Dom 20.05.2012

SOCIEDAD • SUBNOTA  › EXPERIENCIAS DE EXTERNACIONES

Un cambio posible

› Por Emilio Ruchansky

El Hospital Alejandro Korn, más conocido como Melchor Romero, además de un inmenso leprosario, fue el manicomio más grande de América latina con más de 3000 camas. Hoy, menos de 900 están destinadas a personas con padecimiento mental. Está a 17 kilómetros de La Plata y tiene distintos servicios: Atención en Crisis, Guardia de Admisión, Agudos, Subagudos, Rehabilitación y externación. Este último y vital servicio se habilitó hace veinte años y sólo constaba de un centro de día en La Plata. En 2007, se agregaron dos más. “Y fue gracias a la coyuntura política, a la idea de que debía hacerse un trabajo en la comunidad, algo que quedó claro en la Ley de Salud Mental”, destaca la psiquiatra Patricia Palauc, coordinadora de uno estos dos nuevos centros, llamada Doctor Franco Basaglia.

“Hace tres años externamos a una persona que estuvo 55 años en el Melchor Romero. Primero fue a una pensión, después con su jubilación alquiló algo con otras personas del centro. Entró con 18 años por problemas de alcoholismo, tuvo algunas salidas con familiares, durmió alguna noche con ellos, pero como volvió a beber tuvo que volver. Hoy tiene 72 años y tiene una compañera. Sale, hace su vida. Es mentira que no se puede externar después de años de encierro, cuesta en casos de parálisis cerebral severa, pero también hay dispositivos intermedios”, dice Palauc.

El centro que coordina recibe consultas del Hospital Korn pero también derivaciones de otras partes de la provincia de Buenos Aires y del país. Y tiene una atención corriente con sesenta personas, la mayoría externadas por sus propios medios. “Vienen ellos pero noso-tros también vamos en caso de que haya una crisis”, agrega. El servicio tiene treinta integrantes, sólo el 30 por ciento tiene contrato, el resto se reparte entre pasantes, voluntarios y estudiantes de psiquiatría, graduados y alumnos de otras disciplinas como bellas artes, periodismo, sociología, que van para capacitarse.

En 1992 y 1993 Palauc trabajó en Trieste, Italia, bajo las nuevas prácticas desmanicomializadoras. Ella señala que tanto la última dictadura cívico-militar como la década menemista trabaron todo avance comunitario en Salud Mental. “En ese momento era una ciudad de 270 mil habitantes y dividida en 7 zonas, cada una tenía un centro de día, con 8 camas. Yo ahora estoy pidiendo dos y también un auto las 24 horas, a veces una crisis puede solucionarse apartando a la persona por un par de días, sin necesidad de que sea trasladada a un neuropsiquiátrico”, comenta.

A veces se interna a una persona contra su voluntad ante una crisis pero por demasiado tiempo, también por falta de dinero para mantenerla se la llega a depositar, literalmente hablando. El aislamiento, agrega esta psiquiatra, sigue basándose en la peligrosidad, “en la fantasía del loco con un cuchillo”. Ella señala que cada etapa tiene un techo, incluso el servicio de externación. “Es impactante la rapidez del cambio cuando salen a ver una película, tomar un café, ver fútbol o viajar en colectivo. La inserción en la comunidad es esencial y nos hacen falta muchos recursos para hacerlos y también cambiar las estructuras manicomiales”, asegura Palauc.

La nueva ley sirvió para respaldar y legitimar prácticas que venían siendo implementadas por profesionales como Palauc, pero su falta de reglamentación aún sirve de excusa para desconsiderarlas. “La ley se debe aplicar igual porque es de orden público. La situación es más grave en los clínicas privadas, que tienen menos controles”, advierte. La norma impactó en los tribunales y también en las curadurías oficiales, donde los abogados deben velar por los pacientes internados contra su voluntad. “Se los nota más inquietos, hay una relación más fluida”, afirma.

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