SOCIEDAD • SUBNOTA
El 28 de septiembre de 2004, Argentina era señalada como el primer país de América latina en padecer una masacre en una escuela. Pasadas las 7.35, Rafael Solich, conocido como “Junior”, ingresó a la escuela Islas Malvinas de Carmen de Patagones, al sur de la provincia de Buenos Aires, y descargó de la 9 milímetros que le había sacado a su padre, miembro de la Prefectura, 13 tiros contra sus compañeros del primer año del polimodal. Fue así que mató a tres alumnos, dejó a otros cinco heridos, dos de ellos en gravísimo estado de salud, todos de 15 años, como él.
De los 13 disparos, 11 dieron contra sus compañeros. Una falla en el mecanismo de la pistola le impidió continuar con lo que de allí en más “se hubiese convertido en una masacre peor”, describió en ese entonces a Página/12 Ricardo Curetti, el jefe de Gobierno de Carmen de Patagones.
El joven salió del aula y en el pasillo camino al patio fue interceptado por un compañero que le quitó el arma. Fue declarado inimputable por la Justicia. Junior fue llevado a un instituto de menores en La Plata donde convivió con otros adolescentes en conflicto con la ley, pero luego fue trasladado a un centro de atención psiquiátrica.
“Lo más sensato que podemos hacer los seres humanos es suicidarnos”, había escrito en un pupitre de la escuela. “Me gusta la sangre”, decía una carta encontrada en su casa por los investigadores de la masacre. Adriana Goicochea, la directora de la escuela, dijo tras el ataque: “Le costaba integrarse, pero nunca tuvo actitudes violentas”. Y un profesor, en cambio, aseguró: “Nunca hubo un problema con él, siempre tuvo una excelente integración, buen comportamiento social”. Pocos repararon en el arma de su padre que había sido dejada al alcance de la mano.
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