SOCIEDAD
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Para chicos
› Por Sergio Kiernan
Este mundo se divide en dos clases de personas: las que les gusta el calor, y las que lo detestan. Por mojar la camiseta hasta en la sombra y sentado, pertenezco al segundo equipo, el que se alarma a los 27 grados, se deprime a los 30 y se quiere ir a la Antártida en el “Irízar” a los 40, milicos y todo.
El calor es para chicos, seres libres a los que no les importa andar transpirados y arrugados. El calor es para ingleses, que tienen la excusa de no ver nunca el sol en su país y entonces disfrutan de lugares como el Paraguay o Madrás, sudando vestidos de lino. El calor es provinciano, polvoriento, siestero, lento, aburrido, monocorde, ruidoso y deselegante.
El calor no es urbano, civilizado, ni mucho menos porteño. El calor no va con una ciudad que en esos rincones donde acierta a ser bella lo es de una manera invernal, de cúpula negra y piedra gris. Con estos cuarenta grados, Buenos Aires parece un decorado entregado en la dirección equivocada, una película mal ambientada. Los actores quedamos reducidos a extras transpirados, lentos y malhumorados. Parecemos el amigo de Speedy González, que siempre hacía la siesta debajo del sombrero, inmóvil y abotagado.
El problema es que no hay siesta ni sombrero, hay oficina, calle y subte, hay pantalones largos y corbatas, hay asfalto y paredes reflejando el calor tan exagerado que hasta se pierde el único placer de la estación, las chicas de verano.
Paciencia, ya pasará la emergencia. Estos cuarenta no pueden durar, tarde o temprano volveremos a los aburridos treinta y pico estacionales, y algún día volverá el invierno. Mientras, el dato esquizo de la semana: en el sur hace mucho, mucho frío. ¿Y si mudamos la capital?
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