Por A.G.-Y.

En San Salvador de Jujuy lo que sorprendió fue que un poeta, alguna vez docente en Córdoba, dijera que la obra de Jorge Prelorán era vista como objeto de culto. Si allá era tema de culto, ¿por qué se le conocía o recordaba tan poco aquí en Buenos Aires? Estábamos participando de una pequeña ceremonia, organizada por la Secretaría de Cultura de la ciudad de Jujuy, en la que se imponía el nombre de Prelorán a una cinemateca instalada en lo que fue la oficina de encomiendas de la vieja estación de ferrocarril. La sala estaba colmada entre amigos y curiosos, y también familiares de los personajes que sobrevivían en los documentales de Prelorán.
A este documentalista argentino residente en California se lo conoce poco en la Capital Federal porque no es un cineasta urbano. Pertenece a las regiones más remotas de nuestro país y también de otras partes de América latina. Hoy, cuando se corre el riesgo de perder las copias de su obra que existen en el país, el autor se dedica a recuperarlas y hasta a mejorarlas allá en su casa norteamericana. Pasó por Buenos Aires y por la que alguna vez fue su casa en Ramos Mejía, visitó amigos y se fue.
El diálogo que aquí se transcribe transcurrió en Jujuy, entre reuniones de trabajo y selección de fotografías que ahora junta Prelorán para una serie de libros educativos. Esto incluyó seguirlo a una serie de encuentros con gente que no había visto en años, con quien se volvía a ver entre las más variadas expresiones y emociones. Por eso parecía divertido registrar alguna información sobre su obra.