce el calor de enero en Santiago del Estero, Catamarca, La Rioja, San Juan o Mendoza sabe que nadie hace demasiada alharaca por 40 grados a la sombra..., salvo que sea un porteño de vacaciones. Los porteños dicen que no es lo mismo el calor seco que el calor húmedo de Buenos Aires, convencidos de que debe ser en su ciudad, y no en cualquier otra, donde sea más insoportable estar en verano. En el fondo, inocentes y previsibles como son, los porteños hacen un culto de la ciudad con la avenida más ancha del mundo y la calle más larga mientras, en paralelo, fantasean con ir a vivir a El Bolsón, a San Martín de los Andes o a la Quebrada de Humahuaca. Buenos Aires, por otra parte, está llena de provincianos que jamás pudieron usar aquellos pullóveres y abrigos que trajeron a la ciudad con que soñaron, antes de largarse. Les divierte ver cómo los porteños tienen frío cuando la temperatura es de 5 grados –¡pero la sensación térmica de 0!– y se ponen bufandas, tapados, sobretodos, como si estuvieran por abordar un avión rumbo a la Antártida.
En el interior, así como la pobreza es más digna, el calor no se vive como noticia porque la gente está acostumbrada a convivir con él. Hay una cultura del calor: viviendas pensadas para que el aire circule (la famosa lógica de las casas-chorizo), árboles estratégicamente plantados para aprovechar su sombra, costumbres ancestrales, algunas de ellas provenientes del pasado indígena, como morigerar el calor con trapos húmedos. En Buenos Aires hay poca cultura del calor: la gente se desespera con facilidad, tiene brotes, hace cosas insólitas, espera con una ansiedad que el tiempo ignora una lluvia salvadora. ¿Vieron alguna vez en un noticiero que haya gente víctima de un “golpe de calor” en Corrientes, donde hace, y mucho?
Cuando, en días como estos, los provincianos se reúnen a hablar para recordar que calor-calor no es el de esta ciudad, en que se baten siempre records, todos tienen una anécdota que recordar. El periodista mendocino Chango Torres tiene una muy buena, aunque trágica, que suele repetir sin lograr que su público no se ría. Refiere a un casamiento en Santiago del Estero, con una abuelita –su bisabuelita– que miraba pasar plácidamente la vida desde la parálisis que la inmovilizaba. No tenía sentido llevarla a la ceremonia, que era a media mañana, por lo cual se quedó sola en la casa. Pidió que la dejaran a la sombra del árbol en el patio de piso de tierra. Así lo hicieron. La familia se fue a la ceremonia y de ahí a un almuerzo, que se hizo largo. Avanzada la tarde, entre vino y empanadas, alguien recordó a la abuelita debajo del árbol. Volvieron con un mal presentimiento, que la realidad confirmó: el sol se había movido, como siempre sucede, y la anciana había pasado la siesta santiagueña expuesta a él. Había muerto carbonizada, mientras la familia estaba de parranda. Eso es calor de verdad, suele contar Torres.

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