SOCIEDAD • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Enrique C. Vázquez *
Hace un año, Osvaldo Bayer fue a dar una charla al colegio Nicolás Avellaneda, en el barrio de Palermo. Al finalizar, provocó a los alumnos con algunas preguntas: “¿Les parece bien que este colegio lleve el nombre de uno de los grandes responsables de la conquista de la Patagonia y del exterminio de muchos de sus habitantes? ¿Y ese otro colegio que está acá cerca, ‘el Roca’, debe seguir llamándose así? ¿Pensaron alguna vez en cambiarle el nombre?”. Y se disparó el debate.
Ahora, la ministra Garré decidió que tres escuelas de la Policía Federal cambien sus nombres. Quienes allí se formen, ya no lo harán en una institución que homenajea a un asesino. Ramón Falcón, el represor de obreros de principios del siglo XX; Alberto Villar, el comisario organizador de la Triple A, y Cesáreo Cardozo, el jefe de la Policía Federal de Videla y uno de los arquitectos y ejecutores del terrorismo de Estado en 1976, también bajaron de cartel.
En los últimos años fue frecuente que los carteles de chapa con el nombre de la calle Ramón L. Falcón, en el barrio de Flores, fueran cubiertos por otros más modestos, de papel, que recordaban a Simón Radowitzky, el obrero anarquista que mató al comisario responsable de los muertos y heridos en la manifestación del 1º de mayo de 1909. Sectores de la sociedad civil procuraban, de este modo, revisar a qué protagonistas de aquellas luchas sociales debía reivindicarse.
El cambio de nombres propuesto por el gobierno nacional tiene el valor de que es ahora el Estado quien se involucra en la revisión de aquel pasado. Y la opción, lógicamente, no es Radowitzky. No se está reeditando el conflicto entre los anarquistas y la policía del Estado oligárquico. Lo que hoy está en pugna son dos modelos de policía: el comisario Falcón o el comisario Juan Angel Pirker, el jefe de policía de la democracia entre 1986 y 1989.
Algunos consideran que cambiar los nombres de calles, plazas e instituciones son meros formalismos. Como cuando el presidente Kirchner le ordenó a un general que bajara el cuadro de Videla. Sin embargo, cuando esos gestos, con su alto grado de carga simbólica, están acompañados por políticas que modifican la realidad concreta, palpable, la forma se confunde e integra con el fondo de la cuestión.
El cuadro descolgado de los dictadores es un símbolo en el que se condensan los juicios que, últimamente, están permitiendo encarcelar a los genocidas. Es como si Néstor Kirchner hubiese dicho: esto va en serio. La cárcel común para el ex comisario Patti es una prueba de ello.
Este gesto de la ministra de Defensa también parece querer decir lo mismo. La Policía Federal no puede seguir siendo lo que fue. Debe cambiar por dentro y sus instituciones educativas deben tener denominaciones acordes con lo que una sociedad democrática requiere de sus policías.
Cambiar el nombre de una escuela no es pelearse con el pasado. O, mejor, no es sólo eso. Se trata de proyectar un futuro diferente. Está de moda, últimamente, la expresión “batalla cultural”. Oponer la figura del comisario Pirker a la de Falcón es parte de esa batalla. Se trata de una lucha que, en el día a día de la política, se expresa en la diferencia entre decidir si es mejor desalojar intrusos a balazos o hacerlo negociando, convenciendo, con política social.
Estamos comenzando a transitar un camino que, sin dudas, será arduo y sinuoso, para tener una policía diferente. No está garantizado el triunfo. Si en el futuro hay o no una escuela de policía que se llame “Comisario Luis A. Patti” tendremos un indicio de quiénes ganaron.
* Historiador. Vicerrector del Colegio Nicolás Avellaneda.
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