SOCIEDAD
• SUBNOTA › COMO FUNCIONA LA RED DEL TRAFICO DE MUJERES EN EL PAIS
“Ser cafishio es distinto que rufián”
› Por Alejandra Dandan
Oscar es una de esas personas dedicadas al tráfico de mujeres. Ni él ni su gente ni las chicas ni sus cuatro esposas lo llaman así. Para todos es un “840”, una elipsis producida por los números de la lotería que omite la palabra cafishio. Oscar es algo así como un tipo normal: apareció de pronto en una de las plazas del centro de Río Cuarto, no es hombre de andanzas oscuras, de alcantarillas, es amigo de artistas, de funcionarios y buen vecino. Dueño de una remisería de barrio, de un kiosco y comprometido en este momento con cuatro mujeres; para todas ellas, según cuenta, él es algo así como un marido.
–Soy cafishio, que es distinto que rufián –explica–. El 840 va y habla con la mujer, se pone de novio, la trabaja, la envuelve. El rufián no, el rufián es el dueño del boliche, es distinto, el que hace el trabajo y listo. El va y saca un aviso en el diario para pedir chicas de coperas en el sur, recoge 20 mujeres, elige las mejores y se las lleva. ¿Te imaginás si lo hacen acá? 500 van.
Aquel dueño del boliche, el rufián, trabaja con los 840 contratando a sus mujeres pero, además, trabaja con otra área de esta cadena de producción, la de los punteros que pasan por los pueblos buscando mujeres, una de las áreas con más expansión durante los últimos años. Ese era el rol del tío de Flavia, el rol de cada una de las personas que pasó a buscarla por su casa para llevarla a Villegas, a Pehuajó, a General Pico, a Villa Dolores y a Macachín, en la provincia de La Pampa.
–Es como que la venden a la chica afuera los de acá –dice Flavia–: todo lo que hace la chica es para pagar lo que pagaron por ella. Ponele: el fiolo te vende a 2000 pesos, la chica en la primera plaza hace 2000 pesos, y esos 2000 son para él. Pero la chica queda como que ya está vendida al boliche. Lo que trabaja después es para el boliche y para ella. Después que está vendida, a ella, cada tanto es como que la va a ver. Hay muchas formas: las chicas saben que si las vende por tanta plata en tantos meses no se pueden venir.
–¿Qué o quién lo impide?
–No sé, pero vos tenés que agarrar y quedarte: aguantártela. Muchos, la mayoría, te llevan por dos o tres meses. Otros te llevan 5 o 6 meses, tenés que aguantártela. No podés irte, si te escapás sea como sea te van a encontrar y entonces tenés que portarte bien, sino después tenés las multas.
Las multas son un sistema de castigos habilitado entre los muros de estos bares. Son penalizaciones usadas como mecanismo de disciplinamiento contra las mujeres, las niñas o los niños usados en estos circuitos. Son sanciones de dinero que penan llegadas tarde, conversaciones que se extienden más de la cuenta dentro del bar, minutos extra en los pases a las habitaciones. Son castigos contra lo que el local considera excesos de libertad, tiempo muerto, tiempo donde la mujer ha dejado de producir dinero. Un mecanismo perverso, donde las multas suelen ser resultado de una serie de imputaciones en las que las mujeres no encuentra sitio disponible para la defensa. El castigo lo ordena el dueño del bar, el puntero que la ha llevado al lugar o sus cafishios. Son los patrones los que establecen el sistema de premios y castigos.
–Apenas llegás te presentan el encargado del boliche, al dueño. El te explica todo, esto es así, si te portás mal te pasa esto, una multa acá o allá. Si vos estás lejos, no estás en tu lugar, tenés que decir sí porque plata para volverte no tenés, seguro. Es así, y no tenés que decir nada: cuando estás en un lugar lejos te tenés que quedar.
Nota madre
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