Jueves, 9 de febrero de 2012 | Hoy
SOCIEDAD › CARLOS GARMENDIA, ABOGADO DE TRIMARCO
Es el “actor civil” en el juicio. Aquí, cuenta cómo se convenció de que existen las redes de trata. Y explica qué espera del juicio que se inició ayer.
Por Marta Dillon
Carlos Garmendia se seca el sudor, pide agua saborizada y recuerda sin nostalgia el tiempo en que fumaba. Ahora, el “actor civil” –quien demanda por los daños patrimoniales y subjetivos en la familia de Marita Verón a causa de su secuestro y de-saparición– del juicio que revisa la historia que puso en la agenda pública el problema de la trata con fines de explotación sexual, sólo come pastillas o mastica chicles. Un pequeño cambio de los muchos que atravesó en los ocho años que lleva acompañando a Susana Trimarco en la búsqueda de justicia. “Yo no tenía idea de que estas cosas podían pasar, me costaba creerlo; ni siquiera manejaba el término trata. Aun conociendo a Susana por mi trabajo en la Secretaría de Derechos Humanos de la provincia, hasta que no se presentó un caso en mi oficina, relatado por una víctima, no tomé conciencia.” La historia que cuenta Garmendia, en definitiva, es una historia común. Fue a partir de la desaparición de Marita Verón y de la búsqueda incansable de su madre que “trata” empezó a convertirse en una palabra inteligible con una ley propia, aunque perfectible.
–¿Cómo conoció a Susana Trimarco?
–Yo era director de Protección de Personas en la Secretaría de Derechos Humanos de la provincia. La veía a menudo aunque no venía a hacer denuncias sino a solicitar ayuda para alguna de las chicas que rescataba buscando a su hija. Pero si me comprometí con el tema fue porque me tocó escuchar a una changuita, de primera mano, que vino a hacer una denuncia junto a sus padres.
–¿Cuál fue esa denuncia?
–Primero vino el padre a comentar que una tía de su hija le había ofrecido trabajo de niñera. Como la changuita era un poco rebelde, decidieron que podía ser una oportunidad de encauzarla. Pero el primer fin de semana que tenía que volver a la casa, no lo hizo. Cuando la fueron a buscar, sin abrirle la puerta, esta persona les dijo que la chica ya no estaba, que se había escapado. El hombre decidió ir a hacer la denuncia a la comisaría local –en Lules– y ahí no sólo no le tomaron la denuncia sino que le dijeron que si insistía lo iban a meter preso. Efectivamente, lo metieron preso, lo maltrataron mucho y lo acusaron de haber violado a su hija.
–¿Prosperó esa denuncia?
–La changuita no la ratificó porque logró escaparse. Como yo no creía ese relato, le pedí que volviera con la hija y con la madre de ésta; le tuve que dar cinco pesos para el pasaje de todos. A la hora y media estaba de nuevo en mi oficina. Los relatos eran coincidentes pero, además, me di cuenta por el testimonio de la changuita que había pasado por una situación de estrés bien grave. Con los testimonios hice una denuncia ante la fiscalía, sobre todo para perseguir a los policías que habían inventado la denuncia. Pero no tuve ningún eco en la fiscalía, por lo que decidí representar a la familia. Y fue recién después de que se inició el trámite legal y la changuita declaró a solas frente a una secretaria de juzgado que logró decir, textuales palabras, “me hicieron tener mi primera vez y después me querían hacer trabajar de puta”.
–Ese fue el fin de la incredulidad en relación a la trata.
–Seguro. Me involucré en ese caso y también con Susana. Me conmovía que tanta gente fuera a hacer denuncias frente a ella y no en la policía o en sede judicial. Lo que hace evidente la desprotección de muchas familias y la complicidad de funcionarios públicos. De hecho, los policías que maltrataron a ese hombre que me abrió los ojos están vinculados al caso Verón.
–Sin embargo, en el caso de Marita Verón no hay un solo funcionario implicado.
–No por ahora. Veremos qué líneas de investigación se abren a partir de las audiencias orales. Porque esta investigación fue corta y sin duda se desaprovecharon muchas pistas, tal como se escuchó en la requisitoria que se leyó en la primera jornada.
–¿Por qué no se continuó investigando?
–La fiscal Adriana Reinoso Cuello dio por terminada la investigación en 2004. Nosotros apelamos pero tuvimos que llegar hasta la Corte Suprema de la Nación para que nos acepten el recurso porque se suponía que como querella no podíamos apelar la decisión de la acusación. La Corte se pronunció recién en diciembre de 2011 pero no sobre la cuestión de fondo sino que ordena que la Cámara revise nuestro pedido de ampliación de la investigación y de las imputaciones. Más allá de lo que pase en este juicio, la historia no está cerrada.
–¿Qué es lo que usted espera de este juicio?
–Lo que queremos demostrar es cómo operan las redes de trata. Cómo se reclutan mujeres, la logística para su traslado, las técnicas de sometimiento y finalmente el usufructo; como si no fueran personas. Y eso, sin duda, va a quedar claro. Tenemos testimonios muy fuertes, como los de Anahí Manaceo o Fátima Mansilla, chicas que lograron romper el circuito de la explotación, algo que es muy difícil porque las técnicas de sometimiento son muy efectivas.
–¿De qué se tratan estas técnicas?
–Se trata de reducir a una persona a una cosa. Ya desde el momento en que le sacan sus documentos, se les quita parte de su identidad. Se les destruye la autoestima, se las convence de que su único valor es el valor del pase. Y lo peor es que muchas de estas chicas, captadas de muy changuitas, cuando crecen creen que ya no tienen oportunidades y se transforman a su vez en reclutadoras. Pero en esto hay una responsabilidad social: por la naturalización de la prostitución, la naturalización de que hay mujeres que pueden ser víctimas y otras que no. Lo que exige la trata es un cambio cultural muy profundo.
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