SOCIEDAD • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Hugo Yasky *
Vista a un año de su sanción, la ley de matrimonio igualitario ha sido un avance más de los que el campo popular ha logrado en el proceso iniciado en el 2003. Podemos decir que hoy tenemos una sociedad con más derechos y con menos discriminación. Esto sería motivo suficiente para que desde la CTA festejáramos haber sido parte del colectivo plural que construyó los consensos necesarios para que esta conquista fuera posible. Pero hay más, la lucha contra la desigualdad, que es la gran causa que anima las acciones de esta CTA, conlleva también la lucha por la igualación de derechos de aquellos que en función de la lógica impuesta históricamente por los grupos dominantes han sido victimas de la discriminación.
Por ello es que la sanción de esta ley no es un hecho aislado de otros avances que hemos motorizado los sectores populares de la mano del gobierno popular y democrático de Cristina Kirchner y antes de Néstor. Tiempos de cambios todavía inconclusos, insuficientes, pero a la vez sustanciales. Cómo no poner como un escalón más de la elevación de derechos esta ley junto con los avances que marcaron un cambio de época en la política de derechos humanos y con otros que cimentaron un piso más alto de derechos sociales, como la Asignación Universal por Hijo. O como el que significó conquistar nuevos espacios democráticos con la sanción de la ley de medios de comunicación audiovisual.
Todos estos avances fueron demonizados y resistidos por los factores de poder que expresan el orden tradicional impuesto por los que hicieron de la desigualdad social y la discriminación el eje de construcción de una sociedad sometida a la injusticia y al oscurantismo.
En la fundamentación de la ley, la legisladora Vilma Ibarra sostenía con razón que “siempre que se iguala en derechos, la sociedad gana en libertades y ciudadanía. El Estado está obligado a no distinguir por su orientación sexual a las personas en el ejercicio de derechos. Hacerlo sería discriminar. Se trata de remover obstáculos para garantizar la protección de derechos fundamentales como la libertad y la igualdad de las personas, reconocidos por los tratados internacionales de derechos humanos”.
Desde ahí se entiende que ser democrático o, mejor dicho, el ser democrático es una apuesta ideológicamente transformadora. No hablamos de la democracia virtual, aquella que se agota en una elección y en la que el pueblo se convierte en espectador pasivo del candidato que se contonea entre globos al son de la cumbia. Hablamos de la democracia como un proceso de profundización de la igualdad de derechos en todos los planos. Y en el tema que nos convoca en este caso, el matrimonio igualitario, constituye una profundización liberadora en la medida en que termina con la discriminación que presuponía garantizar el derecho al matrimonio sólo para algunos, excluyendo a los “otros”.
Y en el caso de nuestra Central, que marchó con la ley de medios y reclamando el fin de la impunidad, que marchó contra el asesinato de Ferreyra y caminó con los pueblos originarios, que salió a la calle en Honduras a defender la democracia y estuvo con Evo en Santa Cruz de la Sierra, que recibió a los campesinos y que marchó por la sanción de esta ley de matrimonio igualitario, el haber sido parte de esta conquista reafirma nuestra concepción de que las luchas sociales, más allá de la necesaria disputa por la distribución de la riqueza, se proyecta en todos los planos de la lucha cultural.
* Secretario general de la CTA.
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