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“Es el futuro de nuestros hijos”
Adriana sale de viaje en unos días. El 16 de marzo exactamente estará pisando el aeropuerto de Vancouver, en Canadá. Al lado estará Carlos Casullo, su marido, y más abajo sus dos hijos que tienen 5 y 2 años. Así habrá terminado un año y medio de trámites y de locura. Viajan con el dinero suficiente como para permanecer seis meses sin trabajar: el recaudo es una exigencia del gobierno canadiense. Cuando lleguen, Adriana tendrá que ponerse a buscar escuela para sus hijos y Carlos un lugar donde trabajar. Aunque saben que nada de todo eso será fácil, la urgencia por abandonar el país los desespera: “Viendo que no hay otra alternativa -dice ella– con esto estamos salvando el futuro de nuestros hijos”. La partida de los Casullo no es tanto una forma de escapar de la crisis económica como la búsqueda de un modelo de país distinto, más estable y seguro.
El viaje comenzó hace un año y medio, cuando Adriana intentó prolongar una licencia de maternidad para quedarse más tiempo con su hija más chica. Ella es psicopedagoga y por entonces daba clases en un jardín de infantes de Belgrano. Se había olvidado de algo: estaba en Argentina. “Todo el tiempo –dice– te hacían sentir que total había otras cien personas atrás tuyo esperando tu puesto.”
Adriana estaba contratada y por un reclamo así podía quedarse sin trabajo. En ese momento todo le pareció una gran farsa: era mentira la escuela y esos sermones de buena pedagogía que la institución les repetía a los padres y a los maestros. “Pucha –decía–, en el colegio les dicen a los padres cómo tienen que cuidar a los hijos y resulta que para el personal el discurso es otro: te bajan los sueldos cuando quieren, te bajan horas y todo el tiempo te tenés que callar.”
Afuera, pensó, las cosas serían distintas. Carlos se lo había dicho cuando volvió de Nueva York después de haber pasado un año completo allí. Cuando se fue tenía veinte años y mientras estudiaba y trabajaba iba pensando en alternativas para quedarse. Cuando volvió, la carrera y la relación con Adriana fueron disuadiéndolo. De todos modos, aunque como ingeniero en sistemas no le faltó trabajo, nunca abandonó la idea de irse. Ahora está en una compañía trasnacional, pero la sensación de inestabilidad, por un lado, y la de inseguridad por otro, lo decidieron a abandonar este barco.
Hace un año empezaron los trámites en la embajada de Canadá para conseguir la ciudadanía. Era más fácil obtener los papeles ahí que empezar a tramitarlos para Estados Unidos. Pusieron en venta la casa de Belgrano y empezaron a buscar rastros de familiares que habían emigrado. Mientras hacían todas estas cosas, conocieron gente en Internet que les fue pasando datos para trasladar sus cosas o información sobre las nuevas maneras de emigrar. Cuando tenían todo listo, llegó diciembre: “La peor pesadilla en este caos, gracias a Dios ya estábamos listos y fue la mejor decisión: ahora –dice Adriana– cruzo los dedos para que no haya ningún estallido antes de irnos”.
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