Vie 23.03.2012

SOCIEDAD • SUBNOTA

Angustia, quejas y reclamos de los familiares

“Es algo que jamás lo vamos a superar”

Sandra Andrada (tía de Tatiana Pontirolli): “Mi sobrina Tatiana tenía apenas 24 años y toda una vida por delante. Estaba recibida de diseñadora gráfica y el año pasado había comenzado a cursar el primer año para maestra jardinera, porque amaba a los chicos, era otra de sus pasiones. Tati era una chica muy activa y trabajadora y tenía infinitas ganas de vivir. Cuando ocurrió el accidente el 22 de febrero yo estaba de vacaciones en la costa y me enteré por televisión de lo que había ocurrido, aunque jamás me imaginé que mi querida sobrina estaría dentro del número de víctimas fatales. Me di cuenta de que Tati podía estar en ese tren cuando la vi a mi cuñada buscándola desesperadamente, como tantos otros familiares que se habían acercado al lugar. Estamos pasando, junto a toda la familia, el momento más difícil que nos haya tocado; nunca hubiésemos imaginado esto. Estamos acompañando a los padres de Tati y a la hermanita, que son quienes más nos necesitan. A toda la familia se nos entrecruzan los sentimientos: angustia e impotencia nos da el no poder haber hecho nada por salvarle la vida a una chica que tenía sueños, muchos sueños que se los arrebataron hace un mes. Pienso que es algo que jamás vamos a superar. Perdimos a un ser excepcional y como todas las familias necesitamos que se haga justicia, más allá de que nadie nos va a devolver la vida de Tati. Necesitamos respuestas y que se encuentre a los responsables, que paguen por todo el sufrimiento de tantas familias que se quedaron sin su ser preciado. Seguiremos firmes pidiendo justicia, para que esta tragedia no quede en silencio y podamos vivir en paz, para que Tati descanse en paz”.

“Tanto dolor tiene que servir para algo”

Vanesa Toledo (hija de Graciela Detredías): “Soy hija de una víctima de la masacre. Mi mamá era una persona que irradiaba luz, que transmitía mucha paz, que brindaba mucho amor a toda su familia. Mi mamá era cocinera y trabajaba de lunes a sábados en una confitería ubicada en avenida Corrientes y Pueyrredón, acá cerca de plaza Miserere. El padre de mi hijo me mandó un mensaje al celular en la mañana de la tragedia y de esa forma me enteré que hubo un accidente del tren Sarmiento en Once. Mi primera reacción fue ‘no, mi mamá no pudo haberse tomado ese tren’. En ese momento empecé a sentir una sensación de vacío en todo mi cuerpo y lo primero que hice fue llamarla por teléfono a su celular, lo que fue inútil porque no atendía. La única opción que me quedaba era llamar al trabajo, al que nunca había llegado sabiendo que ella era una persona puntual, por lo que concluí que podía estar involucrada en la horrible tragedia. La angustia que sentí fue enorme, empecé a recorrer hospitales, con la esperanza de que mi mamá estuviera allí. Y fue en vano cuando en la morgue me confirmaron que la había perdido para siempre. Desde ese día vivo la peor pesadilla de todas y lo que más me duele es que nadie de la empresa ni del Gobierno se acercó a preguntarnos cómo estábamos, si necesitábamos algo. Hoy (por ayer) en esta convocatoria –conmemorando un mes del hecho– queremos que los asesinos de nuestros familiares nos vean y no sólo a nosotros, sino al pueblo que es digno de merecer un buen servicio de transporte público. Estoy convencida de que tanto dolor tiene que servir para algo”.

Nota madre

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